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La Nación Vacuna de García Lao

Ya desde el título, Nación Vacuna, se desdobla en múltiples sentidos. Nación: como Patria, como ente jurídico, como padre. Vacuna: cura contra todo mal, motor del sistema mediático, pero también símbolo de la carne, elemento que se extiende a lo largo de las páginas para recordarnos la brutalidad, para decirnos que somos materia prima de un sistema que nos digiere. En esta novela, Fernanda García Lao, ejecuta el desposte del lenguaje. Separa el músculo del hueso, reserva cada corte. Expone con maestría su prosa afilada, feroz en la cadencia, profunda en el sentido. La atmósfera opresiva, sutil, un detalle casi fotográfico, revela el caos de la realidad. Como una premonición, nos trae matices de este tiempo. El mundo asolado por la pandemia, plagado de discursos totalitarios, de información deliberadamente errónea. La excusa de la esperanza para hacer uso de los cuerpos de las mujeres. Cuerpos que se consumen con un orden metódico, un propósito eugenésico, se anulan como sujetos.

Publicada en Argentina en 2017 y reeditada en España e Italia en 2020, Nación Vacuna trasciende el localismo, lo supera a través de la densidad de sus personajes y de un cierto imaginario distópico que conjuga la deshumanización con la supervivencia. Las M se han ganado, pero el enemigo envenenó las aguas que las separan del continente y un grupo de soldados quedó deriva. La burocracia impone una realidad. Decide que la ciencia, a fuerza de anticuerpos y estrategias inmunitarias podrá protegerlos. Un proyecto estatal precario, aunque sostenido como propaganda política, tiene por objetivo la selección de algunas mujeres que serán enviadas desde Rawson, la ciudad capital, a las islas. “Las M resurgirán y de ellas nacerán niños sanos. Gracias a las hembras reconquistaremos el mito de nuestro más preciado pedazo de tierra.”

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Los sucesos que se encadenan, inevitables, como si cayeran unos sobre otros. La dualidad de cada personaje, entre lo primitivo y lo racional. Nos convierten en testigos fascinados de la gesta absurda que se proclama. De ahí el hallazgo de la autora para construir este universo, en el que se unen la crueldad con la belleza, lo sensible con lo siniestro y donde no puede faltar la confusión delirante en la ejecución del plan. Los soldados, abandonados en las islas, no como víctimas sino como héroes simbólicos de un entorno hostil. Las mujeres seleccionadas, objeto desprovisto de valor, recurso programado para inmortalizar la raza. La derrota como predadora natural del sistema. La victoria, fin último del deseo. Nación Vacuna es, en cierto punto, una metáfora de la expropiación. De los cuerpos, pero también de los tiempos que han sido velados por lo monstruoso de las guerras y de las dictaduras. Ese corte temporal del estado enfermo, tóxico, inflado de violencia explícita y simbólica, que no se puede rectificar, cuyas consecuencias se arrastran como genes latentes del terror.

Jacinto Cifuentes, narrador de la historia, funcionario de mediano rango, vegetariano, es un reflejo de la aceptación plena de la autoridad. La obediencia incuestionable a los gobiernos, cualquiera sea su propósito. Casi como si fuera un sujeto de estudio, Cifuentes es sometido a los deseos arbitrarios de una Junta civil (que no por ser civil es menos déspota). No hay ingenuidad en sus actos, aunque sí un leve conformismo, un hábito del gesto subordinado, que confunde control con soberanía. Los lazos familiares no funcionan, suceden por obligación. Madre ausente, hermano exitoso. Padre carnicero que le recuerda lo que odia y no puede evitar: la sangre que tiñe la piel de bordó, el olor de las vísceras en descomposición, el matadero como lugar de poder. “Pequeños indicios de carne”, dirá el funcionario mientras cataloga cuerpos femeninos. Mona, Erizo, Lucero, las elegidas, numeradas por protocolo, como hembras lascivas, desbordadas de fluidos, de olores que actúan como perfumes. Salvadoras erráticas condenadas a encarnar todos los papeles, todas las versiones del sexo, la parodia del cuerpo sin identidad, el útero público. Porque en el fondo lo que importa es lo patriótico, el sacrificio, la entrega. Aunque exista el consuelo del otro, como objeto transicional en la búsqueda frenética de uno mismo.

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El tiempo narrativo, principios de la década del 80, ayuda al monopolio de la opinión pública. La información se reproduce de manera vertical, se regula, se dosifica y genera otra categoría de verdad. Una verdad que recala en el instinto, el mandato de repoblar, por fines biologicistas pero también para retener el trofeo. “El porvenir será joven o no será”, anuncia un comunicado cerca del final de la novela. Discurso medular del poder represor, que carga el deber a la genética sin considerar la voluntad. Que no cuestiona los dogmas ni los privilegios. Que representa todas las aberraciones cometidas en nombre de un supuesto bien común.  Dice Cifuentes: “Tenemos descendencia para que hagan lo que no pudimos. Somos vagos: es más fácil engendrar que vivir”.

Nación Vacuna no despliega solo una realidad alternativa a un hecho histórico, sino el recuerdo futuro de una violencia cíclica. El cuerpo de las mujeres, una y otra vez, sometido al efecto perverso de la preservación. La maternidad rota. Los hijos como producto. La ausencia de identidad más allá de lo funcional, que deja a los vínculos en la nada, que impone la vida como una transacción. Quién sabe, si superado este momento histórico, no vendrá un nuevo llamado por la continuidad de la especie. Si asumimos que a cada catástrofe le sigue un período de rescate, si el progreso sigue asociado a la reproducción. ¿Tendremos un nuevo Proyecto Vacuna como servicio patriótico? Patología viral pero perfectamente coherente, del sistema en que vivimos. Pregunta donde la ficción se hace posible, necesaria, donde se corre la línea que nos resguarda del horror, que nos deja temblando porque esto ya ha sucedido y no tenemos dudas de que volverá a suceder.

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