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Silvina Giaganti: hablar de amor cuando se termina

“Las cosas se van con vos” es el nombre de la primera poesía del libro Tarda en apagarse de Silvina Giaganti y contiene la idea central que se va desarrollando en su lectura: los recuerdos. “De las cosas recuerdo demasiado, pero dónde dejar lo que recuerdo/ No se inventó todavía un lugar para eso”. La imagen de un sitio donde alojar los recuerdos puede hacer referencia a muchos escenarios diferentes: al significado que se les da, al compartimiento mental que se les asigna, a la emoción que todavía perdura o a la pregunta inevitable: ¿cómo me cuento mi propia historia?

Silvina Giaganti la relata en un poemario con un tono autobiográfico indiscutible y un conjunto de palabras que saben nombrar lo doloroso y lo complejo de la vida. Se aprecia en la lectura una tensión en los relatos: es el movimiento que se percibe en el ritmo del texto y en la retórica de la escritura.  También se evidencia el recorrido en un sentido temático y concreto: en su traslado del barrio donde creció a la ciudad; en su crecimiento económico en relación con sus padres; y en sus encuentros con otrxs. Resolver la identidad enumerando algunas esferas aisladas que nos constituyen sería una trampa, por eso a lo largo del libro se realiza un entrecruzamiento y convivencia de las mismas. Y los recuerdos que se van integrando permiten construir las palabras y los nombres que designan lo identitario.

Pensar en quién soy es el interrogante que ronda en todos los versos, como en movimientos espiralados no uniformes, por momentos se acerca, por otros se aleja, hasta que se vuelve visible: “No sé muy bien quién soy”, empieza una de las poesías con un tono ambiguo, como si tratara de moldear un material amorfo en una superficie delimitada. “La sexualidad es fluida”, sigue, con un atisbo de certeza frente a lo impreciso, con la convicción de haber encontrado respuestas en lo huidizo e inconstante. “Pero no me refiero sólo a eso”, termina la oración.  Pensar en la identidad personal es pensar también en la colectiva y es tratar de entender quién no soy. Es imaginarla como algo que está ocurriendo, que está siendo recordada al mismo tiempo que contada, es nombrar la presencia estructural de lo confuso. Es nombrarse a uno mismo en gerundio, es estar siendo con todo lo que, a la vez, se fue. La pregunta acerca de quién soy y qué hago acá, es la pregunta acerca de quiénes somos y qué hacemos acá. Supone vincularse con otrxs, espejarse mutuamente y compartir el hecho de que no sabemos muy bien cómo responder ese interrogante.

Diálogos con el padre (de los pocos que tenía) y preguntas en torno al amor de su madre conforman imágenes de la intimidad de su casa de la infancia en Sarandí, con una nostalgia que cala fino en los propios recuerdos de quien lee. Los recuerdos, acurrucados en ese terreno confuso entre lo nimio y lo trascendental, entre lo anecdótico y lo traumático, permiten trazar una línea temporal que adquiere valor, casi de manera absoluta, en el presente que se relata. Enunciarlos puede ser una manera de reconocerlos como propios y como parte de lo acontecido en las vivencias personales. Sin embargo, elegir relatarlos es el doble ejercicio –a veces voluntario y a veces accidental- de la selección y edición de los mismos.  Lo que resulta valioso en este libro es el coraje de compartirlos como una forma de mirarlos con cierta distancia, ajenos temporalmente a la propia historia, para, finalmente, poder hacer algo diferente con todo eso que nos aconteció: “No hablar de lo que duele/ Excepto con quien sabe crecer, volver a pasar/por el mismo lugar/ sin hacerse tanto daño.” ¿Cómo sino con otrxs es que comprendemos quiénes somos? ¿Cómo, entonces, encontrar esas palabras que nos definen? ¿Qué es nuestra identidad si no es relacional? Siguiendo el sentido propuesto por la autora, nos quedará entonces, encontrar a quien sabe crecer y volver a pasar.

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Tarda en apagarse puede ser muchas cosas, entre ellas, una conversación. Por eso la necesidad de leerlo de un tirón, como si interrumpirlo significara dejar ir una idea que no va a volver. Como ocurre en algunas conversaciones, en pocas de ellas, en las que en el intercambio se logra pensar en conjunto, hablar como desconocidos de lo desconocido,  y alcanzar un microclima irrecuperable. Eso me pasó con la lectura de este poemario. La intimidad que convoca la autora me remite a un encuentro con un otrx, en un diálogo en voz baja acerca de “lo propio”, en donde menciona aquello que nos cuesta tanto nombrar: la vergüenza, el miedo, a quién amamos y cómo lo hacemos. A medida que avanza la lectura, se va ablandando el terreno generando una confianza en donde los lectores nos animamos a preguntarnos por eso que nos cuesta reconocer y decir en voz alta. No es casualidad, creo, que el paisaje de las poesías sea el cotidiano inevitable de todxs: la infancia, el vínculo con los padres, el amor y el dinero.

