Chirbes

‘En la orilla’, de Rafael Chirbes.

ILUSTRACIÓN: En la orilla, de Rafael Chirbes. Por Patricia Gutiérrez.

El maduro Francisco desprecia los petits vices de Olba, no cae tan bajo, algún gin tonic de Bombay Sapphire azul, o de Citadelle, que el propietario del bar Casteñer le reserva. Tiene las dos botellas a medio consumir en la balda, sólo para él, es el único al que se le ocurre pedirlas. Los otros: Larios, Gordons, y los más caprichosos, Tanqueray. Francisco: un gin tonic de Citadelle, muy cortito de ginebra, como medicina que alivia la traicionera caída de tensión vespertina, la hipoglucemia, pero nada de juego fuerte. Póquer, putas y drogas, prohibidos: enfurruña su decrépita naricita de liebre cuando oye algún comentario de los viejos (las putas, el juego) o de los jóvenes (las rayas, el cigarrito de hierba: la maría se da bien en la soleada comarca, clima privilegiado, los jóvenes la plantan para consumo propio, media docena de plantitas en el patio de casa, en la azotea) porque se supone que tiene mejores cosas que hacer, o las mismas cosas, pero a otro nivel, calidad suprema, nada que ver con la que pueden ofrecer los cuartuchos con rumana depilada con cuchilla de afeitar o a la cera porque aún desconoce la alta tecnología láser, y si la conoce, no se la puede permitir; cuartitos con jacuzzi de juguete. Siempre me pregunto cómo las bañeras del club pueden dar cabida a esos corpachones que se apoyan en la barra del Lovers, tipos de noventa, cien, ciento diez kilos, y aún más, fornidos campesinos, robustos albañiles, camioneros obesos, mecánicos, culiblandos, culibajos, gente de cadera ancha, tipos que caminan campaneando como badajos. Ese modelo fisiológico de ánfora mediterránea que se supone sólo femenino y es unisex. Conozco mucho putero de cadera ancha, vaya usted a saber por qué. No creo que quepan en la minibañera esos corpachones. El mío, desde luego, cabe a duras penas. En vez de chapotear en la balsa con chorros de agua a presión, se pondrán en cuclillas en el bidet como me pongo yo cuando voy, tú montado en el caballito (¿no es eso, caballito, o jaquita, lo que quiere decir la palabra francesa bidet? Tengo que mirarlo en el diccionario que aún guardo del bachiller, el de Rafael Reyes) mientras ella te frota el rabo y el agujero del culo con jabón antiparasitario para que salgan en fuga ladillas que anidan en el ojete; la piscina-jacuzzi es puro decorado para encarecer la sesión, espejismo de lujo al alcance de los muertosdambre. La pagas, la tienes, pero es tan complicado usarla que perdonas el palo por el coscorrón. Otra vez será, te dices, la próxima, o dentro de unos meses, cuando dé resultado el régimen alimenticio que me ha puesto el médico para bajar el colesterol y los triglicéridos. Me ha dicho que tengo que perder casi quince kilos, y comer muchas pechugas de pollo a la plancha, y ensaladas, que, si no, estoy al borde del estallido, saltarán las arterias y el corazón por los aires como una piñata bien rellena. Al fin y al cabo, yo lo que he venido aquí es a follar. Bañarme ya me baño en casa.

Leave a Reply