Polaroids de Macarena Trigo

*Entrevista a la autora por Juliana Corbelli.

Macarena Trigo cuenta su vida y obra como hecho dramático o poético, en donde el episodio trágico provoca risa en un marco definido por el humor negro. Habla sobre sus creaciones poéticas, dramáticas y críticas combinando el acento español con el porteño con una fluidez bífida anclada en el amor por esta ciudad como motor para la creación.

La poesía y el teatro están intensamente unidos.

Apasionada por los aeropuertos, su primera parada sucedió en agosto de 2002. Unos años después, un poema premiado en su país de origen sobre el vino le permitió regresar, estudiar en Timbre 4 y convertirse en asistente de Claudio Tolcachir en La Omisión de la Familia Coleman. Y se quedó.

No le costó definirse como poeta ni verse representada en la “dolorosa y absurda existencia” de esa familia, aunque la española haya nacido en Madrid. En esa capital, permaneció un breve tiempo. A los cuatro años, su padre se fue de la casa y la familia no supo más de él. Junto a su madre se trasladó a Valladolid y allí formó parte de “una casa de mujeres bien Lorca” con abuela y bisabuelas incluidas.

Próxima a los ocho, su madre la echó y la pequeña afiló la primera identidad: se acercó al ayuntamiento para que el alcalde le consiguiera asilo y así logró vivir en una residencia. Su unipersonal Por eso las curitas (con reestreno en mayo en El Brio Teatro) escenifica su recorrido en un hallazgo dramático con epicentro en esa tragedia motorizada por el incesante “armado y desarmado de la valija”.

Como actriz se consideraba “penosa” hasta que halló la frase de Kartun, “Uno es el poeta que puede, no el que quiere”, lo que la llevó a repensarse ni más ni menos como una actriz digna, en una profesión que le ha costado “convertir en algo humano”. Estrenó Barbie desapego en Espacio 33, un collage paródico que actúa, dirige y que rescata otro de sus escritos porque “ningún texto está muerto y ninguna obra está cerrada. El libro sigue creciendo con todo lo que le pasa alrededor, con los siglos y la época”, afirma.

Y sobre el amor, escribirá con conciencia e imaginario construido. Así lo comprueba Esas cosas que se dicen y son tan extrañas, actuada por Jimena López y Fernando del Gener, quienes hacen de su dormitorio de hotel una pieza para la composición musical, poética con contrapuntos amorosos bien actuados, verosímiles y sin fisura. De allí no podremos irnos, de ese lugar común del amor.

-¿Estudiaste actuación en tu país?

-Empecé a hacer teatro a los ocho años en el internado, en Valladolid. Al año siguiente, tomé clases en el colegio como actividad extraescolar. Y tomé talleres y seminarios con Telón de Azúcar, una compañía local. Cuando contaba que me quería dedicar al teatro me decían, “tenés que hacer algo de lo que puedas vivir”. No tenía dónde caerme muerta y no era un contexto fácil. Y eso hice, estudié Historia del Arte y, al mismo tiempo Literatura comparada. En Salamanca hice Teoría Audiovisual, pensando que lo mío era la cámara. Pero nunca me amigué con lo técnico, aunque me sirvió la parte de guion y narrativas, todo en relación a la escritura.

-Te atraviesan diversas disciplinas.

-Cuando terminé se me ofreció una beca en Ohio, donde habría de seguir como investigadora de teoría de la Literatura. Cuando ya tenía mi expediente, rendí el examen de inglés y fallé por cinco décimas. Me enteré estando en Buenos Aires, cuando vine por tres meses a tomar teatro a Timbre 4. Éramos unas cuarenta personas, tomaba unas quince horas con Claudio (Tolcachir) y Teatro Antropológico con Tamara (Kiper). En ese momento, estrenamos La omisión de la familia Coleman (recién mudados al teatro Metropolitan). Pensaba que iba a durar unos tres meses y como no tenía asistente le escribí una carta a Claudio, confesándole mi amor eterno y diciéndole que me ofrecía a cualquier cosa que hubiera que hacer y que me involucraba. Nunca había hecho nada parecido, pasé a ser parte y produje. Yo todo lo hago por escrito (risas).

