Martín Caparrós

Martín Caparrós: «Vivimos en una época en la que pensamos el futuro como amenaza»

 Martín Caparrós (Segunda parte)

Por Fernando Pittaro

Martín Caparrós tiene un secreto bien guardado: se llama La Historia, un libro de  mil páginas que tuvo una edición limitada y muy pocos se animaron a leer. Dice que es la única obra de la que se siente orgulloso. De su último libro, El Hambre, rescata las últimas cincuenta páginas donde intenta responder “cómo carajo se hace para modificarlo”. Lo que más lo marcó en su vida fue haberse ido de la Argentina a los 18 años. Tuvo miedo en Perú, hace veinte años, pensaba que lo iban a matar. Ahora, sólo le interesan unos cien libros que guarda en cajas, no echa de menos las bibliotecas que va dejando por el camino. Una frase de Samuel Beckett lo viene persiguiendo: “Try again. Fail again. Fail better”.

Tiene un teléfono celular y dos chips: uno catalán que usa en Barcelona y uno argentino cuando pisa Buenos Aires.

El café amargo lo toma de a sorbos lentos. Le dura casi toda la charla. Mira a la fotógrafa de reojo pero nunca deja de hablar. Tiene voz ronca, la de un tipo engripado que sólo se detiene para toser y pensar.

Martín Caparrós

Decís sobre tu libro La Historia que es el que más tiempo te ha llevado escribir, el que más te importa o sobre el que te sentís más orgulloso, sin embargo casi nadie lo leyó. ¿Qué va a pasar con ese libro?, ¿va a volver a salir, se va a poder leer, seguís teniéndolo como un tesoro que todavía es tuyo?, ¿cuál es el destino de La Historia?

Yo quiero volver a publicarlo. Supongo que sucederá en los próximos años. Hace tres, cuatro meses, en un momento en el que tenía que desenchufarme, que estaba trabajando en El hambre y tenía que tomar un poco de distancia, me puse a releer el manuscrito de La historia, que hacía muchísimo que no veía, para ver si ahora lo publicaría parecido o si le cambiaría muchas cosas. Leí, qué sé yo, unas cien páginas, y me sigue pareciendo que, para bien o para mal, no se ha hecho nada parecido.

¿Cuándo lo escribiste?, ¿qué te estaba pasando?

Lo escribí durante los 90 y no sé qué me estaba pasando.

Si el producto final te convenció tanto, por ahí vos estabas en un momento muy pleno.

No sé si necesariamente. No, lo que pasa es que toda la porquería que hice después fue de algún modo la consecuencia de La Historia también. Quiero decir, tenía tanto la sensación de que ya había hecho todo lo que podía hacer, que sigo pensando que la mayoría de los libros que publiqué después son notas al pie de un libro que está hecho de notas.

Y eso que después vino El interior

Sí, después vino casi todo, pero tengo la sensación de que son como desviaciones, canalizaciones de un río mayor que es La Historia.

En algún momento vamos a poder leer La Historia entonces.

Pero no es que no se puede leer porque no está publicado. No se puede leer porque nadie soporta leerlo. Es decir, la gente que tiene el ejemplar tampoco lo lee.  No es un problema de disponibilidad, es un problema de legibilidad o de atractivo o de lo que mierda sea. Quizá sea malo. Quizá esté yo también equivocado pero a mí me sigue gustando más que los otros que hice.

¿Lo ha leído gente a la que vos le tenés respeto y te ha hecho una devolución tan buena como la que vos tenés?

Algunos. Otros no lo han leído.

Ah, bueno. ¿Cuántas páginas tiene?

Como mil. Pero tiene un sistema raro de notas en el que hay ir y venir, etcétera, etcétera.

Como que las notas al pie son un interés en sí mismas.

Claro, las notas no están al pie sino al final de cada capítulo. Qué sé yo, por ejemplo, hay un capítulo que tiene ochenta, cien páginas y después hay un capítulo de notas que tienen cien o doscientas y a veces las notas tienen treinta páginas. No es un relato que fluya. Es una especie de compendio sobre una civilización.  Pero quizás no me salió como yo creía.  Seguramente saldrá en unos años y podrán arrumbarlo otra vez.

Las sensación que tuve al leer El hambre es que se trata de tu anterior libro Una luna pero multiplicado por veinticinco, en el sentido del efecto que produce en el lector. Una luna te golpea, esto te tira al ring y te liquida. A la hora de escribir este libro, ¿te cansó físicamente, espiritualmente?

