FOTO CARTEL

Sacralizar la denuncia, una pasión argentina

Sobre «Café irlandés»
Por Violeta Serrano

La obra ‘Café Irlandés’ (dramaturgia y dirección por Eva Halac) se representa en el Centro Cultural San Martín de Buenos Aires desde febrero de 2014. Ahora, en el Teatro de la Comedia.

Al inicio del espectáculo los colegas miran la vida desde perspectivas opuestas. Tomás Eloy Martínez trabajaba para La Nación, en plantilla, con un sueldo fijo, con una tranquilidad bajo el zapato. Rodolfo Walsh no, él era un free lance, un precario, un tipo que recién llegaba de Cuba y fundaba Prensa Latina, agencia de noticias adherida al gobierno de aquel país, junto con Masetti, el Che, García Márquez y otros. Los mecanismos laborales no han cambiado demasiado en cincuenta años: a mitad de trama el asegurado Martínez se va a la calle. Unos creen que por haber indagado donde no debía. Sucia mentira. La verdad es que quien puso plata publicitaria, la Paramount, hizo patente su disconformidad con una crítica hecha por Martínez. Y éste, claro, fue invitado a largarse. Walsh, en la libertad de no tener dueño fijo, buscaba entonces la verdad sobre todas las cosas. Él, que había empezado escribiendo policiales con sus Variaciones en rojo de 1953 sin preocuparse demasiado por la vida política en particular, fue rápidamente arrollado por la realidad de una Argentina que prometía una masacre, esa que, sin mucha sorpresa, incluiría su propia desaparición, nada más expandir su Carta abierta a la Junta Militar en el 77, y la de su hija, poco tiempo antes, María Victoria Walsh. Gracias a su padre lo de José León Suárez no cayó en saco roto, por aquello de que “hay un fusilado que vive”, así como el caso de Satanowsky o el de Rosendo.

Walsh afirmaba que, de no ser absolutamente cierto lo investigado, no podía hablarse de periodismo. Tomás Eloy, no. Él estaba más por la idea de que la construcción de la realidad no es más que eso, una pintura, una forma de verse y de relatarse, y que, el periodista, creador del pensamiento sobre el mundo, debe recurrir en parte a la ficción para vender una buena historia. De hecho, muchas de las frases que hoy se atribuyen a Perón o a Evita no son sino una invención de Tomás Eloy, un tinte de color que hace que la vida de los dos amantes más venerados de la Argentina haya sido, y sea aún hoy, materia de interés histórico. Construcciones que él como escritor y periodista aunó en La novela de Perón y en Santa Evita. En el caso concreto que ilustra la obra, ambos periodistas, Martínez y Walsh, buscan la venta de la exclusiva para el ‘Paris Match’ del lugar en el que se encuentra el cuerpo de Evita. El coronel debe de saberlo, a él, a ese que vive bajo una amenaza constante es a quien se debe indagar.

La dicotomía entre las dos posiciones casi morales sobre la labor del periodista atraviesa Café Irlandés, dirigida por Eva Halac, quien ha sabido realizar una excelente puesta en escena tomando como base fundamental no sólo el cuento de Walsh titulado “Esa mujer” sino también esa esencia discursiva acerca de la función del periodismo.  No es la primera vez que la directora crea a partir de una obra literaria y, como en el caso del texto de Martín Coronado que llevó a escena en 2010, Halac toma ahora otra obra literariamente noble como lo es el sublime cuento de Walsh y refuerza los conceptos fundamentales para crear un arte nuevo a partir de la apropiación. Los textuales del escritor argentino aparecen en varias ocasiones y no olvida tampoco el guiño al cartel de Coca-Cola que Walsh tan bien utiliza en su cuento para manejar los tonos lumínicos que marcan el espacio-tiempo.

El hecho de que la escenografía de Micaela Sleigh recree un patio de butacas tiene que ver con esa discusión acerca de la visión sobre el mundo y la posición que el periodista toma sobre éste. Los personajes observan y toman notas de lo que ocurre en escena cuando los que crean la ficción no son ellos, sino el coronel y su mujer, es decir, Moori Koenig y su esposa. Él, uno de los responsables de la llamada “Revolución Libertadora”, será entrevistado primero por Tomás Eloy, que no le sacará casi nada, y luego por Rodolfo Walsh que tampoco logrará ahí ninguna verdad. Todo son rumores, pistas falsas, idealización de la historia típicamente adscrita a la esencia peronista. Evita convertida en diosa, odiada y admirada con una pasión similar por ambas posiciones.

El cierre es un círculo perfecto en la tónica del tema esencial de la trama. Koenig, Tomás Eloy Martínez y Rodolfo Walsh se sientan a escribir la Historia. Cada uno la suya propia, cada uno su versión de los hechos. Uno tranquilo porque habla desde la literatura -”Esa mujer”, sin siquiera nombrar a Evita-, otro creando Historia sabiendo que “no le falta información, sino imaginación”. ¿Y el coronel Koenig? Probablemente intentará escribir su ensalzamiento para la posteridad. Él, que salvó de la barbarie al cadáver de la diosa de los “roñosos”. Descamisados, peronistas. Esa calaña, piensa. Pero, al mismo tiempo, nada le calienta más que ver a su mujer vestida de ella, de la puta que arenga a los que se lavan los pies negros en la fuente de la Plaza de Mayo, convenciendo a los pobres de integrarse en el sistema. Nada revolucionario, según Walsh. Una trampa. Igual que la denuncia convertida en novela: una sacralización que mata.

 

FOTOGRAFÍA: Prensa Centro Cultural San Martín.

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