Martín Caparrós (Primera parte)
Por Fernando Pittaro
Martín Caparrós llega apenas tarde, pero nadie lo nota. Él sí, y se disculpa. Viene de una entrevista en una radio. Siempre de negro, pide un café, que luego será motivo de confusión. No recuerda cuál fue el último libro que compró en una librería, ahora lee casi todo en su kindle y, muchas veces, el rol que cumplía la lectura lo ocupan las series. Escribe por las tardes y asegura que “totalmente concentrado en el laburo, tres horas por día es más que suficiente”. Critica la crónica caniche, esa que se dedica a “peinar perritos para que queden bonitos con recursos elegantes” y destaca que lo que a él le importa es “tratar de pensar los temas más urgentes y más brutos”, así surgió El hambre, su último libro, y de BUE, el próximo, sólo adelanta que “me está costando un huevo y la yema del otro”.
Es un jueves soleado en un bar de Palermo. Y dentro de quince minutos Caparrós va a interrumpir la charla para decirle al mozo que el café no era con leche, que era en jarrito y solo. Caparrós lo toma sin azúcar ni edulcorante, así, de la máquina al pocillo. Y dentro de media hora va a interrumpir la charla para tomar un antibiótico que le dio el dentista que visitó ayer, como cada vez que vuelve a Buenos Aires. “La patria es el lugar donde uno va al dentista”, se ríe y guiña un ojo.
Caparrós está de buen humor. Ayer viajó gratis en colectivo.
¿Te reconoce la gente por la calle?
Sí, sí, bastante, gente que no forma parte del núcleo que uno pensaría que tal vez le pudiera reconocer. No sé, ayer me tomé el 118 y el colectivero me dejó pasar y eso me da como gustito.
¿Qué estás leyendo ahora?
Ayer por ejemplo leí el libro de Mauro Libertella sobre su padre, que era un buen amigo mío y mejor escritor. Así que lo leí con mucho interés y mucha emoción.
¿Y tenés el próximo que vas a leer o ya se verá qué viene?
No lo sé. Anoche abrí un momento El monje, de Matthew G. Lewis, es una novela gótica inglesa de finales del XVIII. Yo lo había leído hace, qué sé yo, treinta y tantos años. Y ayer estaba con una amiga, hablamos del libro, yo lo tengo en el Kindle y dije, ¿sabés que lo voy a leer de nuevo?
¿Y cómo te llevás leyendo en el Kindle?
Casi todo leo en el Kindle.
¿No marcás ni subrayás los textos?
Se puede hacer perfectamente en el Kindle. Además, las notas son más manejables en el Kindle que en el papel. Pero sobre todo es porque yo, que me paso más de la mitad del tiempo viajando, uno de los grandes problemas de mi vida era el miedo a quedarme sin un libro en el momento que lo necesitara. Con el Kindle en cualquier lugar y en cualquier momento podés recuperar o conseguir algún libro que te interesa. Yo siempre recuerdo una escena patética, hace más de quince años, en Mandalay, la segunda ciudad de Birmania. Estaba laburando ahí y cuando llegué a la ciudad me di cuenta de que no tenía nada para leer y yo estaba solo y en esos lugares cuando se va la luz, a las seis, siete de la tarde se acaba todo, entonces la noche se puede hacer larga. Y me desesperé. Dije, ¿dónde mierda consigo algo para leer? Y lo primero que hice fue alquilar una bicicleta, que iba a usar durante mis días allí, y empezar a recorrer la ciudad para ver si conseguía un libro en algún idioma que entendiera. ¡Y no conseguía! Fui a lugares de viejo y nada, ¡no conseguí un puto libro! Lo único que conseguí fue una revista de a bordo de Thay Airways y la leí, ¡muchas veces! (ríe) Durante tres, cuatro días, fue lo único que tuve para leer. Bueno, esto con el Kindle no te pasa.
¿Y no podés no estar un rato leyendo?
Sí, bueno, ahora, con cierta perplejidad me encuentro con que, a veces, el rol que cumplía la lectura lo ocupan las series. Veo muchas series, y esa forma de lectura, entre liviana y compulsiva, me está llevando mucho últimamente.
¿Creés que ahí se está haciendo buena literatura?
Bueno, literatura es un abuso del lenguaje, pero se están contando muy buenos relatos, sí, sí, sí, claro que sí.
¿Hay alguna por la que tengas especial fascinación?
He visto la mayoría y, qué sé yo, si tuviera que elegir honestamente alguna sería ‘El ala oeste de la Casa Blanca’. Fue de las primeras que me fascinaron y, si no recuerdo mal, ya la vi tres veces entera, lo cual es un despropósito.
¿Cuál fue el último libro que compraste vos, que entraste en una librería y preguntaste, cuánto sale éste?