La forma poética del libro responde a que es el género por excelencia para la expresión de lo íntimo, donde la síntesis permite poder nombrar lo sustancial, y la estética adquiere nuevas formas que lesionan lo conocido. El lenguaje que utiliza la autora refiere a lo habitual y a lo frecuente, sin embargo, el ritmo del libro remonta a una organización del discurso, una musicalidad de las palabras, que le da una forma a los poemas como vocera idónea de aquello que luego se refleja en la letra escrita: “Mi psicóloga me dijo/ que seguramente mi mamá/ no hablaba mucho/ conmigo ni con nadie/ porque le pasaron cosas/ que la metieron para dentro. Y que si no me hubiera querido/ ni me hubiera dado los cuidados/ que de bebé necesité/ no hubiera sobrevivido. / Que amor tuve, eso me dijo.” Acá la repetición: “mi psicóloga me dijo (…) eso me dijo”, refuerza un pensamiento que, a fuerza de reflexión, demora y compresión fue desarrollándose en los espacios de análisis de quien relata los poemas. Y  la estructura del verso se alinea en la reiteración, haciendo que la forma y las palabras transmiten en conjunto un mismo contenido. Se ve la construcción identitaria como un ejercicio compartido (la psicóloga y la madre). Al mismo tiempo, hay un tono dubitativo que indica posibilidad o duda. No hay certezas permanentes: aparece el modo subjuntivo en la expresión condicional. Y si bien hay muchas negaciones,  cierra con la afirmación sobre el amor: el encuentro con la otra es lo constructivo.

La síntesis de imágenes a través de figuras metafóricas refleja, mediante la experiencia poética, diferentes representaciones de la subjetivación del cotidiano. Se dirige a nosotrxs, a quienes la leemos, en el poema “Once decisiones distintas” expresando: “El día de su cumpleaños me llamó once veces/ y tomó once decisiones distintas. /Me sentí una botella que sacaban/ y volvían a meter en la heladera”. Estas señales textuales nos remiten a lo conversacional por el diálogo que parece, primeramente, que tiene consigo misma y en segundo lugar, con sus lectores. A quienes la leemos ante esa imagen precisa y concreta, nos quedan las preguntas latentes: ¿se sintió usada? ¿Se sintió un objeto? ¿Cómo resignifica una insistencia (once veces) destructiva sobre sí? ¿Cómo recomponer lo identitario? Es el final del poema y los interrogantes quedan abiertos para los próximos.

A medida que van transcurriendo los poemas, el yo lírico que relata hace referencia a distintas mujeres con las que se vinculó sexo-afectivamente, de las cuales se puede advertir que no son todas la misma. Sin embargo, no se explicita esta distinción, transmitiendo experiencias que resultaron significativas por sí mismas y no como resultado “exitoso” de su aprendizaje. En el poema “Mientras estuve con ella, rememora las cosas que dejó de hacer en una relación y se condensan en esta frase final: “(…) mientras estuve con ella no arreglé nada”. En el siguiente, llamado “Cosas parecidas” asemeja simbólicamente las relaciones sexuales con su vínculo en particular: “Yo atrás suyo/ ella, de espaldas a mí.”. En referencia a otra situación (no se sabe si con la misma persona) en el siguiente poema resuelve: “Y me quedé pensando/ que me gustaría tener/ el instinto de un perro: / saber cuántas cuadras acompañar/ y cuando tener que irme.” Estos versos trazan una narrativa no declarada, una continuidad por fuera de un orden cronológico, que puede implicar, quizás que cuando hace referencia a una otra, indica un sujeto colectivo.

