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Los libros prohibidos de Roger Mello

El libro es amarrado a una piedra para ser arrojado al lago de la nueva ciudad; es envuelto con una cuerda, ella lo sujeta al peso que le permitirá llegar al fondo, sin volver a la superficie. Los libros son peligrosos, las personas pueden ser detenidas o desaparecer a causa de ellos, como los padres de Clarice. Y en Brasilia el cielo es tan diáfano que, si se quemaran los libros en una hoguera, sería como señalarles a E.L.L.O.S. el lugar exacto donde buscar y adonde no tardarían en llegar.

Así comienza su relato Clarice, la niña portadora del nombre “de una escritora que a su mamá le gustaba mucho”; y cuenta esa escena en que su tía y la madre de su amigo Tarso la llevan de “paseo” en un auto cargado de libros, rumbo al Paranoá, lago artificial de la ciudad artificial, para concretar una tarea, para ella, inexplicable: tirar al agua esos misteriosos envoltorios desde el puente, dado que “prender fuego puede llamar la atención, el humo. Ya sabes… el cielo de aquí es infinito”. En esa oportunidad, como en muchas otras, su pensamiento coincide con el epígrafe que abre la novela de Mello “… ciertos silencios hacen que mi hijo diga: pucha, los adultos son de muerte”. Esas palabras pertenecen a Clarice Lispector, quien visitó la ciudad con motivo de su inauguración, y además escribió una serie de crónicas[1] en las que daba cuenta de sus impresiones sobre Brasilia y sus habitantes, a quienes llamó “brasiliários”, que en portugués resuena como un juego de palabras entre “brasilienses” y “presidiários”. Así, para Lispector “En Brasilia no hay por donde entrar, ni por donde salir (…) Una prisión al aire libre. De cualquier manera no habría adonde huir. Pues quien huye probablemente iría hacia Brasilia”.

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Erigida en lo alto de la meseta central, para el geógrafo Milton Santos, esta era una ciudad ideal para un gobierno autoritario, como el que se inició poco después de haber sido inaugurada. Su creación obedeció al llamado “Plan de metas” del presidente Juscelino Kubistchek, según el cual esta pasaría a ser la nueva capital del país, con fecha de inauguración fijada para el 21 de abril de 1960. Una de las primeras “construcciones” fue un lago de unos 40 km², de gran protagonismo en la novela de Roger Mello. Brasilia fue pensada desde distintos aspectos, pero este autor la siente como parte de un proyecto utópico que se truncó con el golpe militar del 1º de abril de 1964. Ideada por artistas utopistas, en su génesis reunió nombres tales como Oscar Niemeyer, Burle Marx, Athos Bulcão, Lucio Costa, Darcy Ribeiro y Anísio Teixeira, estos dos últimos con propuestas innovadoras en el área de la educación. De la primera generación de nacidos en Brasilia, Roger Mello (1965) es autor del texto verbal de Clarice y Felipe Cavalcante (1985), también brasiliense, del texto visual. Mello coloca en la voz de la protagonista hechos de la dictadura brasileña (1964 a 1985) -muy ausentes de la literatura destinada a niños y jóvenes- y habla de desaparecidos, censura, exilios.

La niña cuenta los miedos que atraviesan su infancia, sus preguntas sin respuesta, la desaparición de sus padres. Son recuerdos deshilvanados, intermitentes, como piezas de un rompecabezas. Ella y su primo Tarso cambiaban de lugar, al cuidado de diferentes adultos, como las dos mujeres con las que iban al puente a cumplir el ritual de piedras y libros. El recuerdo de ese evento fue disparador de la novela, su autor siente que para él es como un eco en su memoria. Como un límite impreciso entre realidad y ficción, o imaginación, como cuando los niños cuentan, como Clarice, como cuando le contaron a Roger el recuerdo del fuerte sonido del libro en el agua, donde se invisibilizan, se borran rastros, se desvirtúa la integridad de lo que se arroja en ella… en el agua toda desaparición se completa. Así, surge en el pensamiento de Clarice un lago que se puebla de árboles hechos de papeles, de libros y tal vez de personas que ya no están. ¿También sus padres? Elizabeth Jelin en Los trabajos de la memoria (2002) sostiene que si bien toda narrativa del pasado conlleva una selección, “esos restos de recuerdos significan interrupciones y huecos traumáticos en la narrativa provocados por mecanismos psíquicos que devienen de situaciones de represión y disociación”.

