Cuando el lector se sumerge en la lectura de historias migrantes sabe de antemano que algo del orden de lo impredecible estará escrito. Es que la vida del que deja su tierra para instalarse en otra, muchas veces desconocida, está plagada de vaivenes y conflictos que dejan una huella en su propia identidad. El migrante inicia su viaje con una mochila cargada con dosis de añoranza, incertidumbre y esperanza.
El libro de Sylvia Molloy Vivir entre lenguas (Eterna Cadencia, 2016) es un buen ejemplo de ello. Esa mezcla de no ser sino el producto de varias tierras e idiomas lleva a la autora a preguntarse ¿En qué lengua soy? En este texto, que tiene mucho de autobiográfico, Molloy recorre los recuerdos y anécdotas de su propia experiencia y nos ilustra acerca de los dilemas de quienes escriben –y se piensan– en idiomas diversos.
María Teresa Andruetto es otra argentina que, desde la ficción, también incursionó en la temática de los migrantes. Julieta, el personaje principal de su novela Lengua Madre (Literatura Mondadori, 2010), es una joven que vive en Munich mientras hace un doctorado y regresa al país debido a la muerte de su madre (Julia). Gracias a las cartas que ésta dejó guardadas es que Julieta va descifrando fragmentos de la vida de una mujer a la que no llegó a conocer del todo.
El lugar de cada idioma
Tanto Molloy como Julieta dejaron sus lugares de nacimiento, hablan y escriben en más lenguas, pero, aun así, respetan el tiempo y espacio en que cada uno de ellos es protagonista.
Un recorrido por la biografía de Sylvia Molloy nos dice mucho sobre la manera en que ha vivido su multilingüismo. La escritora emigró a Europa, estudió en París y posteriormente se radicó en los Estados Unidos para proseguir con su carrera literaria. Confiesa ser trilingüe, aunque aclara que cada idioma ocupó un lugar diverso en su vida. Escribe ficción en español y crítica literaria en inglés, español y ocasionalmente en francés.
Puertas adentro y durante su infancia, el multilingüismo tuvo a su cargo deslindar los vínculos en el seno familiar. Por eso Molloy identifica al inglés como idioma predominante en la relación con su padre. “El inglés era lengua del recuerdo, el recuerdo de mi padre”. También su padre hablaba en inglés con su madre y sus hermanas, pero reservaba el español para comunicarse con su mujer y sus amigos.
Más tarde llegó el francés, como forma de acercarse a las raíces de su madre. “El francés vino después y no conmemoró ningún nacimiento. Fue más bien una recuperación”.
Los idiomas en la vida de Molloy le permitieron jugar a representar distintos papeles, de un modo casi lúdico. “La casa reproduce las divisiones en la novela familiar: español con la madre, inglés con el padre. Mezcla (cuando no te oyen) con tus hermanas, como una suerte de lengua privada”.
El personaje de Andruetto sigue la senda del multilingüismo. Habla en alemán por ser la lengua del país al que emigró, estudia en inglés –por tener como objeto de estudio la obra de Doris Lessing– pero mantiene el español no solo como su lengua materna sino por los recuerdos que le invaden al recordarse en ese idioma. “Su castellano (…) es el de la llanura, la región de inmigrantes italianos donde vivieron sus abuelos, de donde era su madre y donde se crió ella (…)”.
Espacios transitados
Ser migrante es estar a caballo de lenguas y espacios. El reencuentro con el lugar que lo vio nacer a veces no ocurre con naturalidad, sino que más bien aparece como un proceso melancólico que se esfuerza por cautivar lentamente al emigrado, retrotrayéndolo a sus raíces, sin intención de abrumarlo. Por eso no es extraño que Molloy se haya sentido marginal en Buenos Aires y haya buscado el anonimato de un hotel durante su estadía. Transitar las calles vernáculas implica un reencuentro con el idioma. Solo tiempo después adquiriría un departamento, al que ella misma calificó como lugar de paso. Pero ese mismo contacto con la cotidianeidad la descubre recuperando su lengua materna y su esencia. “Es por medio de regresos que se recuperan hábitos lingüísticos y se reanuda el vocabulario de lo casero”.
En su obra Andruetto nos muestra un personaje que siente rechazo por el pueblo en el que se crió. Se refiere a él como un lugar de chatura, mediocre, del que poco recuerda más allá del Asilo de Alienados. Siente curiosidad por conocer el sótano en el que nació y en el que su madre pasó tantos años oculta, pero lo percibe distante. “Algo de lo que uno es permanece en los lugares que se dejaron, pero ella no se crió en esa casa del sur adonde va. Muertos sus abuelos y su madre, ya no tiene adónde regresar. Sabe que el exilio es eso: no saber adónde regresar”.
Al igual que Molloy, el personaje de Lengua Madre se siente extraña en Argentina. “Pasa las horas deambulando, buscándose, buscando qué, haciendo nada, por calles de Buenos Aires”. Pero es consciente de que tampoco pertenece a Munich, donde será “siempre una extranjera, alguien que no tiene lugar”. Tal es el distanciamiento que hasta procura hablar con un particular acento que la resguarde del resto, que delate que no se es de allí. En este esfuerzo por no quedar subsumida en el mundo alemán, habla de forma tal que cuando “abre la boca siempre hay alguien que le pregunta de qué país proviene”.
“In between”
“No soy de aquí, ni soy de allá”, dice una canción del recordado compositor e intérprete argentino Facundo Cabral. La vida personal de Sylvia Molloy y la ficcional de Julieta parecen dar crédito a esa frase. Migrar despierta sensaciones que van desde el distanciamiento frente a lo autóctono, un cierto desconcierto cuando se juega de local, hasta el uso intencional de un acento que indique claramente que se sigue siendo “de allá”.
Estar “in between” es pertenecer un poco a cada lado, a cada idioma, sin exclusividad. Es soñarse en un idioma y en un espacio y despertarse en otros. Es sorprenderse cuando alguien por la calle habla esa misma lengua, esa que se dejó atrás. Es ocultar la raíz por miedo a un rechazo. En definitiva, es reconocer que se está hecho de historias múltiples y complejas.
Excelente artículo Silvina. Y esta frase: (siempre una extranjera, alguien que no tiene lugar)
me toca hasta la médula, porque no tener lugar es como padecer la ausencia de identidad.