Sí, bueno, me costó bastante trabajo. De hecho, tuve más dudas de las que suelo tener y reformulé más veces de las que suelo reformular.

(Se detiene un momento para tomar un antibiótico que le dio el dentista).

¿Venís del dentista ahora?

No, ayer, pero me hizo una masacre.

O sea, que te trata mal la patria.

No, es que es una boludez de mi parte porque como efectivamente vengo al dentista acá, cada vez que vengo a Buenos Aires vengo al dentista y entonces esto crea un reflejo condicionado totalmente negativo: ¡si venir a Buenos Aires es venir a que te metan un torno en la encía…! Nada, es un truco que me está saliendo cada vez mejor.

Volviendo a la respuesta anterior: tuve más dudas y lo dejé más de lo que suelo y, entre otras cosas, porque efectivamente tenía el miedo de caer en el supuesto golpe bajo. Y al mismo tiempo me decía que es un golpe bajo calificar de golpe bajo el hecho de poner en escena cosas que no queremos ver pero que están ahí. Así que sí, efectivamente me pregunté bastante sobre cómo contarlo, cómo graduarlo. Y el otro problema con este libro era que me importaba mucho combinar esos relatos con intentos de comprensión. No quería hacer una postal costumbrista de la miseria sino tratar de entender por qué se produce, cómo, cada caso de qué manera, etc. Y la imbricación de este relato, como de crónica y ensayo por decirlo de una manera rápida, que es algo que a mí me interesa particularmente trabajar, en este caso era un poco más difícil porque el hambre es un fenómeno muy complejo y hay que tomar en cuenta muchas cosas y desarrollarlas.

¿Fue un laburo que te cansó físicamente? Más allá del intelectual.

No sé si físicamente pero, mirá, me había olvidado, me hiciste acordar de algo que me reía yo de mí mismo porque muy a menudo, cuando estaba trabajando en El hambre, me levantaba de la silla, no sé, para ir al baño, o para ir a buscar un café o lo que fuera, y siempre decía, ¡qué laburo! Y es algo que en general no hago. Sí tenía esa percepción, pero además con esa frase idiota que la decía sin pensar y que cada vez que la decía sin pensar me hacía reír, por pelotudo.

¿Hiciste este libro porque pensaste que de alguna manera podrías contribuir a que el panorama se modifique o solamente porque tenías la necesidad de contar que ese mundo existía y exhibirlo?

No, no tengo la vanidad de pensar que puedo modificar nada. Pero me importa haber puesto por escrito todas estas cosas.

¿Y te deja tranquilo?

Me satisface pero no me deja tranquilo. Obviamente sigo pensando estas cuestiones. Pero sí me gusta la idea de que tal vez haya alguien que lo lea y se le pueda ocurrir algo más interesante para de algún modo avanzar en esas modificaciones. Por eso me interesan de este libro particularmente las últimas cincuenta páginas, que es más una discusión sobre cómo carajo se hace para modificar algunas de estas cosas. Una discusión en la que de algún modo se toma al hambre como metáfora, pidiendo disculpas por llamarlo metáfora y por los 900 millones de personas que me darían con un palo en la cabeza si yo dijera que es una metáfora, pero que también lo es, como la metáfora de la marginación más extrema, de la desigualdad más brutal, y entonces en esas páginas intento discutir ese tipo de situación para pensar la posibilidad de un cambio social que parece muy lejano en este momento.

Mientras lo escribías, ¿leías otra cosa como para matizar la crueldad de lo que estabas narrando, para salir de esa música que siempre te decía lo mismo?

Sí, sí, claro, leía bastantes cosas.

En alguno de estos viajes, ¿hubo algún momento en el que dentro de tanta desazón sentiste un cachito de esperanza y dijiste: dentro de este panorama nefasto, no estamos jodidos del todo?

Sí, bueno, para empezar, fui a varios de estos lugares, a Sudán, o a Níger, o a Bangladesh, o a la India, con gente de Médicos sin Fronteras porque era la manera de acceder a los desnutridos. Muchos de los pibes con los que pasaba esos días, vivía en su casa y demás, me impresionaban porque son como una manera muy contemporánea de llamémosle militancia, en el sentido de que les importa ir a lugares muy ajenos para ver si pueden ayudar a alguien y, al mismo tiempo, no lo hacen con el espíritu de sacrificio que hubiera sido más propio de otras épocas militantes, sino con la idea de que eso les da placer y experiencias interesantes y cosas divertidas para contar cuando vuelvan. Entonces esa posibilidad de mezclar la idea de ayudar y de contribuir pero sin dejar de lado la propia satisfacción, el propio placer, me parece una idea contemporánea que me interesa. Y por otro lado, sí encontré en muchos lugares gente que sigue intentando hacer cosas, que decide ocupar todo lo más de su tiempo y de su fuerza para que todo esto deje de suceder.

