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Viscarra, el Bukowski boliviano

“La noche de La Paz es un laberinto que, al no tener principio, tampoco tiene fin y uno puede perderse para siempre”, escribe el llamado Bukowski boliviano fallecido en el 2006  como haciéndonos una invitación a perdernos en sus memorias. “Borracho estaba, pero me acuerdo” es un laberinto en el que una vez adentrado no se sale ileso.  Es el libro del escritor Víctor Hugo Viscarra que nos enseña una cartografía del submundo marginal paceño, dándole voz a los invisibilizados por la sociedad boliviana.  

 “Nací viejo”. Con ese golpe de nocaut  comienza Borracho estaba, pero me acuerdo, resumiendo  en dos palabras lo que luego transitaremos a lo largo de este libro y de toda la obra de Víctor Hugo Viscarra.  En una entrevista que le hicieron en la ciudad de La Paz, sobre el libro publicado en el año 2002, y que Arturo Salva muestra en su página de You Tube, el autor dijo: “Si bien las circunstancias en que lo escribí han sido desfavorables, he logrado en cierto modo tratar de librarme de mis propios demonios; soy honesto: no lo he conseguido. Y es más, estúpidamente me he abierto heridas que pensé que estaban cicatrizadas”. Y en eso está en lo cierto,  ya que a medida que vayamos leyéndolo, esas cicatrices se irán abriendo en nuestros cuerpos, sus demonios nos habitarán y al terminar el libro no seremos otra cosa más que una gran herida que está siendo abierta por la indiferencia.

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La escritura de Viscarra no posee las estéticas que exigen las academias, por el contrario, es directo, simple y visceral. Leerlo es como estar sentado con él,  en una cantina, tomando una cerveza fresca  mientras lo escuchás.  Borracho estaba,  pero me acuerdo no es una autografía novelada como muchos lo catalogaron, tampoco entra en crónicas ni cuentos, sino más bien es una puesta en escena en la que, poco a poco, nos iremos introduciendo. Es una invitación a transitar los crudos fríos de la noche paceña y a conocer los sujetos que la habitan y el cómo la habitan.  Sujetos que la sociedad boliviana ha invisibilizado desde siempre, quitándole esa voz que el autor busca dar a conocer tal como lo expresó en una entrevista que concedió al periódico chileno La Nación, el 19 de junio de 2005: “Vivo en mi mundo. Estoy por mi gente, porque son mis delincuentes, son mis putas, mis maracos, mis mendigos, mis ladrones. El único portavoz que ellos tienen soy yo. Para mí la escritura es como una especie de desahogo. ¡Nunca esta maldita sociedad me ha dado algo!”.

Al principio el libro cuenta la infancia, no solo del autor, sino que tranquilamente puede ser la de muchos niños que habitan la sociedad paceña, sobre todo la del Alto. Es una infancia llena de carencias, de marginalidad, de falta de afecto y, sobre todo, de mucha violencia. “Si como dice el refrán, “quien bien te quiere te hará llorar “, mi madre exageraba en sus demostraciones de cariño”, escribe Viscarra. Ese cariño llevó a su madre a encerrarlo con solo 12 años en una comisaría en donde recibió tal paliza que “otros presos lloraban maldiciendo a la mujer que habiéndome parido permitió que me tratasen así”. Por esa violencia constante que recibe de casi todas las personas que lo rodean es que un día decide empezar a caminar hacía un callejón sin salida para nunca más regresar a un techo. Caminar la noche, en la que conoce algo así parecido al afecto. En palabras del escritor: “doña María, una pobre mujer con más cicatrices que días vividos, ella llegó a remplazar la madre que no tuve, me aconsejaba y me enseñaba a no fiarme de las apariencias, pues la gente que viste harapos puede ser más buena que la que viste ropas elegantes”.