Lo que pasa es que ahora me sucede más comprar libros en Amazon o así que en librerías, por esa estupidez tan contemporánea de la satisfacción inmediata. Leo un artículo sobre un libro y lo quiero ahora no mañana cuando vaya a la librería.
¿Pero en una librería? Así, que pasaste enfrente y te tentaste.
Vos sabés que no me acuerdo.
La dejamos para después entonces.
Dale, dale.
En la entrevista que le hicimos en Continuidad De Los Libros a Leila Guerriero, ella nos decía “cuando estoy trabada o tengo alguna duda, voy a una crónica de Caparrós, y me soluciona alguna cuestión puntual”. Cuando a vos te pasa eso, ¿a quién recurrís o cómo solucionás esa cuestión?
Alguien hizo una pregunta parecida en ‘The New Yorker’ que me hacía gracia. Algo así como qué música ponía Sinatra cuando quería enamorar a una chica en una época en que cualquier otro hubiera puesto música de Sinatra. Y Sinatra decía que Tony Bennett. Es esa misma pregunta. Pero yo no tengo la sensación de tener un recurso de ese tipo.
Tal vez el recurso sea descansar un poquito y después volver.
Claro, eso sin duda.
Pero no es que tengas un manual que digas, che, me parece que este tipo solucionó esto de tal manera…
No, ojalá pudiera recurrir a eso.
Cuando terminás un libro, además de a tu editor, ¿a quién se lo das a leer?
Eso varía, porque mi vida de relaciones es un poco mutante. Por ejemplo, con El hambre se lo di a leer, cuando estaba en un estado mucho menos completo que ahora, a Jordi Carrión. Me resultó muy útil su lectura y no es fácil encontrar eso.
¿Pero sos muy selectivo sobre a quién recurrir para que te haga un aporte?
Casi nunca lo hago circular, pero no por selectivo, sino porque no tengo ganas de molestar a los amigos.
¿Tenés algún tipo de rutina de trabajo en tu escritura?
Sí, bueno, cuando estoy en casa, aunque últimamente eso pasa poco. A la mañana hago cosas varias, desde escribir algún texto periodístico hasta pagar la luz o dar una vuelta. Y después de comer, me siento a escribir.
¿O sea que escribís más de día que de noche?
Sí, sí, de día. De noche es rarísimo que escriba. Así que nada, me siento a las tres de la tarde, tres y media, hasta las siete, siete y media. Aprendí hace relativamente poco que, si trabajo en serio, eso quiere decir totalmente concentrado en el laburo, tres horas por día es más que suficiente.
¿Tenés en la cabeza escribir tus memorias, una especie de biografía autorizada por vos mismo, digamos?
A veces lo pienso, sí, a veces hasta tenía título y todo pero ya no me acuerdo. En un momento pensé en escribir algo así que se llamase “El espectador”, por varias razones pero, sobre todo, por haber sido espectador de mí mismo, de eso iría el relato. Pero lo más probable es que no lo haga porque, por un lado, es una impudicia vanidosa suponer que a alguien le va a importar lo que a uno le fue pasando, por otro lado, porque sospecho que una parte más o menos proporcionalmente importante de esas memorias ya les he contado de diversas maneras en distintos libros. De hecho ahora estoy terminando un libro que tiene algo de memoria oblicua porque es como una compilación comentada de una selección de mis crónicas.
Pero en el caso de que hicieras tus memorias, ¿las harías vos mismo o se lo dejarías a alguien de total confianza? Podría ser una serie de charlas transcritas, por ejemplo.
No sé, no lo pensé. Yo, ahora, a primera vista, se me ocurre que usaría las charlas como una forma de poner en claro el material pero a partir de ahí haría un texto.
¿Dirías que sos más bien un tipo solitario o, por el contrario, que necesita estar con gente?
No. Puedo estar mucho tiempo solo y me gusta, disfruto mucho de estar solo.
¿Lo necesitás?
Sí, supongo que lo necesito. Cuando me paso dos o tres días que estoy todo el tiempo con gente, sí me dan ganas de estar un rato solo. No sé, yo siempre me pregunto si hay gente que la pasa mal sola. Y sí, supongo que sí, es un lugar común.
El estereotipo dice eso.
Sí. Yo no sé si puedo pasarla mucho peor con gente que solo. Solo casi nunca la pasé mal. El buen solo, que le dicen.
Una vez dijiste: “La política de un escritor consiste sobre todo en tomar riesgos con sus textos, en no dejarse escribir por el mercado”. ¿Qué sería hoy para vos ir en contra de eso?
No sé, lo obvio.
¿Qué sería y hasta qué punto uno lo puede hacer?
