Sara Facio (Segunda parte)
Por Violeta Serrano
Tras más de media hora de charla, Sara Facio se relaja, dulcifica aún más el gesto, multiplica esa belleza que poseen las mujeres que se atrevieron a contravenir las reglas dictadas. Ella, que conoció a gigantes cuando eran apenas larvas. Ella, que tuvo la intuición de que un día serían vacas sagradas. Ella, que admiró tanto a Simone de Beauvoir que nunca se atrevió a pedirle que la dejase fotografiarla, que tan sólo pudo regalarle un Bonjour al verla ahí sentada en el Flore de París. Sara Facio, que asegura que le hubiese encantado fotografiar a Shakespeare y que, afirma, que pocas cosas hay más tristes que la falta de ideales.
¿Y antes de ser tan famosa cómo hacía para fotografiar a gente tan importante?
Toda esa gente que fotografié, no era tampoco tan famosa como es ahora, ojo, digamos la verdad. Hoy son monstruos sagrados pero en esa época, de los 25 escritores que elegimos para hacer el libro con Alicia, el único que era realmente famoso y conocido internacionalmente era Neruda. Todos los demás… ¿García Márquez? ¡Ni la familia lo conocía!, ¡en serio!
Eligió muy bien entonces.
Los elegí porque los leí y me parecían buenos.
Hablaba de Neruda. Sé que estuvieron conviviendo un tiempo, ¿cómo fue esa relación?
Primero fuimos a tomarle la foto para el libro de los escritores que se llamaba Retratos y autoretratos. Y cuando estuvimos en la casa con Alicia vimos que la casa era un escenario para hacer una película: por la casa en sí, por los objetos que tenía, por el mar de fondo, el Pacífico en toda su grandeza y esplendor, era una maravilla. Entonces dijimos, ‘Pablo, más que sacarle una foto a usted tendríamos que hacer un libro entero con toda esta casa, con sus objetos…’. Y él, ‘no, no, si alguien me dijo ya, pero no, no…’. Entonces cuando le tomamos esas fotos, luego se las mandamos, porque la idea era que los escritores viendo sus fotos escribieran algo. Ahí Pablo nos escribió una carta diciendo que le habían gustado muchísimo las fotos y que había pensado en la propuesta que le habíamos hecho de hacer un libro con él y con su casa y que, bueno, que si queríamos ir a Chile a hacerlo, que fuéramos y que nos apuráramos porque se podía arrepentir. Así que fuimos.
Corriendo.
Corriendo.
¿Qué diría que tienen en común la fotografía y la poesía?
Son dos caminos que corren muy paralelos, son muy parecidos. En la poesía vos tenés que hacer una síntesis total y tomar palabras donde hay millones de palabras. En la fotografía tenés que hacer una síntesis total y buscar o inventar una imagen concreta de todo el mundo. Acá, vos ves todo porque vos tenés angulares en los ojos, entonces cómo captar, cómo sintetizar, es lo mismo que hace un poeta con la palabra, cómo enlaza una palabra al lado de la otra, un fotógrafo tiene que aislar y de alguna manera crear una imagen de eso que él selecciona. Porque cuando se dice que una fotografía es el reflejo de la realidad es una mentira: un reflejo de la realidad es una fotografía cualquiera, pero la de un fotógrafo crea una imagen estética, distinta. Igual que hace un poeta: ‘Puedo escribir los versos más tristes esta noche’. Es una frase cualquiera y sin embargo tiene una música, una melodía que vos no te la olvidás nunca. Y con las imágenes pasa lo mismo. Ves una imagen y te queda. Entonces yo creo que se emparentan mucho la poesía y la fotografía, siempre y cuando la haga un poeta o un fotógrafo, no cualquiera que escribe con forma de poesía o cualquiera que hace click con la máquina.
¿Hay algún escritor que le haya pedido que la fotografíe y usted se ha negado?
¡Qué fea pregunta esa!
No tiene que decirme quién.
Mirá, por suerte, una de las cosas que decidimos con Alicia cuando empezamos nuestra sociedad fue no tener un negocio a la calle, abierto a todo el mundo. Eso quería decir que si venía una persona que no nos interesaba lo que nos proponía, le decíamos que no; sea porque no nos gustaba su cara, porque no nos gustaba el producto, sea porque no nos interesaba la propuesta.
¿Y hay alguien a quien no fotografió y le hubiese gustado hacerlo?