Martín Caparrós

Durante esta charla, que debe llevar una hora, mil personas han muerto de hambre.  ¿A quién crees que le importa lo que vos decís en El hambre?

Hay unos capitulitos que aparecen a lo largo del libro que están llevados por un leit motiv que es cómo carajo conseguimos vivir sabiendo que pasa todo esto. Y por lo visto lo conseguimos muy bien, acá estamos, yo que me he asomado todo lo posible a esto sigo comiendo rico todas las noches y disfrutando de eso. No sé, el problema de que te importe también es que, me parece, nos han convencido bastante de que no hay formas eficaces de cambiarlo, sobre eso también trato de escribir en el libro. Estamos en una de esas épocas que no tienen proyecto de futuro. Me parece que las épocas de la humanidad se dividen en aquellas que desean su futuro porque lo imaginan y lo buscan, y las épocas que temen su futuro porque sólo pueden imaginarse un curso de degradación. Esta es claramente una época así: reacciones como el ecologismo son la puesta en escena de eso. Se supone el desarrollo económico y técnico como un camino hacia el desastre: el futuro es el desastre que tenemos que impedir agarrándonos a los árboles. Vivimos en una de esas épocas en las que pensamos el futuro como amenaza y al no tener entonces un proyecto de futuro deseable, lo más fácil es hacerse el boludo cuando uno se entera de cosas como éstas, que no sabría cómo modificarlas. Cuando dentro de cincuenta años haya una manera socialmente compartida de pensar cómo puede cambiar todo esto, no va a ser necesario hacerse los boludos, pero en este momento para la mayoría de las personas sí porque mirar hacia allí es sólo aceptar la propia impotencia. Lo que pasa es que yo creo que de lo que se trata es de no decidir lo que uno va a hacer en términos de potencia o de impotencia, sino en términos de resultado. Efectivamente cualquier cosa que uno haga ahora es probable que no surta el efecto que uno querría pero, entonces, uno tendría que alejarse de esa ética del resultado y pensar en las acciones que uno puede intentar casi en términos egoístas, en el sentido de decir, lo hago porque no soporto no hacerlo. Eso mismo de algún modo yo pensé para este libro. Yo sé que esto no va a cambiar pero me sentiría una mierda si no lo hago, entonces lo hago más allá de cualquier idea de resultado. Y también por eso el epígrafe que utilizo, la frase de Beckett “Try again. Fail again. Fail better”.

¿Qué significa ser de izquierda hoy en Argentina y en el mundo? Te lo pregunto, no en el plano de lo retórico, sino que me refiero a qué tema habría que poner en la agenda pública para que dentro de cincuenta años un libro como El hambre no pueda tener una segunda edición ampliada.

Creo que en la última parte del libro se resume: habla de que parece imposible vivir en una sociedad distinta, de que lo difícil no es conseguir algo que parece imposible sino que lo difícil es definir ese algo. Ese algo sería por definición lo impensable. Página 603: “estoy a favor de lo impensable porque se ha realizado tantas veces que sólo se trata de pensar qué impensable uno querría y apostarle del modo que uno pueda. Un nuevo paradigma de lo impensable es lo que constituye su atracción y su dificultad, es lo que vale la pena ser pensado. Maneras en síntesis de causar el reparto, que los bienes estén equitativamente repartidos, que el poder esté equitativamente repartido, buscar la forma política que corresponda a una idea moral de la economía y no la forma de la economía que corresponda a una idea moralista de la política. Así dicho parece una simpleza y no sabemos”.

¿Dónde está la rebeldía hoy?

Bueno, es lo que trataba de decirte recién. No hay grandes relatos, justamente porque el último gran relato que usamos demostró su incapacidad para cumplir lo que prometía, más bien su capacidad para hacer lo contrario. Por lo tanto, con toda justicia, la mayoría lo abandonó. Es uno de esos momentos en la Historia en el que justamente no hay un gran relato hegemónico sino que hay multitud de pequeños relatos que se buscan, que intentan definirse y redefinirse y es interesante por eso, y es angustiante por eso. Es mucho más cómodo saber cómo son todos los pasos que tenés que seguir pero, en general, cuando sabés todos los pasos que tenés que seguir, resignás la capacidad para inventar esos pasos. Ahora no sabemos cuáles son: hay que inventarlos. En eso estamos. Es más lento y es más incómodo.