-¿Cómo es ser asistente de esta gran obra? Imagino que tuvo momentos insospechados.

-Cuando estrenamos yo lloraba y decía: “Esto es tremendo y nunca nadie de mis amigos la va a ver; es lo mejor que he hecho en mi vida”. Yo llegué el primer día en que leían el texto. Empecé a escuchar la historia que hablaba de mi vida y me pareció espectacular. Luego el montaje y el armado para mí fue una lección. Mi mamá podría ser Memé, yo podría ser Verónica, todo lo que pasa en la obra tiene que ver, fundamentalmente, con cosas muy vitales. El texto es un tótem, tiene cosas visionarias. No hay una línea de mensaje, tienes que participar y decidir quién es jodido y quién no. Te identificás con muchos personajes, no sólo con uno. Y esa obra con otros actores no sé si hubiera tenido semejante repercusión. En su momento lo analicé en el prólogo del libro. Y más adelante hice un personaje, en gira por Francia, y entrené mucho el acento argentino. Pero nunca me dijeron, “che, ¿y esta gallega qué pinta?” (risas).

-Al leer tus textos, se puede ver que teorizás los ensayos. ¿Qué te brindan?

-Tengo mucha admiración y respecto por el texto que escribió Ure, Sacate la careta, donde explica la magia que implica, la naturaleza mutante, frágil, el intercambio a nivel humano, la intimidad absoluta con los actores. Es una genialidad que ni siquiera pasa a la obra. Y lo extraño que es armar una partitura fija para que después se repita en cada momento. Yo me lo pasaría ensayando, estrenar es la muerte del proceso. ¿Qué hecho yo para merecer esto? Buenos Aires me dio licencia para todo. Dedicarse a esto es hacer lo que uno necesita, ni siquiera lo que uno ama. Es un voto que se renueva todos los años.

-Me habías comentado en una oportunidad que a La Omisión… la volvés a elegir cada año. Y, pesar de tener roles fijos, todos de algún modo u otro han ido cambiando el papel.

-Siempre lo hablamos nosotros, hacemos reunión de cooperativa y nos preguntamos, “¿Seguimos?” Nos plantemos las intenciones. El equipo hace que la obra dure. Durante mucho tiempo fue lo principal en nuestras vidas, por trabajo, por placer, por la unión. Hubo muchos años en que no podíamos hacer cosas acá ni comprometernos con otros productos y estuvimos cinco o seis meses al año afuera del país.

-¿Cómo se dio el pasaje de la familia al unipersonal en escena?

-Todo empezó con el taller de creación de personaje que Claudio (Tolcachir) empezó a impartir en Timbre 4, en el 2012. Yo entré a asistirle. Investigamos sobre el pensamiento del actor, sin forzarse a improvisar ni armar texto. “Aprendan a estar”, tal fue la fórmula de los Coleman. Después, armar monólogos y mostrarlos. Felipe Rubio trajo de Chile el Gabinete, donde se presentan piezas teatrales para un único espectador. Lo ofreció y como estábamos con los monólogos lo adaptamos para dos actores de 10 a 15 minutos. Fue un año de laburo con un compromiso por parte de todos que la “flipas”. Yo aprendí infinidad en ese proceso, armar la dramaturgia interna y de intimidad absoluta. Es lo que uno hace que no representa plata sino el cuerpo a cuerpo y eso me dio amor por ese formato.

-Sos poeta, dramaturga, directora, crítica teatral, docente de unipersonales. Pero la poesía atraviesa todo. ¿Cómo te concebís vos profesionalmente?

