Suena el despertador a las 8 de la mañana. Me levanto, me cepillo los dientes, me peino. Me preparo un café, acomodo el escritorio, abro la computadora. 15 pestañas de Google Chrome abiertas, el Whatsapp web en una ventana, la bandeja de entrada en otra con 10 mails no leídos. Una agenda que dice: llamar a mamá a las 12, practicar yoga a las 6, leer a las 7. Un cuaderno sobre la mesa con listas: lo urgente, lo importante, lo que siempre está pendiente. Esa lista, que nunca se termina, es la responsable de mi ansiedad.
Soy mi propia jefa, podría manejar mis tiempos y pienso que algo debo estar haciendo mal: siento que vivo fichando mis días como si estuviera trabajando en una multinacional.
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“En general, no prestamos mucha atención ni damos importancia a los espacios entre todas las tareas (…) En la vida, como en el arte, hay que dar un paso atrás para verlo. El “espacio negativo”, el que rodea o queda entre objetos o eventos, da forma al todo”.
Leo estas palabras del libro Pausa. No eres una lista de tareas pendientes (Koan, 2020) de Robert Poynton (facilitador, coach, escritor y “pensador creativo de negocios”, lo que en inglés se conoce como creative business thinker) y me detengo a pensar en cuáles son los “espacios negativos” de mi vida. Me cuesta llegar a una respuesta porque vida y trabajo para mí son la misma cosa. Trabajo entendido como productividad, con “ser productiva”, estar activa, generar generar generar. Y así, sin comas, porque la velocidad me come las uñas. Y las pausas las veo como retraso y procastinación. Punto. Un viaje directo al síndrome del trabajador quemado o burnout.
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Poynton plantea por qué es importante hacer una pausa. Sus preguntas son el oxígeno que a veces hace falta. Dice: “Si no estamos tachando cosas de nuestra lista de tareas pendientes, ¿quiénes somos?”. Y después del silencio que despierta esta pregunta, mete en escena al más temido de los abstractos: el tiempo.
Creemos que somos prisioneras y prisioneros del tiempo, pero el autor nos canta retruco cuando afirma que el tiempo no está en el reloj sino en cada persona. Que el tiempo, en realidad, no es ni fijo ni lineal ni unidimensional sino relativo. Expone que el deseo de vivir más despacio es comprensible y acertado, pero es de uso práctico limitado porque la tecnología se acelera, se seguirá acelerando y nos va a seguir arrastrando con ella. Entonces, si nuestro objetivo es ralentizar las cosas, el destino es el fracaso. Y en el caso de que quisiéramos ir lento… ¿qué es lento? ¿La lentitud de hoy o de mañana? ¿Mi lentitud o la tuya? ¿Más lento siempre es mejor? Y va por más: si creemos que sería bueno tener un equilibrio entre vida y trabajo, es decir, si los pensamos como opuestos, la batalla es y será desigual por la importancia que le damos al trabajo.
Rápido frente a lento y trabajo frente a vida, según él, son falsas alternativas porque se nos escapa que hay otras posibilidades menos antagónicas. La vida no tiene que ser blanco ni negro: hay que prestarle atención a la escala de grises, al ritmo y a la forma en la que hacemos las cosas. Y es ahí donde nace la pausa.
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Las preguntas-llave que surgen son qué es una pausa, qué hay en una pausa, qué podemos hacer para que la pausa se haga cuerpo. La pausa forma parte del trabajo y de la vida, no es rápida ni lenta. El autor sabe muy bien que es una táctica de supervivencia necesaria. Que corremos el riesgo, en este mundo capitalista y neoliberal, de pensar la pausa como una tarea más.
Sus argumentos corrompen la mente de cualquiera: “La pausa es una apertura que propicia, permite o invita a muchos otros tipos de posibilidades. Estos son verbos muy amables y generosos: propiciar, permitir, invitar. La pausa no pide, ordena ni controla. Permite que suceda algo que, de otra manera, no ocurriría y nunca sabes realmente qué será”.
¿Cuántas personas están dispuestas a ser amables y generosas consigo mismas?
Porque si hacer una pausa es un cambio de atención y actividad de una cosa a otra, o dicho de otra manera, es un no hacer para hacer otra cosa, ese cambio, ese límite, del contexto no va a venir. Poynton deja más que claro que el cambio es interno. Y ese es nuestro gran desafío.
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Lejos de solo plantear hipótesis, el autor baja a tierra su teoría. Propone hábitos concretos desde pausas rápidas, cortas y frecuentes (como respirar antes de hablar y responder, dar una vuelta manzana dos o tres veces al día, contar hasta uno, escribir o dibujar) hasta pausas más largas, lentas y profundas que requieren planificación (como la “Semana de Lectura” que Poynton se toma con sus amigos y amigas cada tanto o la “Semana para Pensar” que se convirtió en algo habitual entre los gurús de la tecnología y que consiste en retirarse a un lugar remoto sin pantallas ni conexión y con libros cuidadosamente seleccionados que les permiten detectar patrones, entender cosas y llegar a nuevas conclusiones que no se les hubieran ocurrido en su rutina laboral).
Otra de sus invitaciones es diseñar pausas anuales. Y en este punto me es inevitable pensar si estas pausas las podría hacer cualquiera. Si el autor tiene en mente solo una parte de la sociedad y no toda. O una parte del mundo y no todo el mundo. ¿Qué podría llegar a pensar de la pausa una persona que no puede dejar de trabajar por la necesidad de llegar a fin de mes? ¿La pausa puede ser considerada elitista? ¿Es la pausa un privilegio?
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“Tu calendario puede ser algo más que una lista de obligaciones. Con un poco de imaginación, te puede ayudar a componer una vida más que a organizar tu tiempo, de manera que lo puedas emplear en lo que tú quieras, no en lo que se supone que tienes que querer”.
Pensar el calendario como una partitura. Como una obra que florece y no que se consume. Estructurar el tiempo en capas de tiempo, cada una a su propia velocidad, respetando los ritmos internos. No medir el tiempo: sentirlo.
Pausa es un libro-salvavidas. Porque el tiempo no es un bien escaso ni tampoco es dinero como decía Benjamin Franklin. La vida no es una cadena de producción, y si esa es la idea que nos imponen y repetimos, es la tierra fértil de la ansiedad, del consumo y de las distracciones que reinan nuestro siglo.
La eficiencia no puede ser la vara para saber si aprovechamos bien o mal el tiempo. De la mano de Robert Poynton entendemos que la pausa “es el antídoto a la dominante y simplista idea de la actividad sin descanso”. No es un medio para un fin, sino el fin en sí mismo.
Libros como este son obras revolucionarias. Como dice el autor, la vida, definitivamente, consiste en algo más que en hacer cosas.