Ahí sí. Muchos. Empezando por Shakespeare.
Ah, no pide nada usted.
Me hubiese encantado. Y Emily Dickinson. Y bueno, a quien me hubiese gustado sacarle fotos, porque la tenía siempre al lado porque parábamos en el mismo café es a Simone de Beauvoir. Pero nunca me animé, porque me daba tanto respeto y… miedo. Bah, yo era más joven y más inexperta.
¿Le hubieses sacado una foto sin que ella se hubiese enterado?
Sí, podría haberle sacado pero no quise, porque me gustaba tanto y la admiraba tanto que me infundía mucho respeto. Además era muy seria. Yo pasaba por la mesa y le decía Bonjour Madame, ella me decía Bonjour y luego seguía con lo suyo. No me regalaba una sonrisa…
Me imagino. ¿En qué café era?
En el Flore. Ahora dicen todos que iba al Deux Magots, pero no, es mentira.
Hace poco, bah, hace menos tiempo, me encontré a Juliette Gréco, que era muy amiga de Simone de Beauvoir. Y estaba yo tomando un café en el Flore y vi que estaba ella, entonces me acerqué y le pregunté si me permitía sacarme una foto con ella, de fan, nada más. Y nos la sacamos en la mesa en la que se sentaba siempre Simone de Beauvoir.
Hábleme de su experiencia en la editorial La Azotea. Tuvo un éxito rotundo gracias a que Clarín sacó en contratapa la inversión inicial, las postales.
Fue maravilloso pero no teníamos la estructura, no sabíamos cómo se hacía, al final dábamos las postales y no las cobrábamos nunca.
¿Cree que siempre hay que arriesgar para ganar, que el mundo del arte siempre está en crisis y no hay que fiarse de eso para arrancar?
Siempre hay que darle para adelante, para eso sos joven. Tenés juventud, tenés entusiasmo y tenés ganas entonces lo que menos pensás, como sí lo pensás cuando eres grande, es en el no, no va a salir. No, cuando sos joven, te lanzás. Con todo. Y si tenés entusiasmo es algo muy contagioso.
Yo agradezco muchísimo a tanta gente que me ayudó, no económicamente, sino aceptando mis ideas, o dándome estímulo, confianza, presentándome a gente. Muchos de los que me hacen reportajes no entienden por qué conozco a tanta gente famosa. Y bueno, es que son famosos porque me gustaron.
Usted luchó por muchas cosas, una de las más difíciles debió ser la publicación del libro Humanario, sobre el hospital Borda, en plena dictadura de Videla.
Sí, fue difícil. Y fue en realidad el principio de La Azotea como libros. Porque ni nos animábamos a llevarlo a una editorial porque el tema no le interesaba a nadie y las fotos no las entendían. El único que estaba entusiasmado era Cortázar. Entonces prácticamente le exigí a mi socia, a Cristina, que lo hiciéramos. ¿Quién iba a comprar el libro? Y no importa, decía Julio, hagan pocos ejemplares. Hicimos mil quinientos, creo. No se vendieron ni cien. Sin embargo, ahora en Internet lo venden a no sé cuántos miles de euros. Fue porque el tema… bueno, no era la época. De golpe, como dice Marguerite Yourcenar, adelantarse a su época es equivocarse.
Bueno, es difícil, pero equivocarse, no diría tanto.
(Reímos).
Cambiando de tercio. En su foto ‘Los muchachos peronistas’, dentro de la serie Los funerales de Perón, el que está en el centro de la foto, fue después un desaparecido. ¿Cómo se enteró de esto?
No sé… alguien que me pidió la foto para publicarla en una tapa y me dijo, ‘¿conoce a este muchacho?’. Le digo, ‘no, qué lo voy a conocer, era un muchacho que estaba en la cola para entrar a verlo a Perón y llovía, además, garuaba… no, yo no sé quién es’. Y me dice, ‘No, porque yo, conocí a un amigo de él y desapareció’. Yo me quedé bastante impactada.
Pero aparecieron muchos. Fijate que hay una foto en la que hay un muchacho sentado leyendo un diario. Bueno, ese señor un día se me apareció acá. Me dijo ‘soy yo’. Y le digo, ¿y cómo se dio cuenta? Y me dice, ‘no, porque mi hijo estaba viendo un reportaje suyo y pasaron la foto y me dijo: ‘¡Papá, ¿ese sos vos?!’ Y como en el reportaje decía que la foto estaba en Recoleta fueron y ahí le dieron mi dirección y me vino a ver.