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Si la cuerda envuelve el libro y lo ata a una piedra, en la novela hay también un segundo “envoltorio”: el que utilizan algunos adultos para ocultar la identidad del libro. Algo que hemos practicado o visto todos a quienes nos tocó vivir tiempos similares al narrado. Como ir a la facultad para la clase de Educación Nutricional con uno de Paulo Freire, forrado con el papel que había envuelto las mercaderías del almacén o de la farmacia, y rogar que nadie en el camino nos detenga y descubra que en las manos llevamos La educación como práctica de la libertad. Esto se puede experimentar, como lector o lectora, ya que en el capítulo 9 se habla de “un libro rojo con letras en coreano”, y más tarde se dice que existen “libros disfrazados con tapas falsas”; pues la novela de Mello es portadora de una “tapa falsa” que la envuelve, casi inmediatamente entendemos que el libro sostenido por nuestras manos es muy similar: tapa roja, letras doradas y escritas en coreano, pero no significan Clarice, sino “libro prohibido”,  aunque se torne libertario en mensaje.

Claros guiños a la educación, al arte, la creación, la libertad, se suceden en Clarice, novela planteada en 25 capítulos y en páginas de colores blanco, naranja flúor, azul plomizo, los mismos de todas las ilustraciones. Hacia el final algunas incógnitas: la mujer que va al encuentro de Clarice probablemente sea su madre, ¿o en realidad es la prima de ella?, de la que tampoco habían vuelto a saber; Tarso se va a vivir a Corea del Sur, ¿o a Chile? que por esa época caminaba rumbo al gobierno de Salvador Allende.

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Páginas después del final, una carta de Sandra Mello, hermana de Roger, se dirige a la niña protagonista y narradora. Entre otras cosas le cuenta que junto a su hermano vivieron el tiempo de la infancia en la misma ciudad que ella; de esa forma le revela una experiencia común que se presenta ya no como la historia vivida solamente por la pequeña Clarice, sino por toda una generación. Y en ese “acto de compartir la experiencia y la memoria individuales (…) se manifiestan y se vuelven colectivas. O sea la experiencia individual construye comunidad en el acto narrativo compartido, en el narrar y el escuchar” (Jelin). Entonces ¿por qué contar? ¿Qué intención habría en 2017 de decir lo que no fue dicho antes? ¿Por qué en estos tiempos emergen en Brasil estos relatos? ¿Cómo dar cuenta de un pasado que incomoda? En una sociedad donde no hubo autocrítica, donde aún no se ha hecho justicia y lo peor: en abril de 2014, junto a la conmemoración por los 50 años del golpe militar, hubo un sector que lo reivindicó y aún hoy continúa haciéndolo, negando los hechos que originaron, por ejemplo, esta historia de Clarice.

Otras publicaciones comienzan a tratar el tema, como A noite da espera, primer volumen de la trilogía O lugar mais sombrio, de Milton Hatoum, situado en Brasilia, durante los llamados “anos de chumbo”, cuya partida de nacimiento fue el Acto Institucional nº 5, conocido como AI-5, firmado por el general Costa e Silva y que significó para el pueblo brasileño la privación de la mayoría de sus libertades, derechos individuales y garantías. Recientemente, algún allegado al Palacio de Itamaraty amenazó volver al AI-5, y lo ven como panacea. Tal vez sea el motivo por el cual la literatura, desde diferentes voces, hoy se ocupe de narrar lo sucedido, de traerlo al presente, para no olvidar, para alertar, para no repetir la historia.

[1] La crónica “En los inicios de Brasilia” fue escrita en junio de 1970. Por Adriana Hidalgo fue publicada en Revelación de un mundo (2004).

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