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Había una vez una reina feminista

Una reina a punto de casarse, enanos, castillos y magia: antes de su primera página, La joven durmiente y el huso evoca el imaginario colectivo sobre los cuentos de hadas únicamente para hacernos entender que va a desafiar todas las construcciones culturales que se nos disparan en cuanto leemos el título de este libro.

La propuesta de lectura se tiñe de advertencia para dejar un mensaje muy claro: “…aquí nadie espera que aparezca un noble príncipe montado en su fiel corcel y dispuesto a arreglar las cosas. Si una joven reina quiere demostrarse a sí misma que puede ser una heroína, rescatar a una princesa es una ocasión perfecta…”.

De esta forma, y con sus intenciones expuestas desde el inicio, Neil Gaiman y Chris Riddell nos invitan al reino de Kanselaire, en el cual, una reina que no está completamente de acuerdo con su “y vivieron felices para siempre” decide que tiene cosas más importantes que hacer antes de casarse. Entre ellas, salvar al reino de una magia oscura que nubla las mentes de sus súbditos hasta dejarlos en un estado de letargo físico y mental y rescatar a una princesa encerrada en la torre más alta de un castillo por un personaje siniestro. El camino está lleno de dificultades, misterios y criaturas aterradoras, pero no son obstáculo para esta reina que, acompañada por sus tres amigos enanos y su espada, toma las riendas de su destino y sale a la aventura.

Este libro, publicado en español por Salamandra en el 2014,  no se limita a ser un mero vehículo para las palabras de Gaiman, ya que la construcción –o deconstrucción–  de sentido que nos propone su lectura deviene, en parte, de sus ilustraciones. La responsabilidad recae esta vez en la mano de Riddell, quien se convierte en cocreador de esta historia al instalar una estética sombría cargada de líneas en blanco, negro y dorado que nos recuerdan más a la crudeza de las historias de terror victorianas o, incluso, a los cuentos de los hermanos Grimm que a las figuras cuidadas de color pastel que caracterizan a las princesas de Disney.

Las imágenes recurrentes son significativas: desde el arte de tapa y a lo largo de todas sus páginas nos encontramos con espinas, calaveras y rosas, figuras que evocan las asperezas de un mundo en el que se superponen lo grotesco y lo bello, la vida y la muerte y el bien y el mal, y confirman que en esta historia ninguno de esos elementos existe en estado puro. Es más, las ilustraciones alcanzan, incluso, a los números de página. Estos detalles nos dan indicios de que la magia de esta pieza literaria no se limita a ser un mensaje, sino que también toma control del medio para contar una historia que, al final, excede al libro.

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Gaiman también se vale de un juego constante de intertextualidades y espacios vacíos para abrir las posibilidades de resignificación de los elementos arquetípicos de los cuentos de hadas tradicionales bajo una mirada posmoderna y feminista. Es así que el libro parte de dos referencias muy conocidas –La bella durmiente del bosque y Blancanieves–, pero nunca las nombra, así como tampoco pone nombre a los personajes. Es que, para este libro, las etiquetas no definen al individuo y esto se hace notar en el cambio de roles de los personajes respecto de los estereotipos que conocemos.

La reina, por ejemplo, sabe tan bien como los lectores cuál es el destino que se le impone: casarse, tener hijos y morir, pero esto, al parecer, no la entusiasma demasiado. Atrás quedó el incidente con la manzana y el féretro de cristal. Atrás quedó su historia contada por alguien que nunca le preguntó su versión de los hechos. Estamos ante un personaje multidimensional que entiende que en sus manos está el destino del reino, de la princesa y el propio. Entonces, decide aplazar el casamiento para adentrarse en la aventura, en una “despedida de soltera” bastante particular.

Si bien las ilustraciones nos presentan a un personaje de belleza hegemónica, sus amigos –los enanos– ponen acento en su ingenio y su conocimiento para resolver problemas. “Vuestra majestad es muy sabia”, le dicen, y con esta frase Gaiman termina de construir a una reina acostumbrada a dar órdenes y cuyas virtudes no se limitan a ser la más bella del reino. Esta reina no canta, no invoca a los animales del bosque ni se desmaya al ver sangre. Por el contrario, se abre paso entre lo más tenebroso, sin miedo al dolor ni a lo grotesco y nunca pide permiso o se cuestiona si está capacitada para hacerlo.

La reina decide mantener esta actitud, incluso, cuando encuentra a la joven durmiente. “Yo me encargo”, dice, y en una de las escenas más disruptivas del universo de los cuentos de hadas populares, nuestra protagonista despierta a la muchacha con “un beso largo y fuerte” en los labios. Y no es un momento que queda perdido entre los párrafos del libro o en la oscuridad del subtexto: la edición ilustrada le dedica dos páginas completas a este momento que se desenvuelve con total naturalidad, sin cuestionamientos ni miradas de extrañeza por parte de los otros personajes.

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Hasta ese momento, para atestiguar una escena de estas características en un cuento de hadas, los lectores teníamos que recurrir al fan fiction, a obras independientes o a otros productos culturales a los que solamente accedía un público adulto. Es cierto que en el momento en que este libro salió a la venta, la figura del beso que rompe el hechizo también estaba siendo replanteada por los narradores de cuentos de hadas más influyentes de la actualidad, como Disney. En Maléfica (2014), por ejemplo, el beso fue despojado de su connotación romántica heterosexual y en Frozen (2013) es reemplazada por un acto de amor entre hermanas. Sin embargo, hoy, el estudio todavía no se anima a mostrar de forma explícita un beso en la boca entre personajes del mismo sexo. Mientras tanto, en el universo literario, La joven durmiente y el huso logra posicionarse en el mismo espacio que otros cuentos juveniles sin tener que censurarse ni pedir permiso.

tapa la joven durmiente

Así como difumina los roles tradicionales de los personajes de cuentos de hadas, esta historia también nos revela que el bien y el mal no son categorías puras y que las fuerzas antagónicas a la reina no toman necesariamente la forma de una bruja malvada. Además del ser maligno que, con magia negra, “nubla” las mentes de los habitantes del reino y se aprovecha de ellos para afirmar la permanencia eterna y depredadora de un orden establecido que la favorece, se presenta una fuerza mayor que actúa de la misma forma y le impone a la reina un destino predefinido por su título nobiliario, su género y el hecho de que su mundo es un cuento de hadas. De esto surge una pregunta inevitable que nos interpela: ¿cuál es la verdadera naturaleza de ese poder opresivo que la obliga a llevar una vida de acuerdo con los patrones establecidos y que mantiene al mundo “adormecido” para consolidarse en el poder sin cuestionamientos?

En este contexto histórico que nos invita a repensar y redefinir los roles culturalmente establecidos y que demanda mayor representación de la diversidad en los productos culturales, La joven durmiente y el huso se vuelve una pieza fundamental para completar las bibliotecas posmodernas de personas de todas las edades. Por un lado, anima a los lectores adultos a deconstruir aquellas piezas de cultura popular que marcaron sus vidas y a pensar cómo trasladaron esos esquemas de pensamiento a su visión del mundo. Por el otro, propone a los lectores más jóvenes una alternativa al modelo hegemónico de cuento de hadas que, en lugar de plantear el destino de sus protagonistas como algo definitivo e inevitable, enseña que uno puede definir los términos de sus “felices para siempre”.

Es que, al final, como dice la reina “siempre se puede elegir”.

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