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Ulises, el tejedor que no espera

Ulises Naranjo nació un 23 de Marzo de 1965, es periodista, escritor y actualmente Gestor de Cultura de los penales de la provincia de Mendoza. Su vida ha sido una odisea llena de pasión, obstinación y un ego bastante importante que le permitió reconocimiento a nivel provincial y nacional.

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—La primera vez que me paré frente a los presos a enseñarles algo que yo sabía fue fuertísimo. Era verse parado frente a los pibes de mi barrio, eran los pibes de mi barrio que estaban ahí, era yo que estaba ahí.

Llega puntual con un andar a la defensiva, de estatura media, robusto, morocho, pocas canas y mucho pelo, nada de su ropa llama la atención. Nos sentamos en un café, se saca los anteojos rectangulares de patillas verde flúo, se refriega los ojos y al despejar la cara veo su rostro entre cansado y molesto como arrepentido de este encuentro.

“Tenemos el nombre que nos merecemos”, dice a pesar de ser herencia del padre y del legendario personaje, a quien parece hacerle honor. Odiseo, viaje, anhelo, aventura, pelea, astucia, soledad permanente; esa es la imagen que quiere tener de su nombre. Y ahora sus ojos ya no miran. Se abstrae a un viaje en el pasado, a su tesoro más preciado, la casa de su infancia, a la que describe en un barrio del “oeste hostil, barrio obrero” (Villa Marini) donde el piedemonte era su patio y él lo llama “el campo”.

—Me crié en la calle, fue un aprendizaje colectivo.

Hijo de un hombre que trabajaba limpiando en un hospital de la zona y logró ser enfermero de cuidados intensivos, y de un ama de casa que se las rebuscaba cociendo después de haber hecho un curso de corte y confección. Infancia privada de cloacas y gas pero llena de buenos recuerdos de potrero, zanjón de aguas marrones y turbulentas, de viñas a donde robar uvas, de acequias de barro podrido, de jugar con las ondas, las bolitas y los pibes con los chocos. De olor a tomillo, a tierra mojada a yerbeado y pan casero con margarina. No hubo una biblioteca pero en cambio hubo un padre al que veía jugar al futbol, al que escuchó cantar folklore con sus tíos, una madre acompañando. Nunca hubo quejas por la comida ni violencia, tampoco un abrazo.

 “Siempre me he caracterizado por jugar muy bien al fútbol, jugaba de 10, el puesto más creativo”, cuenta. Y le iba bien a tal punto de haberse ido a probar en Independiente de Avellaneda y subirse al tren a los tres meses aludiendo que aquella vida en Barracas, de conventillo, prostitutas, taxistas ásperos, y gente muy marginal,  no le gustaba. Ya existía la poesía en su vida y lo esperaba la universidad para estudiar letras. Cuenta mientras ordena obsesivamente los objetos sobre la mesa.

El salto cultural feroz comenzó cuando logró entrar al colegio Martín Zapata (prestigiosa escuela secundaria de la UNCuyo). Él se tenía confianza. “Me costó mucho, me llevé 33 materias que las preparaba solo en enero pero nunca repetí. Si permanecí en esa escuela fue porque hice amigos para siempre y porque jugaba bien al futbol, los invitaba a jugar a mi barrio y ellos iban (lo dice entre asombro y orgullo). Me veía sucio, hecho una mugre, usaba unas zapatillas Adidas negras que me servían como zapatos, me lo permitían en la escuela porque debo haberles generado algo de ternura”.

Esos años fueron una revolución en su cabeza: otros amigos, su primer festejo de cumpleaños, los “chalet” donde vivían sus compañeros, el rock, las chicas con olores diferentes, de cabellos largos, lacios y sueltos que inclinaban la cabeza y se enamoraba. Descubrió las vacaciones, los restoranes, el mar, los libros y la poesía. Fue apareciendo su narrativa, su deseo de escribir, “probablemente ya se estaba construyendo durante la infancia sin tener elementos para bajarlas”.

Un vecino, ahora verdulero en el mismo barrio, tenía muchas revistas de cómics. “Me acuerdo que una vez me prestó una, la leí y me reventó la cabeza, después me las leí todas. Creo que ese fue mi primer contacto con la lectura”. El acercamiento al mundo de la educación y la cultura lo salvó, se le abrieron otras posibilidades y pudo elegir vivir de otra manera, otra construcción social.

En palabras de su amigo y colega Luis Abrego, “Ulises es un poeta suburbano, que no es seudónimo, que hizo de la ilustración una caja de herramientas para la aventura o el sesgo romántico que tienen los que —con su impronta— deciden que la vida es una pelota con la que jugás o juega con vos. Irreverente y sensible, es capaz de reírse del que quedó desparramado intentando quitarle su objeto de goce, pero también deja todo y te da la mano para que te levantes y sigas corriendo”.

—Mi trabajo periodístico ha sido una lucha para no irme del barrio y desde ese lugar busqué legitimar a esa clase social.

Cuando vuelve al barrio, sabe lo que piensan sus vecinos: “a este le fue bien en la vida”. “Me tratan con una distancia que yo busco eliminar insultando, buscando el contacto físico con un abrazo”.

Mientras estudiaba letras, trabajaba; su madre le había pedido que ayudaran a su hermano mayor con dinero para que se recibiera de médico en Córdoba. En esos años le ofrecen trabajar dando clases de apoyo en la cárcel a los presos. Lleva treinta y cinco años, nunca más se alejó. (Recién en el 2010 le empezaron a pagar un sueldo).

—El ambiente de la cárcel es muy especial, mucha gente que va no la pasa bien, se ven muchas cosas, ni siquiera relacionadas con el maltrato. Ves la tristeza, la ausencia, la soledad, la desesperanza, ves la pobreza. ¡En cambio yo me siento tan útil, tan auténtico!

Ante la posibilidad de trabajar en un medio hegemónico (MDZ diario online) no sintió contradicción respecto a sus ideas sobre el mundo al que pertenecía. “No dudé cuando me ofrecieron trabajar en los medios: antes me leían diez, ahora, cien mil. Desde ese lugar puedo mostrar el mundo que no está a la vista y desde ahí empezar a tejer una red solidaria con toda la gente que quiere ayudar, y es mucha, pero no saben cómo hacerlo”.

Cuando le pregunté si tuvo la necesidad de construirse una coraza para poder sostener a ese ser que eligió ser, respondió duro y tajante “¿por qué?”, y retomó su respuesta bien armada: “no, coraza no, más bien un pequeño escudo, un escudo y una espada. ¡Aspiro a la épica en todo lo que hago!”

Lo cierto es que Ulises es un periodista costumbrista, que con poesía describe el folklore de su lugar. Desde su reino que supo construir (su familia y su trabajo, por lo cual vela) no se queda sentado esperando sino que teje… teje…y teje.

 

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