En el diálogo entre el silencio (en general en desventaja y subestimado)  y las palabras es donde emerge lo inesperado. Yendo en contra de las recetas ortodoxas de la literatura, siendo resultistas y, muchas veces, cerradoras -cerraduras- de sentidos (y finales), las poesías de este libro mantienen la pregunta abierta y las historias inconclusas, con el peso de lo relativo en las palabras. En una entrevista en la revista Polvo, Silvina Giaganti dice: “En un poema hay menos elementos, es como una casa vacía entonces lo poco que hay, se ve. (…) Porque lo que se dice compite mucho con lo que no se dice. A veces siento que la poesía está más cerca del silencio que otro géneros”. Esta declaración dialoga con las palabras de Richard Ford que inauguran el libro: “La vida se nos da vacía. Tenemos que inventar la parte feliz”. En el vacío cada palabra resuena y hace eco, cada palabra, medida milimétricamente, importa. Y la parte feliz, o no tanto, será lo que podamos hacer con lo que nos fue dado. Esto se refleja claramente en el poema “No era fecha religiosa” en el que hace referencia a la vergüenza que le daba que su padre vaya por todo el barrio vestido con ropa de trabajo y finaliza afirmando: “Hace poco fui a su casa y me llevé la camisa Ombú /que ya no usa,/ me empezó a gustar la tela y el color.” La reconciliación con emociones de la infancia se representa, en este verso, en el reencuentro con un objeto significativo.

El paso del tiempo es un contenido evidente en las poesías. Dice Santiago Llach en el prólogo: “El tiempo pasa, irrevocable, pero como una tortura china a la inversa produce el sentido, el nombre: encontramos por fin las palabras para designar la suma caótica de experiencias, las burbujas de nombradía. Poco a poco lo vamos sabiendo: aprendemos con retorcimiento a expresarnos”. El tiempo del que se habla no está medido por el reloj, es un tiempo simbólico que nombra a los procesos, a la tensión como hecho sustancial de los mismos y la transformación –a veces dolorosa y con retorcimiento- como vivencia necesaria de los sujetos. El tiempo simbólico también refiere a la esfera cultural, social y política que va modificándose e influenciando las vivencias individuales. Tarda en apagarse es también un testimonio de esas experiencias colectivas que encarnan sujetos individuales, con experiencias singulares que, expresadas con las palabras justas, en un texto riguroso, expresan a un sujeto plural.

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En lo que respecta a la publicación del libro, a finales de 2017, fue llamativa su recepción, alcanzando un lugar privilegiado en los rankings de los libros más vendidos en las principales librerías de la ciudad de Buenos Aires. Se puede pensar que esto obedece a que es un “libro tardío” de Silvina Giaganti, en palabras de quien lo prologa, por ser muy esperado por quienes ya la seguían en sus artículos y publicaciones. También se puede vislumbrar otra hipótesis a partir de la vinculación entre el libro y los contextos de producción y publicación. Desde hace tres años, la marcha del “Ni Una Menos” sobrepuso en la agenda pública los femicidios que se cargan una mujer por día víctima de violencia de género. En la última década, se sancionaron leyes como la Ley de Educación sexual Integral (2006), la Ley de Matrimonio igualitario (2010) y la Ley de Identidad de Género (2012), garantizando derechos para las mujeres, identidades disidentes y la comunidad en general, permitiéndonos, lentamente, entablar las bases de una sociedad más justa e igualitaria. Por último, en el 2018 se debatió en el congreso la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, instalando el debate acerca de quién decide sobre el cuerpo de las mujeres y personas gestantes. La maternidad, el deseo, la intimidad y la autonomía puestos en debate y la normativa de género y sexual en tela de juicio. Silvina Giaganti en la entrevista que le realizan en la Revista Chocha, enuncia: “es un acto político no ocultar quién sos”. Dice esta frase en el contexto de señalar que todavía vivimos en una sociedad que discrimina a las personas con sexualidades disidentes a la normativa.  La identidad se tensiona y construye con el paso del tiempo, entendiendo a éste desde un sentido simbólico: atravesado por lo cultural, político y social. Encontrar las palabras que nos nombran, reconocer los gestos que nos definieron, nos marcaron y volver a preguntarnos, ¿dónde dejar los recuerdos para que se disuelvan e integren en lo que llamamos identidad? El mundo se va transformando y hallar los lugares donde nos sentimos alojados, cómodos y encontramos otrxs con quienes crecer, es la forma de ir creando nuevas preguntas acerca de lo personal y lo humano. Encontrar una narrativa propia, encontrar lo propio en lo que nos acontece, para reinventar, a lo propio y al mundo, con nuestras palabras: “(…) pienso/que escribir/es hablar de amor/cuando se termina”.

Cerré el libro y me volví a encontrar con la tapa: una cama sin nadie, las sábanas desordenadas y las almohadas tiradas como si alguien se hubiese ido apurado.

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