-El tener tres licenciaturas que nunca ejercí fue una losa. Ser asistente es un rol reemplazable, el trabajo no se ve, pero a la vez sos parte. Es un lugar del que no se habla, estás ahí hasta que pasa algo: el reemplazo, el accidente de urgencia, la responsabilidad en gira porque el director no está. Es muy gratificante cuando sabés para qué estás. Tardé mucho tiempo en decir “soy actriz” y no tardé tanto en el “soy poeta”. En España gané premios de poesía, de hecho el pasaje de 2005 para venirme lo pagué con un premio literario que me dieron sobre el vino (risas). Eso no me lo olvido más. Creo en el ojo de poeta, del que habla también Kartun. Es la mirada que atraviesa todo. El teatro y la poesía están intensamente unidos.

-¿Y tu blog “Me cago en la bohemia”?

-Es una memoria de mi vida como espectadora en Buenos Aires. Empecé a hacerlo para analizar las obras que valen la pena. La prensa hace otra cosa; yo quería hacer más amorosa la cuestión. Por eso hay diversos contenidos, poemas, teatro, alguna película. Tiene una naturaleza mutante y, a lo largo de los años, se convirtió en un pequeñísimo lugar de referencia para algunos. Siento que cuando escribo una nota es para dar las gracias. Lo que me sigue dando muchas satisfacciones son las entrevistas, en todos los ámbitos, y a creadores de todo tipo. Hago las preguntas que a mí me bloquean. Las respuestas son variadísimas. Si soy algo son las obras que vi aquí y le debo grandísimas cosas.

-Hay mojones que se repiten en todas tus obras como el amor, la lluvia, Buenos Aires, la carta de amor. ¿Hay otros?

-En los unipersonales hago pensar mucho en los imaginarios recurrentes. Lo que te calienta, a qué volvés todo el tiempo. En mí, el aeropuerto como territorio de función, la valija, La lluvia y otras cigüeñas es otra de mis obras. También Buenos Aires en su cuestión literaria y teórica. Me pasé leyendo como loca durante dos años esta ciudad como contexto para mi tesina.

-Hablemos sobre el amor. En Esas cosas que se dicen y son tan extrañas, por supuesto, es clave de acción.

-El 7 de abril pasado presenté Barbie desapego (en Espacio 33). ¿Qué puede decir uno que ya no se haya dicho sobre el amor? En los últimos seis años, se convirtió en un tópico literario que exploro a conciencia, en el que me deshago y desintegro, siguiendo la tradición. Pienso que es un invento de los trovadores de la Edad Media; también en la idea que dan los chicos de Mad Men de “el amor es un invento para vender perfumes”. Todo eso me mueve el piso y desde lo intelectual es algo que compramos, perseguimos, pero que no existe. Como la felicidad, la democracia, conceptos enormes que nadie los vio. Son dios, están ahí. Y para nadie es igual. ¿Y qué hace uno para defenderse del amor? No podés vivir sin estar enamorada de algo o de alguien porque no es la pareja sino el motor de otra cosa. Es un imaginario. En la obra está como fundante la teoría del amado y del amante de Carson McCullers. Es tan prístino, ¿por qué no me lo dieron en la escuela primaria?

-¿Qué pasó en Barbie desapego?

-Es una parodia. Es un texto en collage, está el monólogo que se representó el año pasado en Teatro por la Identidad que se llama Del amor en los tiempos del WhatsApp, que hizo Julieta Vallina, dirigida por (Diego) Faturos, en el Multiteatro. Fue espectacular, ochocientas personas riendo. A mí me calienta mucho hacer reír y lo consigo con la parte trágica de mi vida, no tengo la impronta del gag. Me ha pasado de escribir algo horroroso y desangrando, y el público se “troncha”. Es muy bizarro sacarlo de contexto. ¿Por qué a todos nos pasa? Necesitamos la catarsis y hacernos reír.

*Esta entrevista fue publicada originalmente en el diario Tiempo Argentino.

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