“La última vez que estuvimos solas con Carmen me dio vergüenza preguntarle qué le pasaba, por qué lloraba tanto, y cuando ella me decía ´Patri, nos están buscando´, yo cambiaba de tema”. Patricia se inquieta al recordar esa timidez que le impidió contener la angustia de su prima en ese momento, el último encuentro que se repite en su recuerdo más intensamente a medida que pasan los años. Unas semanas más tarde, en agosto de 1977, Carmen y su esposo Daniel fueron desaparecidos por un grupo armado que irrumpió en el departamento donde se escondían.
Esa conversación entre primas quedó trunca por décadas: “lo pienso ahora y no encuentro razones para explicar mi comportamiento, esa tarde yo no hablé. Carmen y yo no nos dijimos nada, no nos despedimos, nada”. Quizás porque el dolor tiene muchas formas de camuflarse y el silencio es la más habitual, Patricia se acostumbró a que en su familia no se hablara de esa ausencia abrupta, forzada, dolorosa.
Patricia Pellegrini llegó a transitar el arte desde muchos caminos: muestras en el país, en el extranjero, docencia, premios, siempre armando obra, instalando, volviendo a crear. Nunca imaginó que sería el arte el territorio para continuar esa conversación con Carmen.
“Desde chica el arte fue mi refugio, yo me la pasaba dibujando, pintando. Cuando terminé la primaria ya tenía decidido que quería estudiar Bellas Artes”, cuenta Patricia mientras recuerda a su padre, la caja de lápices Faber Castells que le regaló y que ella usaba para pintar ondas de colores en degradé. Para esa época ella y Carmen se juntaban en la casa de sus abuelos de Haedo, en el gallinero —que ya no se usaba como tal pero que mantenía su nombre— para jugar a fumar con los tubitos blancos de los marcadores. La suya era más una amistad que una relación familiar. El destino parecía decidido a espejar sus vidas en una serie de coincidencias felices: confidencias adolescentes, novios que eran amigos entre sí, casamientos casi simultáneos y primeras hijas que nacieron con un mes de diferencia. El sonido del timbre del teléfono que despertó a Patricia una madrugada de agosto trajo la desolación. Con la angustia del sobresalto escuchó la voz de su madre: “se llevaron a Carmencita”.
Carmen Percivati Franco y Daniel Aldo Manzotti eran militantes montoneros de una célula de Haedo. Estaban escondidos en el departamento de los padres de Carmen, ella estaba embarazada de su segundo hijo y tenía miedo del parto en el hospital porque presentía que así iban a dar con ellos. No se equivocó: nueve días después del nacimiento de su hijo, un grupo comando irrumpió en el departamento. Ana, de un año y medio, y Ernesto, de nueve días, quedaron al cuidado de sus abuelos.
“Cuando mi prima desapareció yo lloraba todo el tiempo, pensaba que nunca más iba a reír. Después lo vas superando…”. Sin darse cuenta, Patricia pasa de la primera persona a la segunda, un dolor personal que se convierte en un vos colectivo: lo vas superando. O quizás se da cuenta, pero tiene tan incorporada la voz colectiva que pasa de lo propio a lo grupal como si fuera el equilibrio natural de los vínculos entre las personas. Lo particular y lo general será el diálogo recurrente de sus proyectos de los últimos años. Pensar los 30.000 desaparecidos a partir de la pérdida personal, tomar la pérdida personal como eslabón del compromiso colectivo.
Con la necesidad de mantener la memoria activa, al cumplirse los 40 años de desaparición de su prima, Patricia pensó hacer una muestra homenaje colectiva para la que convocó a 40 artistas. Si bien el motivo de la convocatoria eran Carmen y Daniel, algunos artistas trabajaron sobre los 30.000 haciendo énfasis en la temática de los derechos humanos. La muestra, que en un principio se había pensado como un homenaje al aniversario de la desaparición, se volvió itinerante presentándose en centros culturales, museos, consejos deliberantes y legislaturas —incluida la de CABA— de todo el país. “En la mayoría de los lugares la muestra es muy bien aceptada, en otros me dijeron que no, por el contenido político. La directora de un museo me dijo ´traela pero traé también una muestra de los desaparecidos del otro lado´. Le respondí que hubo muertos del otro lado, pero desaparecidos no, el plan sistemático de desaparición fue de un solo lado”.
Patricia repite reiteradamente ser tímida. Tal vez sea su forma de percibirse para justificar la distancia que ponemos a desconocidos. Al escuchar contar su trayectoria no parece serlo, pero nuevamente, la timidez puede usar muchos disfraces. “He incorporado mucha fotografía en mi obra, fotos que tomo yo. Cuando era jovencita iba a las muestras con una cámara y me escondía detrás del objetivo, para mirar lo que quería ver y romper mi timidez”. Para el homenaje también introdujo fotografías en su obra: los rostros de Carmen y Daniel mirándonos en un instante detenido en el tiempo, mientras una Argentina en azul es atravesada por líneas rectas rojas, que parecen violarla, callarla, cegarla.
“Yo no soy escritora”, es otra frase recurrente de Patricia. A pesar de no serlo, la idea de escribir un libro contando la historia de su prima vino tiempo después de la primera exposición: “hacía tiempo que quería contar la historia, pero no sabía cómo. Yo sola no podía…entonces le pedí a las mujeres de mi familia que cada una cuente cómo incidió en su vida la desaparición de Carmen y Daniel, que cada una comparta lo que quiera y juntas poder recomponer este vacío”, cuenta Patricia. Nuevamente la colaboración, el trabajo conjunto para poner vigente la memoria, para no olvidar que detrás de un nombre, un DNI o incluso una foto, hay una historia. La riqueza del libro es que esa historia tiene multiplicidad de voces, puntos de vista y emociones, interpela por la sinceridad, por la vulnerabilidad sin filtro, por la humanidad de reconocernos tan frágiles ante la tragedia. “Cuando empecé el libro no podía parar de llorar cada vez que me llegaban los escritos, pensé que no iba a poder terminarlo, pero después que se publicó, sentí que había concluido algo. Algo que le debía a Carmen”.
Hace más de cuatro años que la muestra viaja por todo el país y Patricia está presente en cada inauguración, brinda charlas, a veces acompañada por otros familiares de Carmen. Al igual que las miradas en las fotografías, las conversaciones también pueden quedar suspendidas en el tiempo. Quizás en cada presentación Patricia esté terminando de charlar con Carmen, quizás pinte en degradé las respuestas que no pudo decir hace 45 años.