Una vez que empezamos a caminar la noche, a lo largo del libro, el autor nos hace de guía y nos introduce en el paisaje: “La lluvia es la peor enemiga de nuestros zapatos, los moja, los remoja, los deforma y al final los pudre sin importarle nuestros pies, una persona marginada jamás puede aspirar a comprarse zapatos nuevos eso está lejos de sus posibilidades y de sus sueños”. También nos presenta a distintos personajes que habitan su mundo, tales como los carabineros: “Una madrugada se pasaron de la raya cuando a una tipa dedicada a la artillería pesada y que dormía en una de las tarimas del pasaje Tumusla le metieron un palo de escoba en la vagina, cuando la tipa se puso a gritar de dolor la golpearon ordenándole que se callase los que estuvimos presentes tuvimos que retirarnos porque uno de los carabineros nos amenazó con balearnos si es que no nos alejábamos” o los K´epiris: “Todos los mercados de la ciudad tienen sus k´epiris que se ganan la vida cargando sus bultos y atados, este grupo se ha incrementado en número por quienes emigraron del Norte de Potosí mientras ellos cargan bultos, sus mujeres se dedican a la mendicidad”.

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“Soy antropólogo: soy experto en antros”. Es así como se presentaba Víctor Hugo Viscarra (según cita el periodista Nicholas G. Recoaro en su nota “La última curda” para Página 12) y en este libro da fe de ello. Nos lleva a recorrer en un tour por casi todos los antros no solo del submundo paceño sino también del cochabambino. Nos lleva a embriagarnos con él a medida que transcurren las horas. También nos describe los abusos de las instituciones tales como las diferentes iglesias, hospitales y comisarías. Sobre todo hace una fuerte denuncia a los patronatos de menores, lugar según el autor, donde se cometen las peores aberraciones y que no es otra cosa que una escuela de delincuentes.

Borracho estaba, pero me acuerdo nos presenta a Viscarra hablándonos en primera persona, tratando de no recordar, pero a la vez nos traza un mapa de la marginalidad paceña, con sus antros, sus instituciones y sus habitantes: niños lustrabotas consumiendo thinner, prostitutas intentando no morir de sífilis, travestis huyendo de los carabineros, doctores comprando víctimas para sus perversiones. Aymaras y quechuas poblando los mercados, fogatas en los basurales donde combatir el frío y el hambre, fogatas donde coexisten asesinos, delincuentes y pobres diablos. Es una noche eterna que se avecina y en la que no habrá descanso para un cuerpo que envejece prematuramente.

Cuando señalé anteriormente que este libro es una puesta en escena es porque el mismo nos prepara, y sobre todo en el relato “El cementerio de elefantes”, para enseñarnos por qué y cómo quiere su protagonista que sea su final. Final escrito en el primer párrafo: “Lo más lógico ha de ser que yo sea un verdadero niño cuando me llegue la vejez. Para ella, es cierto, uno tiene tiempo de sobra. Presumo que ha de ser a los cuarenta y nueve años, pues si llego a los cincuenta me suicido. Nacionalizo (robo) una pistola y me pego un tiro”.

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De su autor, Víctor Hugo Viscarra, se sabe poco. Que nació en La Paz  un dos de enero de 1958 y que a los trece años abandonó su hogar para vivir en la calle hasta su muerte. Publicó Coba: lenguaje secreto del hampa boliviano (1981), Relatos de Víctor Hugo (1996), Alcoholatum y otros drinks – Crónicas para gatos y pelagatos (2001), Borracho estaba pero me acuerdo — Memorias de Víctor Hugo (2002), Avisos necrológicos (2005) y  Ch’aqui fulero – Los cuadernos perdidos de Víctor Hugo Viscarra (2007, póstumo). Sus libros tienen prólogos pero no  biografía. Falleció en mayo del 2006, víctima de una cirrosis fulminante a los 48 años.

En el epílogo de Borracho estaba, pero me acuerdo el considerado, por muchos, el Bukowski boliviano confiesa lo siguiente: “Bastante trabajo tengo para soportarme tal como soy, como para servir de modelo a un escritor, por muy tocayo mío que sea. Y sé muy bien que no se puede separar la literatura de la propia vivencia si no se reconoce los avalares y vicisitudes que uno ha vivido y bebido. Las vivencias personales son las que cuentan, y si estas memorias me ayudan a librarme de mis demonios, y a quienes las lean les sirva de algo, podré pensar que no fueron escritas en vano. No solicito ni pido comprensión a lo que expresan sus páginas.”

Entonces para conocer la biografía de Víctor Hugo Viscarra no nos queda otra que sumergirnos en sus etílicas letras; sobre todo en este libro: la de sus memorias.

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