*“¿Usted sabe que su libro vale un cuarto de litro de sangre?” No, no lo sabía. La pregunta iba dirigida a Belén Gopegui quien, en ese momento se encontraba dando una conferencia en Sevilla. Esa cuestión cruzó la sala para crear, después, un mundo entero en forma de novela. El comité de la noche es la consecuencia de aquella intervención en Sevilla. Cuando terminó de hablar, Gopegui buscó a la persona que había instalado esa pregunta y le pidió más información. Y después siguió investigando hasta toparse con una práctica aterradora que, como tantas otras, pasa desapercibida si no hay alguien que se empeñe en sacarla a la luz. Bajo el gobierno de Esperanza Aguirre en la Comunidad de Madrid, el responsable de Sanidad, Javier Fernández-Lasquetty, dio luz verde a un acuerdo con la Cruz Roja. Por cada bolsa de sangre que esa entidad recaudase, la Comunidad le pagaría 67 euros. El intercambio de algo tan básico para la vida como la sangre pasaba entonces al mercado, cambiando totalmente el concepto de donación. Para completar el delirio, Belén Gopegui incluye al inicio de su novela un dato de esos que cuestionan si la realidad puede o no superar a la ficción: “Una multinacional farmacéutica plantea pagar setenta euros semanales a los parados que donen sangre”. La noticia es del 17 de abril de 2012. El escenario de la novela se reparte entre Madrid y Bratislava. La capital española funciona acá como contexto o explicación de las razones por las que una serie de ciudadanos deciden organizarse y pasar a la acción. La crisis en España ha provocado muchos movimientos que aún son difíciles de cuantificar. De hecho, quizás los menos mensurables sean los más relevantes para entender las resistencias que van apareciendo a pequeña escala. Esa realidad, a la que la mayor parte de la sociedad española en su conjunto llevaba décadas sin estar acostumbrada, es el telón de fondo de los personajes fundamentales que constituyen esta historia. Álex, Carla y el escribidor. Tres conciencias suspendidas que dialogan entre sí y sobre la pertinencia o no de pasar a la acción frente a una situación desesperante y prolongada. El núcleo de la historia sobre la que pivotean los sentimientos de los personajes transcurre en la ciudad de Bratislava, en Eslovaquia, donde Carla fue a trabajar para una empresa de hemoderivados, como tantos que han debido emigrar en busca de mejores oportunidades laborales en los últimos años. El escribidor, acá, es a quien Carla relata la historia que allá vivió y de la que desea dejar constancia. Y esas visiones son las que nos llegan a nosotros, como lectores, a través de un comunicado inicial. Los documentos han sido divulgados por el Comité de la noche. Y lo que allí se cuenta es, sólo, una muestra que, en algún punto, ha de servir para provocar un pensamiento consecuente.
La novela toma como pilar estructural un hecho de la realidad y lo extiende hacia otras latitudes para que sirva sólo como síntoma de algo que es universal. España ha sido un caso felizmente extraño. Su sanidad pública es uno de los tesoros que han sabido aprovechar tanto ciudadanos extranjeros como autóctonos a lo largo de los últimos treinta años pero hoy está, como tantas otras cosas, en peligro de extinción. Para hacerse una idea del nivel de excelencia del que estamos hablando conviene saber que si el rey de España tiene un problema de salud, por lo general, evita la clínica privada. Todo un síntoma. Pero de un tiempo a esta parte, esas y otras joyas conquistadas por la democracia se van desmoronando. No es casualidad, sino efecto de una organización que crece tan sigilosa como desmesuradamente en contra del bien común. La clase dominante, tal y como la denomina Gopegui, tiene las herramientas para organizarse y para cubrirse en caso de escándalo.
Marxista y ecofeminista, Belén Gopegui pertenece a esa generación que no pudo decidir en el proceso de la transición española y que está, hoy, sufriendo una de las crisis más brutales de la historia de la democracia. En esta coyuntura se han lanzado varias obras enmarcadas bajo la etiqueta de “literatura de la crisis” o “social”. Una concepción bastante absurda, según ella misma argumenta: “La etiqueta confunde, no hay literatura al margen de la sociedad, la etiqueta suele añadir un sesgo miserabilista, así también el ministerio de asuntos sociales se ocupa en España de la marginación y no de sus causas que están mucho más cerca de los Consejos de Administración que de las drogas en los barrios.”
En una de las presentaciones de tu libro, incluiste a una de las personas que forman parte de la junta directiva de Adecetma, la asociación que está luchando contra la privatización de las donaciones de sangre en Madrid. Fue una forma de difundir esta realidad sobre la que se basa tu libro. ¿Vos también estás implicada en esa lucha?
–Muchos de nuestros actos no proceden de decisiones aisladas, al menos en mi caso, del tipo ¿dónde sería más útil esta acción, dónde podría producir mayor efecto? La vida diaria va empujando, haces algo como escribir una novela y la publicas y escribes otra y tratas de aplicar tus convicciones a lo que haces y a veces te dices que sin duda es más útil militar y organizarse y empiezas y luego te encierras a escribir otro texto porque crees que tienes que hacerlo y luego los vínculos personales, las condiciones materiales y otras circunstancias hacen que parezca que los días son tan cortos. De manera que en ocasiones colaboro con las organizaciones que citas pero no formo parte de ellas.
¿Qué grado de incidencia creés que puede tener tu obra en la sociedad en la que vivís?
–Entiendo lo que quieren decir quienes reivindican un espacio para la inutilidad, como un descanso, un sitio donde no haya que preguntarse por qué ni para qué. La cuestión es que la utilidad se define con respecto a algo, y así también tiene que suceder con la inutilidad. No creo que pueda haber una inutilidad absoluta y menos en el terreno del lenguaje, tan cargado de connotaciones que ni siquiera podemos describir por completo. La mayoría de las novelas, esas a las que el canon quisiera dejar limpias de política, tienen incidencia en la medida en que suscitan el reconocimiento y la afirmación de los valores de quienes las leen. Es una incidencia menor. Y aún es más pequeña la incidencia de las novelas que van a la contra. Pero aquí podríamos acudir a una frase del principio de El comité de la noche: “Si el poder de una historia tiende a ser ínfimo, lo cierto es que también resulta incontrolable”.
Tu novela fue publicada en 2014, antes de que conociéramos los resultados de las últimas elecciones en España. Hay quien sostiene que el PP sigue acumulando votos por un tema de miedo al cambio que está instalado en la sociedad. ¿Pensás que Podemos está construyendo una fuerza real o pensás que se están errando las estrategias?
–Quizá la política debiera tener más presente, como la literatura, que no hay contenido sin forma ni viceversa. No hay estrategia sin materiales, y esto a veces ha parecido olvidarse. En este momento, creo, hay un desánimo con respecto al trabajo de construcción de esa fuerza real que describes, más allá de los votos. Cabe también preguntarse quién dijo que iba a ser fácil y por qué se creyó que iba a ser fácil. Una de las frases que más se oye en este momento alude a la impresión de que los recién llegados, y llegadas, a la política, se están volviendo “como todos”. La idea muestra lo que a mi entender fue una confusión desde el principio. No creo que haya que buscar la confianza en las transformaciones en personas que no sean “como todas”. De lo que se trata es de deshacer nudos y oponer resistencia para que la lucha contra el expolio, etcétera, permita que surjan otras relaciones. Claro que los principios personales son importantes. Pero a mi modo de ver no tiene sentido querer construir una partido de ángeles puros sino organizar la urgencia.