Vuelvo a estos diarios. Siempre vuelvo por algún motivo. A veces para leer fragmentos en una terraza de Buenos Aires casi llegando el final del verano. Otras veces para tomar notas, otras para dormir acompañada.
Un día descubrí que esta antología funciona como un oráculo. Por ejemplo ahora, que abro el segundo volumen por la página 143 y leo a Iosune de Goñi: “Quién habla a través de mi boca”. Entonces cierro el libro y como si algo me esperase del otro lado, abro el primer volumen por la página 244. Dice Laura Liz Gil Echenique: “Habito la constante obsesión de escribir el mundo para sobrevivirlo.”
Leyendo La desconocida que soy hay un extrañamiento, un juego de espejos, como diría Marina (con quien edité este libro). Me veo en cada fragmento no como una versión de mí, sino como una posibilidad de mí. No me interesa tanto la identificación, sino la expansión de mis preguntas en los ecos de las preguntas de las autoras. En sus textos íntimos. En estos diarios que un día se desplazaron de todos los cuadernos tan bien guardados que los aislaban del mundo y de repente los publicamos y aquí están, todos juntos. Entonces es exactamente en este punto que se despierta mi asombro: en el efecto que se produce cuando esas escrituras de lo íntimo empiezan a dialogar.
Pero además, esto no me ocurre solo como parte de Índigo Editoras. Empezó a tomar sentido cuando les empezó a ocurrir a otras lectoras. Me pregunto: ¿en estos diarios hay marcas de la experiencia de ser mujer? Además de la experiencia humana per se. Cuando vuelvo a leer Ladesco lo veo con claridad: en estos diarios hay autocensura, cuerpo como eterna incomodidad, violencia sexual, maternidad y no maternidad, culpa por no cumplir los roles que la sociedad nos asigna y culpa por cumplirlos, además de otras cuestiones que experimentamos como personas “viviendo en mujer” (como diría Mercedes Fernández-Martorell).
Escribe Laura Freixas en el prólogo del primer volumen: “…Ahora que lo pienso, sí hay un gran diario de vejez de escritora: el de Chacel. No es como Gide o Pániker (al que estoy leyendo ahora), no; ella está viva, no está, como ellos, más allá del bien y del mal, en el reino del pensamiento puro, con ilotas resolviendo la vida cotidiana. Rosa Chacel tiene problemas de dinero, y quiere premios que no consigue, y sabe que en el fondo la ven como una “digamos lo que queramos, mujercita” (sic)”.
Por eso leer tantos testimonios en un mismo libro hace que se despierte una potencia que nunca antes sentí leyendo. Pero no es un libro “para mujeres” como hemos escuchado algunas veces. Es un libro. Un libro de intimidades y subjetividades puestas a discurrir y a provocar efectos diversos en quienes leen.
Es como entrar en un flujo cotidiano que transcurre de una vida a otra vida, de un país a otro (en ‘La desconocida que soy’ hay autoras de Argentina, Uruguay, México, Cuba, Colombia, Venezuela, Portugal y España), de una realidad a otra, de un cuerpo a otro, de un sueño a una vigilia.
En La desconocida que soy hay diarios que están más pegados a la vida o son más testimoniales. En otros hay un juego con el lenguaje que los hace más literarios, pero si están compilados juntos es precisamente porque muestran la multiplicidad de voces de mujeres contemporáneas que están escribiendo diarios hoy, y termina con el estereotipo de “la mujer” como un todo. Esta antología rompe un silencio. Además, el diario se nos desvela como “género” literario sin límites, abierto, riquísimo.
¿Qué hay en estos diarios? ¿Vida cotidiana, pensamiento, profundidad, detalle? En el libro ‘Cómo se escribe el diario íntimo’, Alan Pauls dice:
“Se escribe un diario para dar testimonio de una época (coartada histórica), para confesar lo inconfesable (coartada religiosa), para «extirpar la ansiedad» (Kafka), recobrar la salud, conjurar fantasmas (coartada terapéutica), para mantener entrenados el pulso, la imaginación, el poder de observación (coartada profesional). Musil lleva un diario para historiarse a sí mismo, para examinar el cuerpo bajo el microscopio de su propia prosa; Mansfield escribe con el propósito de aliviarse y, por fin, emerger; Junger, para contrabandear el horror bajo la forma de «criptogramas» y «arabescos cifrados»; Pavese, para llevar a cabo un minucioso examen de conciencia; Barthes, para consumar un ejercicio meramente experimental…¿Y si todo ese variado repertorio de funciones se redujera a una sola formula, arcaica pero eficaz: conocerse a sí mismo? ¿Por qué en el impulso que mueve a un escritor a escribir su diario tendría que haber algo más que no fuera la decepcionante humanidad de un deseo que se cansa pero que no se muere: el deseo de ser sincero?”.
La desconocida que soy está lleno de coartadas. En cuanto a la sinceridad, no estoy segura. Quiero decir, son diarios honestos, pero no me importa tanto si somos sinceras cuando escribimos diarios. O cuando publicamos los diarios que escribimos. No sé si escribimos lo que somos o lo que queremos ser o lo que nos ocurre o un poco de todas esas cosas, o si escribimos con la firme intención de no ser leídas o si secretamente esperamos que alguien nos lea. Es complejo saberlo. Pero de nuevo, hay algo que para mí sitúa a este libro en un lugar genuino: de la experiencia solitaria de la escritura íntima se establecen lazos, la escritura se hace colectiva no solo en la dimensión de la lectura, sino en las escrituras-espejo.
A veces releo mis diarios y me avergüenzo. Otras me desconozco, otras me acuerdo de esa que fui y sonrío, otras me agradezco a mí misma por haber dejado una pequeña molécula para la memoria futura. Creo que en el fondo escribo un diario para saber que sigo aquí, que este instante y este otro no fueron tan efímeros.
En el prólogo de su Diario de una vida, María Bashkirtseff se pregunta: “¿Para qué simular, si es evidente que tengo el anhelo, la esperanza de permanecer en la tierra de cualquier forma que sea?”
Y sigue: “Si no muero en plena juventud, quedaré como una gran artista, y si muero joven autorizaré la publicación de mi diario, que tiene que ser interesante”.
Me pregunto si tengo la misma esperanza que Bashkirteff de permanecer. Pero mi anhelo no es permanecer cuando ya no esté, sino permanecer mientras todavía estoy. Tampoco creo que mis diarios sean interesantes. Pero escribirlos (y a veces hacerlos públicos) me ayuda en ese no-irme-del-todo. Me habilita incluso a revivirme. Al mismo tiempo, me transforma un poco en otra (quizá un poco a la rimbaudiana) y buscarme allá afuera, en esa otra del otro lado. En esa desconocida que soy; que somos.
Ph Carla Santángelo1 por Joel Heim
Ph Carla Santángelo2 por Nacho G Riaza
Ph libros Oriana Vázquez