Silvina es queer

Silvina es queer

Sobre La hermana menor. Un retrato de Silvina Ocampo, de Mariana Enríquez
Por Violeta Serrano

Continuidad De Los Libros dialoga con Mariana Enríquez a propósito de su último libro: La hermana menor. Un retrato de Silvina Ocampo. La publicación, editada por Leila Guerriero para la colección ‘Vidas Ajenas’ de la Universidad Diego Portales de Chile, ya se puede conseguir en la Argentina. Un paseo por la posible identidad de una de las autoras argentinas más insólitas del siglo XX. Una mujer sobre la que no está dicha la última palabra: tal vez, una tapada por voluntad propia. 

 Parece ser que era un ritual la vuelta, la seguridad que ella tenía de que él iba a desandar sus pasos. Puede ser que llegase con las huellas de la batalla de carmín de unos labios ajenos, quién sabe lo cuidadoso que era él para ocultar sus hazañas. Si nos guiamos por la falta de discreción que tuvo una vez muerta su esposa, diríamos que acaso poco. Pero lo relevante es que el descarriado regresaba. Sin excepción, había un pactado retorno. A ella, a la que figuraba en los papeles oficiales, a esa sí, a esa volvía siempre. Y la dama lo esperaba sentada, con la pupila clavada en algún punto de la cerradura. Oír los ruidos de la llegada y levantarse como un resorte era todo uno. Silvina, parece ser, deseaba su entrada por la puerta tanto como que él ignorase esa espera mecánica. No se lo digas a Bioy, pedía a todo aquel que descubría la costumbre. ¿Quién podría dudarlo? La imagen da lugar al tópico, como si pareciera una prueba irrefutable: Silvina Ocampo, la amante cornuda, recocida en un magma de ansiedad y celos, esperando sentada la vuelta de un marido que, para más inri, era Bioy Casares, uno de los tipos más atractivos y talentosos de las letras del siglo XX. Pobre Silvina, se concluye. 

Sin embargo, la idea de este libro escrito por Mariana Enríquez, que tiene su origen en el excelente perfil que realizó sobre Alejandra Pizarnik para el libro Los Malditos, editado por Leila Guerriero allá por el 2011, no tiene nada que ver con el concepto de conclusión. “No quiero revelar a esta mujer, sino contarla con la cantidad de indicios que hay sobre ella, porque me interesa más el mito que saber qué ocurrió de verdad. No elegí un tono de revelación. Lo hice así de forma voluntaria”, asegura la autora. Es un hecho que el libro esquiva la opinión personal acerca de la mujer sobre la que indaga. Y cuestiona, con golpe de maza, el calificativo, el comentario ya asumido de que Silvina, pobre, fue una escritora opacada, una mujer engañada, una simple y llana “hermana menor”.

La hermana menor. Un retrato de Silvina Ocampo

Existen, de nuevo, imágenes que, al usar la lógica, llevan a error. El eclipse que suponían a nivel literario las personalidades que la rodeaban se ha repetido hasta en la sopa, pero, ¿y si esa periferia prestigiosa era un movimiento voluntario de la propia Silvina? Mariana Enríquez apunta que “al estar en ese lugar no sólo podía escribir como quería sino que podía vivir como quería y le daba también una posibilidad de convertirse en un personaje, que es una salida que uno tiene cuando no puede ser famoso del todo: cuando los que te rodean lo son tanto, una manera de no quedar opacado es ser más raro que los demás. No digo que sea una estrategia consciente pero sí me parece que en algún punto fue un lugar buscado”. Además, no es cierto que Silvina no tuvo repercusión alguna en su época. Con  mayores o menores elogios, su obra sí fue reseñada.  No es un dato menor que, pasado el tiempo, es Silvina quien goza de reediciones que otras autoras que compartieron escaparate con ella y que lo hicieron con un éxito de ventas mucho mayor, hoy no tienen.

Más allá de su cuentística insólita y excéntrica de cuya calidad hoy poco se duda, Silvina fue un jodido perro verde. Rara como pocas, se podría decir que, mucho antes de que las teorías de la disolución del género fueran si quiera pensadas o intuidas, ella misma hacía propaganda por el hecho. Silvina era una militante radical de lo inesperado que corría más rápido que el tiempo. Si asumimos que el origen de la non-fiction no pasa por Truman Capote sino por Rodolfo Walsh, también se podría poner sobre la mesa que la Teoría Queer tiene su génesis en el Río de la Plata: nada de buscar el punto de arranque en el Cleveland de Judith Butler, sino, a partir de ahora, más bien en el sur del mundo.