Bueno, puede saber que quiere intentarlo, después es una de esas cosas que no tienen ninguna garantía de cumplimiento. Justamente por eso vale la pena, pero también justamente por eso son incomprobables, es decir, yo sé que quiero hacerlo, lo que no sé es en qué medida lo consigo. Pero es un momento raro porque yo me acuerdo a fines de los sesenta, que un grupo de amigos estábamos en la revista ‘Babel’, y teníamos un grupo que se llamaba ‘Shanghai’ y discutíamos, etc. Lo bueno en ese momento para los escritores era que éramos profundamente innecesarios. Ya la causa del pueblo no nos esperaba, bueno, nunca esperó pero nosotros creímos que sí, nuestras palabras y, decididamente, no había tampoco un mercado que estuviera intentando hacer dinero con lo que nosotros produjéramos. Entonces al no tener ninguna necesidad social ni económica, estábamos librados a la literatura, es decir, teníamos que hacer lo que pudiéramos hacer sin ninguna justificación externa, excusas o coartadas. Y eso era interesante y aterrador al mismo tiempo. Yo pensé que siempre iba a ser así y lo curioso es que, ¿cuánto hace? Poco más de veinte años después, veinticinco, creo comprobar que sí se armó un sistema de demanda para los escritores que está compuesto de una parte de mercado, una parte de famoseo, una parte de recompensa narcisista en todo un circuito de, qué sé yo, que si festivales, que si presentaciones, en fin, una mezcla de recompensa material y simbólica. Y eso tienta. Mucha gente escribe para funcionar dentro de ese circuito: para tener un poco más de traducciones, para que te inviten a lugares donde se coma un poco mejor, etc. Con lo cual la tentación de la supuesta demanda reapareció cuando yo pensé que ya había desaparecido por el rol eminentemente secundario que juega la literatura en la circulación del discurso contemporáneo. Entonces, de nuevo, para sustraerse a esa tentación de cumplir con la demanda hay que hacer un esfuerzo voluntario, así como yo tenía la impresión hace veinticinco años de que esa situación se daba por sí misma: no había demanda y, por lo tanto, ni siquiera había que hacer el esfuerzo, sólo había que resignarse a que nadie te esperaba y por lo tanto había que hacer lo que uno quería. Ahora sí hay que hacer ese pequeño esfuerzo de sustraerse de la tentación de los temas que funcionan, de la prosa que funciona, de los modos y maneras que funcionan. Y esa me parece que es la posición política por antonomasia del escritor, digamos, negarse a ser escrito por esa demanda que tiene, tal vez, en la proporción que te decía antes hay algún error, porque quizás hay dos o tres partes de mercado, una de famoseo y una de narcisismo. Después la forma escritural en la que cada uno busca sustraerse de esa demanda puede ser muy variada, pero me interesa como posición de base, sí.
¿Crees que El hambre es una muestra de ello puesto que puede incomodar a muchos o al contrario, porque tal vez a Planeta le conviene que salga este libro y que Caparrós hable de esto?
Me parece que en este caso no. Yo ciertamente no lo hice porque nadie me lo pidiera y, más bien, como inversión es una catástrofe, porque me llevó tres o cuatro años de trabajo, en términos monetarios no funciona. Pero sería como presuntuoso de mi parte tratar de pensar en qué medida esto funciona en contra de esa demanda hegemónica. Yo quiero que sea así y te puedo decir las dos o tres justificaciones que me doy a mí mismo de por qué yo creo que es así. Por un lado porque es un libro muy panfletario en una época en que el panfleto está como fuera de moda, digamos, porque se lleva más la elegancia, la ironía, la ambigüedad. Y esto es directo, nada elegante, yo quería hacer un panfleto sobre un tema que me preocupaba particularmente y sobre el que no tengo sutilezas que decir. Por otro lado, en un momento en que me incomoda cierto uso cada vez más manierista de lo que yo llamo la crónica caniche, que se dedica a peinar perritos para que queden bonitos con recursos elegantes, recordar que lo que a mí me importa de hacer crónica es tratar de pensar los temas más urgentes y más brutos, también me parece trabajar de algún modo en contra de lo establecido.
¿Suscribirías esta frase?: “Hay cosas más importantes que la literatura: la amistad, por ejemplo”.
No. Todo ese tipo de sistema de valores… ¿qué quiere decir que es importante? Hay gente que le gusta más leer y escribir y hay gente que le gusta más juntarse con los amigos. ¿Quién tiene la autoridad para producir sistemas de valores?
Leí que estabas trabajando en BUE, tu próximo libro ¿Cómo es escribir sobre la ciudad que más conocés? Donde están tus afectos, tus recuerdos…
Donde voy al dentista. La patria es el lugar donde uno va al dentista.
¿En qué etapa está BUE?
Me está costando un huevo y la yema del otro. Llevo años trabajando en este libro.
¿Pero te cuesta mucho porque tenés mucho que decir?
