Truman Capote

«A sangre fría», de Truman Capote

 ILUSTRACIÓN:A sangre fría, de Truman Capote. Por Patricia Gutiérrez.

 

[Fragmento]

 …Al poco rato, la casa empezó a llenarse de gente. Llegaron ambulancias, y el coroner, y el pastor metodista, un fotógrafo de la policía, policías del estado, periodistas de la radio y de la prensa. Dios, montones de gente. A la mayoría les habían avisado en la iglesia y actuaban como si aún estuviesen en ella. Con voz muy callada. Susurrante. Era como si nadie pudiera creer lo que estaba viendo. Un policía del estado me preguntó si tenía algo oficial que hacer allí, y que si no era así lo mejor que podía hacer era marcharme. Fuera, en la pradera del césped, vi al ayudante del sheriff hablando con un hombre, Alfred Stoecklein, el peón. Al parecer, Stoecklein vivía a menos de cien metros de la casa de los Clutter, y entre ambas casas no había nada salvo un granero. Pero explicaba que no había oído nada. “No he sabido nada de esto, hasta hace cinco minutos cuando uno de mis chicos ha entrado corriendo y nos ha dicho que estaba aquí el sheriff. Mi señora y yo no dormimos ni dos horas la noche pasada; estuvimos levantándonos todo el tiempo, porque tenemos a la pequeña enferma. Lo único que oímos a eso de las diez y media, o las menos cuarto, fue cómo se iba un coche, y le dije a  mi señora: ‘Se va Bobby Rupp, querida.’ ” Eché a andar en dirección a la casa, y hacia mitad del camino bordeado de olmos chinos vi al viejo collie de Kenyon. Estaba asustado. Se quedó allí quieto, con el rabo entre las patas; sin ladrar, sin moverse. Y ver a aquel animal…en cierto modo reviví lo que acababa de presenciar. Había estado demasiado aturdido. Demasiado obnubilado para darme cuenta cabal de la saña atroz de lo que había visto. Del dolor. Del horror. Estaban muertos. Toda la familia. Gente amable y buena, gente que yo conocía. Habían sido asesinados. Tenía que creérmelo, porque era rigurosamente cierto.

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