Victoria, la hermana mayor, era una feminista comme il faut: con un amante, sin hijos, centrada en su carrera profesional y divorciada. Silvina, por su parte, hacía de su vida un acto político, acaso intuitivamente. Según Mariana Enríquez “las cosas que hace son como de un feminismo queer, esto es lo curioso: su forma de vida es queer. Está en sus textos pero también de alguna manera en su biografía si aceptamos la versión de que su relación con Bioy no era de sufrimiento y que ella tuvo también sus amantes. Todo es tan poco usual, tan poco convencional, que termina teniendo textos y una forma de presentación de su sexualidad queer, muy pansexual –no digamos lo que de verdad pasó porque eso no lo podemos saber, pero sí sabemos cómo se presentaba ella-”.

-¿Silvina era tan seductora como Bioy?

-Silvina seducía a todo el mundo. Tuvo historias con amigos homosexuales, los que le decían que lo eran los miraba como ¿y a mí qué me importa? ¡Es insólito esto en una mujer nacida en 1903! Y obviamente no es que está leyendo a Judith Butler porque esos textos no existen todavía, no es que está siguiendo una teoría. Me parece que en su literatura y en su vida esta cuestión de la disolución del género, -que es un concepto casi de este siglo- es extraña. Es curiosísimo. No existía el casillero que ella ocupaba. Existe ahora y creo que por eso está redescubierta.

Silvina es queer 

Silvina vivía en otro planeta, no era carne de este mundo y esa forma de ser no siempre fue gratuita. No hay datos que lo confirmen, ya que ambas están muertas, pero el suicidio de Alejandra Pizarnik podría explicarse así. La última carta que envió está dirigida a Silvina. A nadie más. Eso sí es un hecho. “Yo creo que Alejandra se debe haber fascinado mucho con Silvina. Creo que algo pasó, y que probablemente Alejandra lo haya sobredimensionado emocionalmente. Además ella era mucho más chica. Yo creo que debió haber sido fugaz e intenso que pilló a Alejandra en un momento emocional muy frágil”, deduce Enríquez.

Probablemente Silvina ni siquiera fuera consciente de lo que su personalidad traía como consecuencia en terceros. Para ponerle los puntos, era Victoria quien muchas veces entraba en escena. Uno de los ejemplos claros que se tratan en el libro es el de la beca Guggenheim que Silvina pidió y recibió. Su hermana la quiso matar, hacerle entender que no tenía necesidad alguna de tal galardón, que aceptar semejante cantidad de dinero siendo ella quien era, resultaba casi una ofensa. Pero Silvina no era consciente de la inabarcable riqueza de su familia. “No tenía noción de la plata. Vivía aterrorizada de perderlo todo pero porque no entendía que era imposible”, asegura Enríquez, y agrega:“Había una relación como alucinante con la plata y de ahí todo el mito de lo tacaños que eran”.

-¿Apruebas la forma de actuar de Victoria más que la de Silvina?

-A mí me cae muy bien Victoria Ocampo en muchos sentidos y me pareció muy bien que le pusiera los puntos sobre esas cosas. Había un lado embolante de Silvina, un lado hippie, como de aniñada que le funcionaba muy bien en su literatura, como si estuviese inyectada directamente desde ese lugar, era un poco perversa. El caso es que debía ser una cosa importante en la relación entre ellas que Victoria de vez en cuando le pusiera los puntos y que le dijera ‘¡No! ¡Somos millonarios!: es irresponsable que pidas una beca Guggenheim’.

 Silvina es queer

 Algo similar ocurría con su valoración de las clases populares. “Los pobres”, para ella. Silvina no tenía un pensamiento político al respecto, como sí lo tenían su hermana o el propio Bioy. “Su relación con los pobres era una especie de fascinación mórbida”, señala Enríquez. “Victoria los piensa más desde un lugar político. Ella no. No sé por qué. Lo que creo es que ella dice que tiene ‘nostalgia de la pobreza’. Muy políticamente incorrecta: dicho hoy es terrible. Es una necesidad de sentirse otro todo el tiempo y creo que en ella, por su posición, no hay una otredad más extrema que esa. Silvina no tenía posibilidad de ser pobre, no había manera, ese dinero no se podía acabar. Así que era pensar lo más opuesto posible. Hay una fascinación por la otredad, casi una fascinación estética y filosófica, si querés. Pero nada más: jamás se le hubiese ocurrido no tener una persona de servicio o cuestionar ese orden. Era algo naturalizado en ella: le gustaban los pobres como le gustaban las flores”.

 

2 Comments
  1. Reply Patricia 1 agosto, 2017 at 11:32 pm

    Hola, dónde puedo conseguir el libro de Mariana Enriquez «La hermana menor» en la Argentina?

    Gracias

    • Reply Violeta Serrano 2 agosto, 2017 at 8:01 am

      Hola Patricia,

      los libros de la Universidad Diego Portales suelen estar siempre en Eterna Cadencia (Honduras, 5574, CABA).

      ¡Saludos!

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