Sí, me cuesta mucho porque estoy un poco ambicioso. Quiero encerrar la ciudad en un librito y, obviamente, no se puede, pero al mismo tiempo no me resigno a no poder.
¿Llevás muchas páginas?
No sé cuántas llevo. Tengo como muy desperdigado todo. Debe haber cien o doscientas páginas pero las tengo desperdigadas porque precisamente una de las discusiones que tengo muy intensas conmigo mismo es sobre la estructura del libro. Intenté trabajarlo como una especie de material digital, digamos, con hipervínculos y cosas por el estilo, y no le encontré la vuelta. Ahora volví a resignarme de algún modo al papel y de hecho voy a ver si cuando termine este viaje vuelvo a sentarme con eso. Pero es un libro que me tiene…
¿Es lo próximo que querrías liquidar?
No tengo apuro pero sí, no por una cuestión de cerrarlo o terminarlo sino que lo que sí me encantaría sería encontrarle esa vuelta que todavía no encuentro. Lo quiero armar como una especie de gran fresco rompecabezas y tiene muchísimas piezas y nada, nunca termino de…
Te quería preguntar algo respecto a los sentidos. ¿Qué olor o sonido de la infancia te sigue retumbando en la cabeza ya sea que estés en Sri Lanka, en Níger o en Barcelona?
(Piensa, piensa) Es curioso… Sabés que podría improvisar algo pero la verdad es que hay muchos olores que me recuerdan cosas. Mucho más olores que ruidos. Pero no llegan hasta los plazos que vos me diste, o sea, me da la sensación de que todo mis sistema de referencias empieza unos años después. A partir de los 14 ó15 sí hay muchos olores que me remiten a cosas, pero de chiquito no sé qué hice, ¡borré todo!
¿Considerás que Buenos Aires es tu lugar en el mundo?
Para bien y para mal, sí. Tiene sus momentos: hay momentos en los que estoy más o menos peleado. En este momento estoy particularmente peleado y por eso estoy viviendo en Barcelona, pero sí, más allá de mi voluntad. Igual yo me atrevo a decir que tu lugar es el lugar al que nunca llegaste, el lugar al que no podés recordar haber llegado. Yo viví en París, en Madrid, en Nueva York y ahora vivo en Barcelona pero a todos esos lugares recuerdo haber llegado alguna vez: recuerdo mi primera vez. En cambio a Buenos Aires no llegué nunca, y eso establece una fatalidad. Lo que pasa es que después, ¿qué hace uno con esa convicción? Una cosa es decir bueno, este es mi lugar y por lo tanto estoy de algún modo condenado a él, o este es mi lugar y de tanto en tanto voy a ver qué hago para esquivar esa pertenencia.
¿Pensás en radicarte en algún momento acá o en algún otro lugar o vas a seguir estando de gira por mucho tiempo más?, es decir, ¿tenés una fantasía de retiro, qué sé yo, en Tigre, por ejemplo, donde viviste?
No, no tengo esa fantasía de retiro por dos razones: porque soy un trucho, un truchador de mí mismo y otra porque llevo veinticinco años retirado. No me imagino un retiro que fuera distinto a la vida que tengo, ¿entendés? Ese es el asunto.
Sería un retiro en actividad, entonces.
Bueno, sí, es que no tengo nada de lo que quisiera retirarme. Mi vida es un retiro feliz.
¿Qué perspectiva te da ahora analizar la realidad argentina desde la distancia, desde Barcelona?
Me cambia poco porque cuando vivía acá tampoco me pasaba menos de tres o cuatro meses afuera, entonces nunca dejé de tener esa perspectiva más externa, digamos. Sí me cambia ahora algunas cosas de percepción, de cotidianeidad. Boludeces. El hecho de que cuando bajo a comprar el pan, los tomates, en el barrio de Barcelona casi todos los comerciantes que me los venden me sonríen y me hacen dos o tres comentarios amables, eso me hace recordar que acá eso no me sucede. Y me hace preguntarme también por qué estamos tan empeñados en esa especie de gruñido de vida, digamos. Son boludeces, pero supongo que por viejo cada vez me resulta más agradable que la gente se trate un poco bien mientras no valga la pena tratarse muy mal, quiero decir, hay momentos en los que vale la pena tratarse para el orto y hay que hacerlo pero, cuando no es estrictamente necesario, ¡es tan agradable tratarse amablemente!
¿Y hay alguna cosa que extrañes de acá, del orden de la nostalgia?
No, bueno, son pocas. Más allá de las personas, como actividad y para ser franco, extraño sobre todo ir a la cancha de Boca, sólo que ahora los dirigentes se han apiadado de mí y han morigerado mucho mi melancolía vendiendo a Riquelme. Así que ahora extraño mucho menos esto de ir a la cancha.
Vuelvo a la pregunta del comienzo. ¿Te acordás del último libro que compraste en una librería?
Honestamente, no.