sacheri

Sacheri, un joven adulto insomne

 Es escritor, docente y guionista (aunque dentro del mundo del cine admite sentirse un invitado). Eduardo Sacheri, cuyas historias cuentan con un notable reconocimiento a nivel internacional, es uno de los autores estrella de la literatura argentina.

Es la mirada. En principio, es eso. La dirección letal hacia un punto directo que parece penetrar el vacío. Los pensamientos se le perfilan vorazmente en algún lateral del cerebro, pero él, como si fuera un director técnico, les pide que aguarden, que se ordenen, que respiren pausado y dejen de dar saltos. Recién entonces, apunta a los ojos y dispara:

Yo pienso que, a esta altura de mi vida, capaz, podría no escribir más, porque me fue muy bien, y, sin embargo, lo sigo haciendo, y si lo sigo haciendo debe ser porque lo necesito. Me hace bien, o me haría peor no hacerlo. ¿Es una necesidad eso?

La pregunta no pide respuesta. De todas maneras, tampoco la hay. Son las diez de la mañana de un día de noviembre. Afuera, el pavimento se extiende como una lagartija retorcida o una cerámica rota. El resto es puro sol y aire.

Una biografía resumida de Eduardo Sacheri diría lo siguiente: que nació el 13 de diciembre de 1967; hijo de padres odontólogos y siendo el menor de tres hermanos; que escribió sus primeros cuentos en la década del 90 y luego algunos de ellos fueron transmitidos en el programa radial “Todo con afecto” de Alejandro Apo; que lleva hasta el momento quince libros publicados (seis de ellos en formato novela), tres películas lanzadas y un premio Alfaguara en el bolsillo. Añadiría también que el gran salto estratosférico fue cuando su novela La pregunta de sus ojos debutó en la pantalla grande y ganó un Oscar en 2010 a mejor película internacional. Y que esa es, a grandes rasgos, la historia. Solo faltaría montar la escena de un joven adulto insomne.

La suya es una escritura que estaba destinada al ámbito académico. Como licenciado en Historia, jamás imaginó que sus textos vieran un horizonte más amplio que el científico. Pero a los veinticinco años, y en busca de su primer hijo, la necesidad de entablar conversación con la muerte comenzó a machacarle la cabeza. “Lo primero que escribí fue una carta a mi papá, que falleció cuando yo era chico. No dormía y necesitaba escribir eso. Luego me daría cuenta de que escribir es lo que me permite estar lo suficientemente sereno con el mundo como para cazar horas de sueño”, comenta en una charla TEDx de 2018.

La relación con su padre fue siempre lo que él entendió como el reflejo exacto del amor. Desde los cimientos de ese diálogo transpolar se edificaron sus mejores historias. Y es que, a la hora de escribir, a él la fórmula que mejor le resulta es la de hablar indirectamente de las cosas que más le importan. Esos relatos tienen como común denominador los elementos más cotidianos de las situaciones diarias, que no dejan de ser para él los más extraordinarios.

-Acá no hay zombies, ni espías, o invasiones extraterrestres. Hay gente con vidas muy cercanas y superficialmente anodinas. Vidas donde hay determinadas cosas y no hay determinadas otras.

Por “acá” se refiere a Castelar, ciudad en la que nació, creció, escribe, cría a sus hijos, da clases por videollamada y, cada sábado, religiosamente, juega partidos de fútbol con sus amigos. Por “vidas superficialmente anodinas” se refiere a realidades que se mueven en un horizontal perpetuo. Vidas, dice, así como la suya.

-En Los dueños del mundo escribís al principio esto: “un libro que habla, apenas, de algo tan doméstico e intrascendente como una vida suburbana”.

-Lo que pasa es que en el fondo todo depende de cómo mires las cosas, de cual sea la pregunta que te hagas o de dónde te detengas. Los seres humanos nos creemos muy excepcionales y distintos, pero lo único que nos distingue es la cáscara. Todos queremos un puñado de cosas, tememos un puñado de cosas, y nos aferramos a otro puñado de cosas.

El destino de sus libros ocupa un lugar menor en su cabeza y el “para quién” parece no perturbarlo. Dice que escribe y el resto ya lo determinará el tiempo. Mientras tanto, parece increíblemente acostumbrado a habitar esa paz mental, esa fuente de incertidumbres. Eduardo Sacheri traza historias como quien siente que está tomándole el pulso a la realidad. Es que de cierto modo lo hace. Sus relatos vienen a decirnos, entre tantas otras cosas, que no hay nada más admisible, más intrínsecamente humano, que haber amado irremediablemente algo.  Llegar a él es fácil. Lo difícil es comprender cómo opera su mente.

unnamed

-¿Viste esa escena? – pregunta – La de la pasión…

La escena de la que habla es la de Franchella en El secreto de sus ojos. “El tipo puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de religión…”

-Sí, la vi.

-Bueno, la pasión es singular de padecimiento. No viene del placer, viene del padecer. Igualmente, hay una zona de la pasión que es interesante porque precisamente en pos de eso vos te sacrificás, te esforzás, te disciplinás, si fracasás, insistís. Ahora, al mismo tiempo, no hay ningún reloj íntimo que te diga “hasta acá llegó esto, no insistas porque no tiene sentido”.

-¿Y con la escena qué pasa?

-Basta con que te metas en Youtube y pongas “Pasión: El Secreto de sus ojos” y ya salta esa escena. Es una hermosa escena. Pero aquella arranca con ese personaje diciéndole al otro “yo soy prisionero de mi pasión, me alcoholizo y estoy destruyendo mi vida y vos, que estás enamorado de una mujer que no te da ni la hora, también te la estás destruyendo, entonces me puse a pensar en esto de destruirse la vida por una pasión y me di cuenta que somos esclavos de nuestras pasiones”.

Cada una de sus pausas da lugar a una criatura hermosa que se estira, observa, y sonríe…

Luego, abre los brazos como un atleta rendido en un marcado gesto de resignación.

-Y bueno, cada cual se apropia de lo que quiere, pero yo tengo derecho a decirle a esos que se adueñan festivamente de la escena “pará, flaco, no es tan simple”.

Al irse, lo que deja es solo un rastro. La borra del café, sobres de azúcar de esqueleto quebrado, algunos billetes arrugados, un pulso firme, el aliento. El resto es puro sol y aire.

 

Leave a Reply