Nunca habrá bastante apuro
para preterizar al futuro
Cualquiera será demasiado
para futurizar el pasado.
Juan Filloy
Según Wikipedia un palíndromo es un término que proviene del griego palin dromein y significa volver a ir hacia atrás, también llamado palíndromo, palíndroma o palindroma, es una palabra o frase que se lee igual de atrás hacia delante y viceversa. Si se trata de un numeral se lo llama capicúa.
Cuando tomábamos el colectivo para ir a la Universidad Nacional de Río Cuarto recolectábamos los tickets con la esperanza de que nos tocara un número capicúa. Y en las clases de Introducción a la Literatura con mis compañeros al finalizar los prácticos escribíamos palíndromas. A la vuelta de mi casa, en el Colegio Nacional, había un graffitti que enunciaba: “hace cien años que nací y todavía sigo vivo: Adolf Hitler” Un día me levanté y cuando esperaba el ómnibus leí en la inmensa pared blanca: “Hace cien años que nací y todavía sigo vivo: Adolf Hitler Juan Filloy”
Era el año 1999. Faltaba poco tiempo para que Don Juan, nacido a fines del siglo XIX, pusiera un pie en el siglo XXI y ya para entonces teníamos un Tratado de palindromía de diferentes extensiones programados con una inteligencia analítica y catalogados de acuerdo a la cantidad de letras y de palabras que se articulaban hacia el interior de una lengua que bordeaba los límites del sentido, todos ellos reunidos bajo del nombre de Karcino, publicado en 1988 por la imprenta Maccio Hermanos.
En retrospectiva el ingenio consiste en tomar palabras que son partículas del lenguaje, mejor si son bisílabas como Ave que al revés es Eva o monosílabos como Ana que mantiene su identidad en cualquier dirección que la leamos. Y así probar combinaciones posibles como Ana sí sana. De modo que toda experiencia cabe en un texto que se puede leer de izquierda a derecha:
“Eva usa suave”
“Ánimo domina”
o
“Adam la calma da”.
En 1975 se publicó Vil & Vil. Si creemos que toda escritura es política este libro era un puente, o mejor un túnel en el tiempo, que dialogaba directamente con lo que sucedería un año después durante la última dictadura cívico militar en la Argentina. Filloy narraba cómo un golpe de Estado puede ser gestado desde un lugar subterráneo de la sociedad, y cómo un subalterno puede en poco tiempo ejecutar un pequeño acto de justicia de la manera más digna que podamos imaginar.
Lo que apareció en Vil & Vil ya había sido planteado anteriormente por otros autores universales como el caso de Orwell con la novela 1984, una distopía cuya trama se repetiría como un bucle hasta nuestros días. De hecho el nombre si bien no es capicúa es reversible porque fue escrita entre 1947 y 1948. Y Vil & Vil es un título también reversible y funciona como un loop donde se actualizan personajes históricos que han sido representativos de Estados totalitarios y se mezclan con otros nombres que fueron conquistadores en la Historia universal: Mussolini, Stalin, Hitler, Napoleón, Alejandro Magno, Atila, Gengis Kan y Rosas reunidos en una misma comunidad imaginaria conversando en una suerte de limbo mental hasta el fin de todas las cosas.
En 1955 otro riocuartense, Pedro Eugenio Aramburu, había digitado desde su ciudad natal nada más que la Revolución Libertadora, luego muere en manos de Montoneros en 1970. Aramburu ya prefigura una semblanza del carácter de la región y de la geografía de la que formaba parte, en estos casos es el paisaje el que engendra a sus caracteres. La base Marambio ubicada en la Antártida se llama así por otro coterráneo, Gustavo Argentino Marambio, nacido en 1919 y cuyo deceso se fija dos años antes de la Revolución Libertadora en 1953. El General Roca repartió gran parte de las tierras de La conquista del desierto en la región de frontera y la plaza central aún hoy se llama Plaza Roca. Podríamos continuar con una lista de actores sociales que estarían en condiciones de ingresar en el universo ficcional de Vil & Vil como un personaje más donde el poder es más real que cualquier otra cosa que se nos ocurra.