En un momento dijiste “Clarín es uno de los más grandes males de la cultura argentina”. Explicáme un poco en qué sentido, imagino que te referís a Clarín como el principal constructor de sentido de la clase media argentina.

Sí, quiero claro aclarar que esto lo debo haber dicho hace unos quince años.

No, esto fue en una charla en Eterna Cadencia, en una entrevista que tuviste ahí con Patricio Zunini, a propósito de una discusión sobre la Ley de Medios, que vos decías, “yo estoy de acuerdo filosóficamente con la ley pero desconfío de su aplicación”.

Está bien. Lo que quiero decir entonces de todos modos es que lo empecé a decir hace muchos años y lo sostengo, aunque creo que la desgracia los ha hecho un poco mejores.

¿Menos malos?

No, en el sentido de que siempre se han dedicado a hacer un periodismo muy por debajo de sus posibilidades. Una empresa que tenía todo para que le diera un ataque de orgullo e hiciera muy buen periodismo, siempre tuvo muy claro que se dirigía a un lector que consideraba un poco bobo, un poco infantil y por lo tanto le daba los productos que eso merecía. En ese sentido, me parece que fue una desgracia para la cultura argentina porque los grandes productores del discurso nacional lo que decidió ofrecer, no sólo en el diario, sino también en la televisión, etc., fue un discurso muy rebajado.

Lo que decía específicamente es que el diario siempre tuvo un mecanismo de que hacía periodismo durante tres o cuatro meses cuando necesitaba algo, digamos, cuando estaba atado a alguna pelea con el gobierno por, qué sé yo, la concesión de los teléfonos de Catamarca. Ahí se ponía a pensar y a investigar cosas que al gobierno le podían joder hasta que conseguía la concesión y entonces lo dejaba durante un año o dos. Como ahora están en esa situación permanentemente, eso los ha mejorado un poco, los ha obligado a hacer periodismo, en ese sentido de revolver en la basura a ver qué aparece, que es una de las actividades nobles que tiene el periodismo pero no la única.

Martín Caparrós

¿Qué considerás que fue lo más importante que te pasó en tu vida?

(Un largo silencio. Treinta segundos). ¡Qué cosa! ¿no? Nunca me lo pregunté. Estoy así, perplejo. Me vuelan situaciones y fechas y cosas como en una cámara de Wilson. A mí me gustaba mucho, en el colegio había una cámara de Wilson, es como una especie de ensaladera donde se ven las partículas que van en todas direcciones.

Lo primero que se me ocurre, aunque realmente es algo que no he pensado, es que más allá de momentos afectivamente muy fuertes –que naciera mi hijo-, no creo que haya nada que me haya definido más que el hecho de haberme tenido que ir de Argentina cuando tenía 18 años. No es un hecho particularmente importante pero yo habría sido muy distinto si eso no me hubiera sucedido. En términos de marcas y definición, creo que eso es sin duda lo que más actuó.

En lo relativo a tus viajes, no me refiero sólo a los que hiciste para este libro sino en general, ¿hubo algún momento en el que tuviste miedo en serio?

Sí, me paso algunas veces, tampoco tantas pero algunas me pasó, sí. Una vez en Perú, hace mucho, más de veinte años, caminando a lo largo del río Urubamba,  a unos cien kilómetros de Cuzco. La crónica que escribí después empieza diciendo: “No es bueno estar tan convencido de que te van a matar antes de media hora”.  Y yo estaba convencido. Había bajado de un tren y dos tipos me acompañaron hacia un pueblito donde supuestamente había un cura, que tenía contacto con Sendero luminoso, entonces yo quería hablar con él para ver si conseguía algo y bueno, esos dos tipos empezaron a ponerse así muy…

¿Eran nativos de la zona?