Y la chiquita rubiecita, la de la foto de la estampilla de correos, ¿viste?
Sí, con esa foto ganó un concurso, ¿no?
Sí. (Se levanta y busca la estampilla) ¿Ves? Ésta. Bueno, esta foto, como está tomada en Colonia, en el Uruguay, parece que está en un museo allá. Entonces me habló por teléfono una chica y me dijo que era la nena de la foto.
¿Cómo se llama?
Le pregunté. Y le dije, pero, ¿dónde estás, en Buenos Aires?. Sí, me dice, vine de paseo. ¿Por qué no venís? Así te veo, le dije. No, no, no, no quiero que me vea; quiero que se acuerde de mí como la nenita.
Volviendo a los escritores. Usted tiene cartas de Cortázar y de Neruda que no quiere que se publiquen.
No es que no quiera que se publiquen, es que es fomentar ese voyeurismo.
Son íntimas y ya está.
Claro, yo un amigo que me escribe una carta y que no está pensando en que va a ser publicada porque no es que se la escriba a otro escritor con esa idea. Mirá, antes hablábamos de Yourcenar. Ella cada carta que escribía, hacía una doble, y se la quedaba. No había carbónico, se ve, en esa época.
El mismo Cortázar cuando se escribía con otros escritores, vos leyendo la carta te das cuenta de que sí la escribió pensando en que se iba a publicar. Pero las cartas que me escribieron a mí, no eran para que se publicaran, ¿entendés?
Sí.
Me parece que es como violar una intimidad. Será que soy de otra generación, pero creo que hay que tener un respeto por la vida privada y por los sentimientos privados de las personas.
He leído que no quiere pasarse al mundo digital porque tendría que estudiar mucho.
Y sí, es una técnica nueva. Para sacarle provecho te ofrece tantas posibilidades, ¡tantas! Que realmente si vos querés sacarle provecho a eso, tenés que meterte, tenés que estudiar y experimentar un poco. No es que como tenés una máquina que te mide la distancia y todo hacés click, click, click ¿y ya está? No, no, no. Justamente porque te da todas esas posibilidades tenés que hacerlo bien.
Usted ya no se dedica como antes a la fotografía, a mí me gustaría saber cuál fue la última foto que tomó.
Bueno, hace poco, estaba curando una exposición y vino una escritora acá y me trajo una foto que le habían sacado y que a mí no me gustaba. Yo le decía cómo vas a estar presente en una muestra con esta foto. Tenía unos ojos muy lindos esta escritora y yo le dije vení, sentate acá. Y le saqué una foto que quedó muy bien, muy linda.
O sea que a veces sí toma fotos aún.
A veces sí, cuando me tira el tema. Ahí por ejemplo me daba pena que una persona que era tan agradable, tan expresiva, y que estuviera representada por una foto que era una tontería, que no decía nada, en la que ella no estaba presente.
No podemos saber de quién eran los ojos, ¿no?
No, queda feo (sonríe).
¿Alguna vez se preguntó, si no hubiese sido fotógrafa qué hubiese sido?
Sí, me lo pregunté muchas veces. Pienso que he tenido una bendición en ser fotógrafa porque no creo que cualquier otra profesión me hubiese abierto las puertas como me las abrió la fotografía. A tantos mundos extraños, a tanta gente interesante, inteligente, a tantos paisajes que tal vez no hubiese visto si no hubiera tenido el interés en hacer fotos. Sobre todo el contacto con muchísima gente que me enriqueció, no sólo porque me haya dado su amistad, sino por lo que fueron como personas. Pensá que soy de una generación que en los años 60 le daba mucha importancia a la inteligencia y a otros valores que hoy están un poco en decadencia o en desuso, digamos.
¿Usted cree que es así?
Sí, como la belleza, como la honestidad, como el carácter para hacer cosas. Antes nos interesaba mucho más hacer obras que tener plata.
Así que está desencantada con la juventud de hoy.
La verdad, hablaría de más si hablo de la juventud de hoy porque no tengo mucho trato. Pero la poca gente joven que conozco, lamentablemente la veo bastante desinteresada por todo y eso me da mucha pena, por ellos, porque es muy triste no tener ideales.
*Todas las fotografías son de Magdalena Siedlecki. En esta ocasión, hemos cambiado el sepia de Continuidad De Los Libros por el blanco y negro, en honor a Sara Facio.