En los ojos de la gente, en el vaivén, el caminar y la caminata; en el estruendo y el tumulto; en los coches, automóviles, omnibuses, camiones, hombres-anuncio que van y vienen de un lado a otro; en las bandas de música; organillos; en el triunfo, y en el tintineo y en el extraño canto de algún aeroplano que pasaba volando estaba lo que ella amaba: la vida; Londres; este momento de junio. Porque era junio.
Ilustración
…Una triste noche del mes de noviembre pude, por fin, ver realizados mis sueños. Con una ansiedad casi agónica dispuse a mi alrededor los instrumentos necesarios para infundir vida en el ser inerte que reposaba a mis pies. El reloj había dado ya la una de la madrugada, y la lluvia tamborileaba quedamente en los cristales de mi ventana. De pronto, y aunque la luz que me alumbraba era ya muy débil, pude ver cómo
…El grupo que se reunió en la orilla tenía un aspecto realmente extraño: los pájaros con las plumas sucias, los otros animales con el pelo pegado al cuerpo, y todos calados hasta los huesos, malhumorados e incómodos. Lo primero era, naturalmente, discurrir el modo de secarse: lo discutieron entre ellos, y a los pocos minutos a Alicia le parecía de lo más natural encontrarse en aquella reunión y hablar familiarmente con los animales, como si
Bajé del automóvil y cerré de golpe la portezuela. ¡Qué concreto, qué rotundo, se oyó aquel portazo en el vacío día sin sol! «¡Guau!», comentó el perro mecánicamente. Apreté el timbre, que vibró por todo mi sistema nervioso. Personne. Je resonne. Re-personne. ¿De qué profundidades de mi mente surgían aquellas tonterías? «¡Guau!», volvió a comentar el perro. Se oyeron pasos apresurados, que se detuvieron de repente, y la puerta se abrió con un seco chasquido,
…Mis secretos obstáculos, mi miedo inconfesado al baile de máscaras, no se habían aminorado con el cine y sus estímulos, sino que habían crecido de un modo desagradable, y yo, pensando en Armanda, hube de hacer un esfuerzo para que, por último, me llevara un coche a los salones del Globo y entrar. Se había hecho tarde y el baile estaba en marcha hacía tiempo. Tímido y perplejo, me vi envuelto al punto, antes de
ILUSTRACIÓN: El viejo y el mar, de Ernest Hemingway. Por Patricia Gutiérrez. “No has matado el pez únicamente para vivir y vender para comer –pensó–. Lo mataste por orgullo y porque eres pescador. Lo amabas cuando estaba vivo y lo amabas después. Si lo amas, no es pecado matarlo. ¿O será más que pecado?” –Piensas demasiado, viejo –dijo en voz alta. “Pero te gustó matar al dentuso –pensó–. Vive de los peces vivos, como tú.
ILUSTRACIÓN: En la orilla, de Rafael Chirbes. Por Patricia Gutiérrez. El maduro Francisco desprecia los petits vices de Olba, no cae tan bajo, algún gin tonic de Bombay Sapphire azul, o de Citadelle, que el propietario del bar Casteñer le reserva. Tiene las dos botellas a medio consumir en la balda, sólo para él, es el único al que se le ocurre pedirlas. Los otros: Larios, Gordons, y los más caprichosos, Tanqueray. Francisco: un gin
ILUSTRACIÓN: ‘Un día perfecto para el pez banana’, de J.D. Salinger. Por Patricia Gutiérrez. -¿Nunca usas gorra de baño ni nada de eso? -preguntó. -No me sueltes -dijo Sybil-. Sujétame, ¿quieres? -Señorita Carpenter. Por favor.Yo sé lo que estoy haciendo -dijo el joven-. Sólo ocúpate de ver si aparece un pez banana. Hoy es un día perfecto para peces banana. -No veo ninguno -dijo Sybil. -Es muy posible. Sus costumbres son muy curiosas. Muy
ILUSTRACIÓN: Descripción de la mentira, de Antonio Gamoneda. Por Patricia Gutiérrez. ———————————- Las hortensias extendidas en otro tiempo decoran la estancia más arriba de mi cuerpo. He sentido el grito de los faisanes acorralados en las ramas de agosto. Un animal invisible roe las maderas que también están más allá de mis ojos. Y así se aumenta la serenidad y prevalece el olor de la mostaza que fue derramada por mi madre. Yo convalezco
ILUSTRACIÓN: Madame Bovary, de Gustave Flaubert. Por Patricia Gutiérrez. Charles avait entrevu dans le mariage l’avènement d’une condition meilleure, imaginant qu’il serait plus libre et pourrait disposer de sa personne et de son argent. Mais sa femme fut le maître ; il devait devant le monde dire ceci, ne pas dire cela, faire maigre tous les vendredis, s’habiller comme elle l’entendait, harceler par son ordre les clients qui ne payaient pas. Elle décachetait ses lettres, épiait