Sobre Cuentas pendientes, de Martín Kohan
Por Violeta Serrano
Sorprende. La verdad es que sí. Una se queda patidifusa. Descolocada. Busca una justificación al cambio y la encuentra. Es un detalle: apenas una señal gráfica. Pero ahí está. Usa el maridaje entre el número romano y el arábigo. Ni más ni menos. Primero une ambos. Luego articula el cambio.
Cuando el tipo ya te tiene atrapadísima en una historia de fracasos y letanía de imposibilidad de escapatoria, va y te da vuelta a todo. Y te explica sus razones. Te dice exactamente cuál es la esencia de la novela. No puedes pedir más. ¿Por qué? Porque si algo es la literatura o debe serlo es cuestionamiento y si el propio hacedor de ficciones tiene valor como para desgajarse él mismo contra su personaje entonces sí: Cuentas pendientes lo es. Literatura: alta.
No te puedo contar mucho más porque te voy a joder. Mejor te pasas y lo ves tú mismo. Entras al libro como quien entra a la casa de un desconocido. Observas todo con un ojo camaleónico y un temblor en el pie derecho. Sonrisa de circunstancia y un rascarse la cabeza de vez en cuando. Eso tienes. Así entras. Y luego te vas haciendo con el lugar y el hogar se vuelve tuyo. Y el autóctono se te antoja ya más cercano, más apacible. Compañero casi. Incluso puede que te reflejes de algún modo en él. O tal vez más con el dueño que espera cuatro meses atrasados de alquiler. Eso depende de tu vida, claro.
El éxito en Kohan es que no importa cuál sea tu lugar en el retablo de los días: él sabe ubicarte en ambas partes. El enemigo y el amigo y que todos sean reemplazables. Y tú y yo, también. Aristóteles lo alabaría. Magia necesaria. Catarsis en el Buenos Aires del siglo XXI.
Título: Cuentas pendientes
Autor: Martín Kohan
Editorial: Anagrama
Págs: 184
ISBN: 978-84-339-7208-8
FOTOGRAFÍA: Magdalena Siedlecki