Ratificar lo iniciado dando un paso hacia delante. Ese fue el desafío que afrontó Félix Bruzzone (Buenos Aires, 1976) con Los Topos. Luego de su iniciático libro de cuentos 76, Los Topos es su primera novela que gira en torno a convivir y sobrellevar las ausencias. Éstas tienen la particularidad de estar ligadas a las desapariciones que provocó la última dictadura cívico-militar argentina (1976-1983). En marzo del 76 desapareció su padre, en agosto nació el escritor y en noviembre desapareció su madre. Bruzzone escribe en primera persona, por lo que en la lectura de Los Topos parece estar expuesta una especie de autobiografía. El narrador, un joven con su madre y su padre desaparecidos por la dictadura y que vive con su abuela materna, decide indagar el pasado para reconfigurar su presente pero, fundamentalmente, su futuro. En la vertiginosa historia, el protagonista (del cual nunca sabremos el nombre) recorre diversas geografías y conoce distintos personajes con características ajustadas a la trama. En ese andar, el joven construye su propio camino. Y allí se comenzarán a suceder situaciones y momentos que poco parecen tener que ver con el inicio de la obra pero que le otorgan otra dirección, transformándola en un rompecabezas que comienza, lentamente, a conformarse y a mostrar otra imagen. Lo inesperado es, en Los Topos, una cualidad que enaltece la escritura y que le otorga otra fuerza a la historia.
La novela parece estar signada por una permanente búsqueda. En un principio, el protagonista indaga acerca de su madre. El foco se trasladará, posteriormente, a la que fue su novia. Seguirá los pasos de una travesti para luego fijarse en la figura de un posible hijo para, finalmente, tratar de llegar a su padre. En cada uno de ellos, parece estar demandando una respuesta. El paisaje y el contexto de la historia cambian permanentemente. De Moreno pasamos a Núñez, de Liniers nuevamente a Moreno para recalar en Bariloche. Esa drasticidad en los cambios geográficos está acompañada por una mutación permanente del protagonista en sus quehaceres: de repostero ayudante de su abuela a mendigo o albañil. Y en todas sus facetas siempre está la búsqueda como una guía que lo acompaña en todo su camino. Otro elemento a destacar en Los Topos es la originalidad que Bruzzone encuentra a la hora de plantear las hipótesis que teje su protagonista. La narración de los sueños sirve, en este caso, para preparar el terreno venidero. El protagonista cuenta, muestra, se pregunta, se contesta y abre una puerta para dar un nuevo paso hacia delante en la historia. Si en 76 cada cuento de Félix Bruzzone podía pensarse como el inicio de una hipotética novela, en Los Topos cada parte atada a su contexto puede pensarse como un cuento. De esta forma, la lectura se torna fluida a lo largo de las casi 200 páginas del libro en donde lo impensado es naturalizado por obra y gracia de su narración.
Tanto en 76 como en Los topos, una de las primeras cosas que llama la atención de la escritura, además de poseer un estilo cristalino y contundente, es la forma en que aporta una nueva mirada sobre un tema áspero y recursivo como es el de los desaparecidos durante la última dictadura militar. La mirada de Bruzzone no es tanto la de los hechos en sí sino la de sus consecuencias. Una mirada incómoda del hijo que propone un acercamiento a la intimidad inconsciente de esa parte de la historia. En su escritura y mediante su autenticidad, Bruzzone sostiene y reafirma esta nueva manera de tratar los relatos de la dictadura. Se aleja de recursos y tópicos usados hasta el cansancio y expande el horizonte de sus palabras y de sus personajes.
Los primeros años del 2000 trajeron en Argentina una nueva generación de jóvenes artistas con otra forma de trabajar y presentar temas, de por sí, usualmente abordados. En el cine, Albertina Carri inauguró una nueva manera de contar las secuelas de la dictadura en su película Los Rubios (2003). Allí, la directora se valió de fantasías, relatos, fotos y muñecos Playmobil para construir un relato documental que enfoca al pasado pero que se proyecta en el presente. Hija de desaparecidos, Carri empleó otra estrategia a la hora de mirar hacia atrás y fundamentalmente para mostrar lo vivido por una nueva generación que estaba llegando a los 30 años y daba sus primeros pasos en el campo artístico. No fue casualidad que, visto en retrospectiva, esos primeros años del nuevo milenio hayan sido el punto de inicio para nuevos artistas. En 2003, la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) fue convertida en Espacio para la Memoria y para la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos. De allí en adelante, hubo un fuerte respaldo y apoyo por parte del gobierno de Néstor Kirchner (2003-2007) a las políticas de Derechos Humanos. Ya en 2006 se iniciaron los primeros juicios por crímenes de lesa humanidad a diferentes represores de las Fuerzas Armadas de la dictadura. Todo ese contexto habilitó y ayudó a repensar lo vinculado a los años de terrorismo de Estado en Argentina. Y en ese ejercicio, la literatura jugó un rol primordial.
Inevitablemente, la novela de Félix Bruzzone está ligada con otros autores argentinos contemporáneos. En 2002, Martín Kohan publicó Dos veces junio, una novela dividida en dos partes (años) en donde su protagonista narraba con minuciosidad los avatares de la dictadura desde un segundo plano: las cosas pasaban pero a su alrededor, parecían no tocarlo y eso le daba la posibilidad de contarlo de una manera indirecta. Ciencias morales, novela publicada en 2007, dio un giro en la temática. Ahora Kohan narraba la experiencia de una joven que era los ojos vigilantes del orden en una escuela. Operando a partir de la mirada, su vida marchaba por el carril ético y moral que proponía la época. Aunque ni eso le serviría para escapar de las consecuencias del terror dictatorial.