Sí, se bajaron también del tren y me dijeron que iban en la misma dirección y entonces empezamos a caminar por un camino de piedra, al lado del río, y empecé a pensar cada vez más, ya no me acuerdo exactamente por qué signo, pero empecé a pensar cada vez más que me iban a pegar un tiro. Estaban armados. Creo que decían que eran policías, si no recuerdo mal. Pero yo pensaba que me iban a pegar un tiro en la cabeza y que me iban a tirar al río y estaba como indignado porque me parecía tan al pedo, ¡muy idiota! Lo curioso es que más que miedo, como te digo, tenía indignación porque pensaba: si esta gente no fuera tan idiota, yo podría convencerla de que esto no tiene sentido, etc. Pero bueno, mucho más miedo me da un avión cuando se mueve, eso sí que me da miedo.

¿Y cómo te llevás con eso vos que volás todo el tiempo?

Hay épocas que me da menos miedo pero… es que no es miedo, ¡es pánico!

Porque no depende de uno.

¡Claro!

¿A quién te encomendás?

Nada, ¡yo me agarro al asiento! Lo cual es una estupidez porque el asiento está tan móvil como todo el resto. La definición de la situación es que no hay de dónde agarrarse.

Claro.

Pero además yo sé que un avión que se mueve en el aire no es tan peligroso. Lo peligroso es cuando despegás y aterrizás y todo eso, pero en ese momento no me da el pánico…

¿Y te pusiste a investigar en algún momento por qué no habría que tener miedo en el sentido de ver cómo funciona?

Sí, sí, sí, pero es que no es del orden de lo racional. Pero bueno, luego he vivido otras situaciones de riesgo, pero esa de Perú fue muy fuerte, sí.

¿Qué le queda por hacer a Martín Caparrós?

Un buen libro.

¿Otro buen libro?

No, otro no. Un buen libro.

Un buen libro pero, ¿seguirías teniendo por espejo a La Historia? Porque según vos decís tenés la vara muy alta respecto a ese libro, ¿no?

Bueno, uno bueno quiero decir que fuera un poco mejor que ese.

Te dan un anotador y una lapicera y te dicen: escribí una frase, la primera que se te venga a la cabeza.

Try again. Fail again. Fail better.

Te persigue.

Sí.

Martín Caparrós

¿Cómo te llevás con la piratería de libros?

Me parece bien que el escritor gane un dinero por el trabajo que ha hecho escribiendo un libro pero no me parece que eso tenga que ser lo decisivo en el impulso para escribir un libro.  Entonces, si hay una manera en la que la gente quiere leer lo que vos hiciste y no pagar por eso, no me parece mal. Me alegra cuando entro en un sitio de piratería y veo que me han pirateado un poco porque quiere decir que tienen ganas de leer ese libro. Y yo hago lo mismo: entre los libros que me mandan y los que me bajo me queda poco…

¿Y te molesta tener la biblioteca partida? Porque tendrás un poco acá y un poco allá.

No. Yo me fui de acá sin libros. Dejé todo en mi casa del Tigre. La casa además ahora es un hotelito así que supongo que los huéspedes los irán robando poco a poco.

¿Y no te importa?

No, no me importa. Tengo como cien o doscientos que yo guardé en cajas: los que me importan, los de los amigos, etc. Pero los miles que hay ahí, si alguien les gustan, que se los lleve, no me parece mal.

Y en Barcelona, nada, llegué sin un libro y ahora ya tengo de nuevo, porque me mandan.

Y cuando te vayas de Barcelona no los vas a traer.

No, es que no quiero objetos.  En el último tiempo he tenido un giro ridículo, un poco zen.

¿Hace poco que te pasa eso de desprenderte?

Hace bastante poco. La casa de Tigre es grande, con muchos objetos, etc., y me pareció que no quería tener ese peso. Me di cuenta por el placer que me daba la vida de hotel, en la que todo lo que tengo es un bolsito, nada más que eso.

¿Pero es duradera esa filosofía de hotel?

Pero no por no permanecer en un lugar: yo en Barcelona llevo ya un par de años. No es que no permanezca. Lo que pasa es que no quiero tener objetos. Y además, bueno, hay un uso posible de la tecnología contemporánea que favorece mucho eso. Yo tengo mi Kindle, que me da un poco de miedo en Buenos Aires porque dicen que afanan mucho, donde tengo doscientos libros y si ahora mismo se me ocurre leer tal cosa, lo bajo. Y después tengo que la computadora que es mi hogar, el lugar donde realmente vivo: ahí escribo, leo, miro películas, escucho música, etc. Entonces, no se necesita mucho más. Pero no es en un sentido de privación, ¡yo no me privo de una mierda! Pero me pregunto: ¿Para qué cargar algo que puede estar concentrado en dos bolsitas?

 

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