Dice que se juega mucho cada vez. Nada menos que su propia felicidad. Y la de su hija, Lola, que se llama así por Lola Flores, la artista flamenca más popular de todos los tiempos. Ella quería que la cadena funcionase: que Lola tuviera una madre feliz, así que ella lo intenta con ímpetu desde siempre; jugárselo todo cada vez que ejerce su arte. A pesar de que es difícil, muy difícil. La mayoría de las personas con las que trabaja son hombres y tienen hijos que cuidan sus mujeres y ellos pueden grabar y viajar sin mucho inconveniente. Pero ella no tanto. No puede hacer giras demasiado largas. Pero da igual. Al final se concilia. Porque así ella es feliz y entonces Lola, también. Y la cadena funciona. Y la música sigue, que es lo que hace desde que tiene memoria o, incluso, desde que la memoria le falla y necesita que un mozo llame por teléfono a una radio para corroborar que efectivamente, Sílvia Pérez Cruz era ella: la chiquita que cantaba en las tabernas de su pueblo y conseguía que la gente llorara y que después le diera las gracias por haber sabido cantar su pena.
Nació en Pallagrufel, Girona, en 1983. Desde los 4 años hasta la mayoría de edad estudió solfeo, saxo y piano. Y desde los 12, también aprendió en la escuela de expresión artística que fundó su madre, la historiadora del arte Glòria Cruz, donde ella misma también dio clase. Desde muy pequeña canta en público: se enganchó ni bien empezó a hacerlo, con su padre, en las tabernas de la costa brava catalana. El dueño de ‘La bella Lola’, un barcito de la zona, afirmó que la gente le pedía que fuera ella la que cantase y no su padre. Dijo que muchos lloraban y se acercaban a ella para agradecerle después porque hacía tiempo que no lo conseguían, que no acertaban a desahogarse y que, al escuchar su voz, les caían lágrimas de los ojos y entonces sucedía: del pecho se les retiraba un dolor. “Esto es grande”, pensó ella. Y ahí se enganchó. Y supo que mientras salvaba a otros, ella también podía salvarse. Ser feliz cantándole a la pena. Y, de vez en cuando, incluso también a la alegría. El humor en la música lo descubrió con el flamenco. Empezó, de hecho, con un grupo que se llamaba Las migas y con él recorría los bares de Barcelona cuando se fue a la capital a seguir formándose musicalmente. Tuvo también un paso importante por el jazz, porque si algo le gusta a Sílvia Pérez Cruz es improvisar y conocer muy bien el camino marcado para poder salir de él con excelencia. Así que pensó que el jazz podría ser su casa: y en un punto lo fue, pero no del todo, porque las letras eran en inglés y eso a ella no le entraba por las entrañas. Canta desde el sentido de lo que las letras dicen. Necesita que la lengua sea la suya –catalán o castellano- para poder entenderla, para poder sentir cada significado e interpretarlo con la voz, con los pulmones, con el cuerpo todo.
Sílvia Pérez Cruz llegó a Buenos Aires en estos días para presentar su último disco ‘Vestida de nit’ –vestida de noche, en catalán-. El título es un homenaje a sus padres. Ellos compusieron ese tema: la letra es de su madre y la música, de su padre, Càstor. La idea original nace, en realidad, de una propuesta del Auditorio Nacional de Madrid. Le ofrecieron participar en un ciclo de música clásica: habían pensado que simplemente su voz acompañada de una guitarra ya podría ser estupendo. Y ella no dijo que sí inmediatamente. Lo pensó y tuvo una idea mejor. Una idea que venía a visitarle desde un sueño adolescente: su voz sola sostenida únicamente por instrumentos de cuerda. Y lo propuso. Y lo hizo. Y trabajaron como locos sólo para ese día que se presentaría en Madrid. ¿Cómo se va a quedar esto acá?, pensaron después. Y grabaron un disco: durante dos días, en directo. Los músicos que la acompañan la adoran pero también le temen. Sílvia Pérez Cruz camina de puntillas entre el error y la virtud. No hay sendero iluminado ni partitura que valga. El recorrido se descubre al caminarlo cada vez. Elena Reyes, una de las violinistas, confesó que después del primer concierto en directo vomitó de los nervios que había pasado. Pero todo sirve: estamos hablando de que ahí se juega la felicidad. Un quinteto de cuerdas y la voz y el cuerpo de Sílvia Pérez Cruz interpretando habaneras, coplas y hasta el tradicional ‘Gallo negro, gallo rojo’, de Chicho Sánchez Ferlosio. Un tema de temática anarquista, que la artista suele dejar para el final de sus conciertos, porque le gusta que quede flotando la idea en el ambiente cuando ella se va.
En 2015 fue también actriz. Se encargó de la banda sonora para la película Cerca de tu casa, de Eduard Cortés, que está precisamente proyectándose los sábados de este mes en el MALBA. La temática estaba basada en la realidad de los desahucios en España, que tuvieron una tremenda brutalidad en los años más fuertes de la crisis. No era la primera vez que trabajaba haciendo música para cine. Ya había tenido una excelente incursión en la película Blancanieves, de Pablo Berger, en 2012, poniendo la voz a un precioso tema titulado ‘No te puedo encontrar’. Pero años después, se atrevió a pasar del otro lado. Ella no quería salir en cámara actuando, pero al final la convencieron. No es profesional, y aún así, la nominaron como mejor actriz revelación en los premios Goya. Todas las canciones de entonces aparecieron en su disco Domus (2016).
Sílvia Pérez Cruz no para. No se cansa. No se permite retroceder. Prueba. Le gustan los artistas que tienen peso y que a la vez se resisten a que la tradición les rebane la originalidad. Adora a cantaores como Enrique Morente que, entre otras cosas, con su disco Omega, fue capaz de mezclar flamenco y rock con una belleza de otro mundo. Ella también se atreve, aunque sepa que requiere una dosis extra de osadía. La última fue la de la canción Halellujah de Leonard Cohen, que enfrentó en este disco que viene a presentar. La grabó una vez y dijo que no, que lo que había hecho era una mierda. Pero después, cuando ya casi todo estaba listo volvió atrás y pensó que no habían sido justos con esa canción y que había que darle otra oportunidad. Y se la dio. Y seguramente alguien vomitó: a veces los nervios no son capaces de soportar tanta belleza.
Para entender quién es esta catalana que trabaja con el corazón en la boca, vayan al ND Teatro –la noche del sábado ya debutó y fue un festín de complicidad entre su arte y la comunión completa con un público entregadísimo-. Verán a una mujer sola rodeada por cinco músicos con instrumentos de cuerda. Escucharán una voz que no podrán clasificar en ningún casillero de los que llevaban preparados antes de entrar. Comprenderán que cuando se lleva toda la vida aprendiendo la técnica y la mística de un arte, una puede revolverlo todo y dar de nuevo para crear algo distinto sin que ninguna pirámide caiga. La van a reconocer por la cara lavada, el pelo negro y largo, las cejas imperfectas y los ojos chispeantes. Y seguro, la próxima vez, también regale la universal pelea de gallos final para darle vuelo a las alas de los que se atrevan a escucharla.
(Gallo Rojo, en la versión del disco Granada, 2014)