Patricio Pron es otro autor con el que la obra de Bruzzone está conectada. Nacido en 1975, Pron publicó en 2011 la novela El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia. La historia desentraña el legado de la generación militante e indaga en el pasado de sus padres que pertenecieron a la organización peronista Guardia de Hierro durante la década del ’70. Aunque gran parte de los hechos narrados son verdaderos, algunos pasajes son producto de las necesidades del relato de ficción, cuyas reglas son diferentes a las de géneros como el testimonio o la autobiografía. Hecho que parece estar ligado a lo realizado por Bruzzone en Los Topos. En Nosotros caminamos en sueños, de 2014, Pron esta vez se mete con otro tema delicado: la Guerra de Malvinas. Con tono ácido y delirante, construye una historia cargada de humor pero donde se deja entrever parte del absurdo y del dolor vivido por los soldados en las lejanas islas. Lo más valioso de estos libros es que logran despegarse de todo un derrotero de obras que tenían en el golpe bajo su emblema. A pesar de que Fogwill en Los Pichiciegos había previsto una nueva forma de narrar, se sucederían libros tendientes a sostener ciertas miradas: la teoría de los dos demonios, el dolor ajustado a la escritura o los tratamientos superfluos.
Mariana Eva Pérez publicó, en 2012, Diario de una princesa montonera, una serie de relatos provenientes de su blog en donde se despliegan sueños y pesadillas, ideas y alucinaciones. Al igual que Bruzzone, Pérez es hija de desaparecidos. Con tono divertido, pero también honesto, hace especial énfasis al contexto que la rodea: no se refiere a la organización H.I.J.O.S sino que habla de “hijis”; no cree en militantes sino en “militontos”. En su caso, la escritura es una especie de catarsis donde parece desplegar y soltar lo contenido para darle un destino de ficción.
El colectivo fue la primera novela de Eugenia Almeida publicada en 2009. Aquí también estamos ante otra obra que encontró una nueva forma de reflejar lo sucedido durante la dictadura. El paisaje es un pequeño pueblo rural donde nada parece pasar pero en donde el colectivo y un par de sus ocupantes representan aquello que parece suceder en otro tiempo y lugar. Almeida reproduce los años del terrorismo de Estado en una comunidad que estaba segura de vivir en un orden natural. Sin caer en sentimentalismos ni abusar del color de esa paz pueblerina, la novela demuestra los alcances de los hilos de la violencia: el terror puede aparecer en los paisajes más insospechados.
El realismo presente desde un inicio en Los Topos funciona como una estrategia narrativa donde se despliega una historia cargada de elementos tendientes de susceptibilidad y cuidado: lo vinculado a la última dictadura. Pero Bruzzone va más allá de lo visible y de lo decible. Traspasa el realismo, lo real, con la habilidad de percibir los efectos colaterales que puede implicar el hecho de explorar acerca de los orígenes. Allí extiende su estrategia sin ningún tipo de prejuicio o temor a las lecturas de la obra. Él, además de escritor, es hijo de desaparecidos. Y eso parece habilitarlo a escribir de la forma que más le conviene y se ajusta a su mirada, sentimientos y creatividad. ¿Qué hubiera pasado si a esta novela la escribía un artista que no era hijo de desaparecidos? Seguramente las críticas hubieran apuntado al tono de parodia o burla. Quizás el intelectualismo lo hubiera acusado de blasfemia. Más allá de eso, en Félix Bruzzone hay una vía libre muy bien aprovechada. Se anima a hablar de las organizaciones de derechos humanos como lugares “con aires de devastación” o piensa al protagonista como el “estandarte de una nueva generación de desaparecidos para fogonear la lucha antiimperialista” o habla directamente de “neodesaparecidos”. Por otra parte, la heroína de la novela está representada por una travesti, una figura que puede resultar “controversial” si se piensa en estos temas. Pero en la figura de la travesti, Bruzzone propone una representación simbólica, quizás la más rica en la novela: la travesti es símbolo de deseo, de amistad, de amor, de búsqueda y de futuro. No solo se presenta una transformación de lo dado, también hay una reconfiguración que proyecta en su figura a la heroína pero también a la víctima. Si en primera instancia nos encontramos con una travesti militante, doble agente o asesina de ex–represores; luego será la ausente, la posible desaparecida por el accionar de un torturador prófugo de la dictadura. Hay una espiral de la cual es difícil alejarse pero que funciona como línea de continuidad.
A pesar de estar vinculada a las secuelas de la última dictadura, Los Topos refiere a cuestiones atemporales y universales. Durante la primera parte, el protagonista toma una postura definitiva: “¿Qué era primero, salvar el amor o el pasado? El amor era el futuro. El presente y el futuro. ¿Y el pasado? También, presente y futuro; pero la intensidad del pasado en el presente – y ni hablar en el futuro – era pequeña en comparación a la intensidad del amor. Ese era mi orden, entonces: primero amor”. Ese amor luego se traducirá en diferentes acciones y decisiones. Todo parece, entonces, tener su origen en el amor. Un amor ligado permanentemente a la búsqueda. Si mudarse cerca de la ESMA les podía servir a su abuela y a él para conocer más sobre su madre; si militar forzadamente en H.I.J.O.S. lo haría estar cerca de su novia; si irse a Bariloche le serviría para vengar la “peste social” militar; todo tiene un trasfondo en el amor suscitado en cada uno de los personajes vinculados al protagonista. En la literatura, como quizás en la vida, no hay nada más eterno que el amor. Y allí se sostienen Félix Bruzzone y sus personajes.