Entre 1939 y 1967 Juan Filloy no publicó ningún libro pero siguió escribiendo en silencio. Tal vez la escritura en su caso era un capital temporal, como quiere César Aira, es decir: tiempo-intensivo, no sólo por el periodo que lleva escribir sino porque de un modo u otro el tiempo termina siendo el tema del que se trata como si el mismo Juan fuese uno de esos cisnes de gran rareza que aparecen poco porque a fin de cuentas son expertos en el ocultamiento. Quizá para entonces la escritura ya se identificaba con un dispositivo que podría atravesar los años, las décadas y los siglos. De hecho, en más de una oportunidad pensé que Aira y Filloy seguramente serían de esos autores que arman una obra que permanentemente está cambiando, una biblioteca que no se termina nunca porque por cada libro leído aparece uno nuevo como esos magos que sacan de la galera no un conejo sino otra cosa, algo que no imaginamos y nos obligan a revisar todo el mecanismo otra vez, a empezar de cero y pensar la lectura como un puzzle al que siempre le está faltando una pieza.
En otras palabras, son casi treinta años donde el autor se dedica a otras tareas y decide guardar o acumular textos. En esos 27 años en el siglo XX acontece la segunda guerra mundial, la guerra fría, la bomba atómica, Vietnam, el asesinato de John Kennedy, Laika es el primer ser vivo en orbitar el planeta Tierra y Yuri Gagarin es el primer hombre en viajar al espacio exterior, se construye el muro de Berlín, nace Cesar Aira, muere Eric Arthur Blair de tuberculosis apenas publica 1984 y muere también Ludwig Wittgenstein, Eichmann emigra hacia nuestro país, Borges publica el Aleph (1947) y en un cuento relata cómo un hombre se pierde en el desierto, olvida su lengua y su memoria y su biografía se desvanece al convivir con un grupo de trogloditas a orillas de un río arenoso y sin darse cuenta de lo que le ocurre se transforma en inmortal. El paso a la inmortalidad es invisible. Filloy vivía cerca de un río arenoso llamado por los nativos de la zona Chocancharava. Este río atraviesa el sector sur de la provincia de Córdoba, se trata de un enorme ramal de agua de 400 kilómetros rodeado de barrancas y arroyos que se multiplican al infinito en el inmenso llano perdiéndose entre las simetrías de sauces y chañares. “Sabemos lo que somos pero no lo que podemos ser” – diría Shakespeare– pero para la conciencia de Don Juan era distinta la proposición porque él sabía lo que era y sabía además lo que podía ser, y hacer, en el porvenir.
El tiempo era el tema y era la excusa para organizar un programa de escritura. No escribía por dinero. Era juez. Abogado. Y además ciudadano ilustre: mentor del Jockey Club y presidente de la SADE. Hoy llevan su nombre la biblioteca de la Universidad. Un colegio secundario. Y un puente que une banda norte con el centro.
Volvamos: Vil & Vil es una novela que podría ser considerada distópica con un relato que no termina de repetirse en los Estados del mundo actual. Tal vez porque todo presente es distópico. Puede que haya sido escrita durante la dictadura de Onganía pero ya modelaba lectores a quiénes les explicaba cómo la lectura de lo real y de la historia se repite como un palíndromo y cómo hay que saber leer los indicios, las contraseñas, al igual que el aprendizaje del joven conscripto en el ejército quien debe aprende a descifrar los códigos ocultos de la institución militar.
El cerebro literario, si es que aceptamos la expresión, es complejo. No quiero usar la etiqueta de genio letrado. Un crítico alemán hace poco comentó que si Filloy hubiese escrito en francés hoy sería un clásico moderno, pero escribió en castellano y desde unas coordenadas menos que periféricas y en una época pre-analógica. Alguien también dijo una vez que si hubiese publicado en la época de internet hoy sería un best seller. Pero nació en 1984 en Córdoba, Argentina, y vivió toda su vida en una región de frontera en el corazón del interior (del interior) donde se termina de dibujar el mapa del Coronel Lucío Mansilla en su Excursión de los indios Ranqueles.
Aun así, a pesar de todas las distancias imaginables, pensemos por ejemplo en una constelación cercana a la Tierra como Orión ubicada a mil quinientos años luz de nosotros, la luz que ahora vemos de esa constelación partió desde allí en la época de la caída de Roma. Quién dice que con la obra de Juan Filloy no ocurra algo similar en el sentido de que todavía no han nacido los lectores que se encarguen de juntar las piezas de su trabajo, y quién dice que sus textos, a escala planetaria, no serán parte el día de mañana de los cuentos de hadas de los niños del futuro.