Andrés Caicedo

Caicedo y su calabozo

 Por Dolores Caviglia

Andrés Caicedo

Vivir y escribir. Escribir como se vive. Vivir según las reglas de una escritura. Así decidió Andrés que iba a pasar sus días. Con descaro, sin tabúes, con rebeldía, sin convenciones, con tormento y el desparpajo de quien es hombre y usa el pelo largo. Es por eso que se suicidó, porque dijo en una de sus obras que vivir más de 25 años era una insensatez, una vergüenza. “Come todo lo que sea malo para el hígado: mango viche y hongos y pura sal, y acostúmbrate a amanecer con los gusanos. No te preocupes, muérete antes que tus padres, para liberarlos de la espantosa visión de tu vejez”. La noche en que recibió la primera copia impresa de su único libro escrito completo ¡Qué viva la música!, tomó sesenta pastillas de seconal, algo así como la dosis recomendada para dos meses de una droga que seda el sistema nervioso neutral y deprime el respiratorio. Era un viernes, el 4 de marzo de 1977 -el mismo día en que al otro lado del mundo un terremoto mataba a miles en Rumania-; y estaba en el Edificio Corkidi Nº 2 de Cali, Colombia, sentado frente a su máquina de escribir, una Olivetti. 

Luis Andrés Caicedo Estela nació el 29 de septiembre de 1951 y no se quedó quieto ni un segundo. Estudió en siete escuelas distintas porque su comportamiento hacía enardecer a las autoridades y sus mentiras, a sus compañeros. Lideró diferentes movimientos culturales, como el grupo literario Los Dialogantes y la revista “Ojo al Cine”. Se dio cuenta que quería ser escritor en 1964, cuando cursaba tercer grado y escribió el cuento El silencio. O quizá mucho antes. Sus padres se dieron cuenta que podía llegar a ser escritor cuando cinco años más tarde ganó el segundo premio en un concurso literario con su cuento Los dientes de Caperucita. Leyó a Poe, a Melville, a James, a Joyce, a Lovecraft como a Vargas Llosa, a Cortázar, a Rulfo. Su libro predilecto era Diario de la Guerra del Cerdo, de Adolfo Bioy Casares. Escuchó a los Rolling Stones, a los Beatles, a Eric Clapton y a Bob Dylan. Pasó poco tiempo fuera de su Cali, lo hizo para probar suerte en los Estados Unidos y ver si alguien se interesaba en sus guiones cinematográficos. No lo consiguió. Escribió crítica, teatro, cuentos, novelas, ensayos. Dirigió y actuó. En total, tiene más de 40 obras, algo así como nueve recopilaciones, cuatro novelas pero no todas conclusas, veintidós cuentos y siete guiones de cine y teatro, entre ellas Mi cuerpo es una celda, Destinitos fatales, Noche sin fortuna, Calibanismo, Por eso yo regreso a mi ciudad, Infección, Calicalabozo y Los imbéciles están de testigos. En 1976 intentó suicidarse dos veces.

 

Caicedo
 

Su escritura desdice, alborota, escupe lo que piensa sin mediaciones, se trasviste, se encripta, se rebela, contagia, retuerce, convulsiona, se come los discursos de la música y el cine, y mezcla el diminutivo caribeño con el olvido latinoamericano de los que abandonan su país. Es compulsiva, descarada: “¿Chiquita?, le repetí, y el respondió rápido, como agitado por el chispazo de una idea genial: ‘Chiquita (yo me puse tiesa) pero poderosa’”. Y vanguardista: “Caminé hacia el guitarrista sintiendo aguijones de amor en las caderas”. Pero tierna: “Goticas de sudor que yo le habría sorbido para volverlas lágrimas de emoción mía”. La usó para contar la ciudad, la urbanización, los problemas de la sociedad, el movimiento hippie, el rock, la psicodelia, la contracultura, la violencia, las drogas y el despertar de la sexualidad. Al adolescente. Para el adolescente. Desde un adolescente, que no quiso crecer y que imploraba que nadie jamás se rindiera ante la adultez y la respetabilidad de un hombre mayor.

Mientras vivió su literatura pasó desapercibida. Andrés no llegó a las estanterías de las librerías más famosas ni a las mesas que están ahí, ni bien uno entra. Desde que murió, dijeron de él que parecía el escritor del futuro, ese que podría perfectamente narrar la generación de las redes sociales y la comunicación contabilizada y tabicada, que era el enemigo natural de Macondo -la invención de Gabriel García Márquez-, que era un escritor con cara de estrella pop, un nerd atormentado con una voz muy propia, calidad estética y la frescura natural de quien escribe en primera persona. Un genio tartamudo, miope, débil, torpe, escuálido, desaliñado. El primer hipster latino.

 Andrés Caicedo

Su obra póstuma, toda su obra, se conoció gracias al trabajo y la promoción de dos de sus grandes amigos: Sandro Romero Rey y Luis Ospina. Ellos son algo así como los responsables de todo lo que ocurrió después. De que las grandes editoriales hoy sí lo tengan en su catálogo. De la creación del mito.

Andrés murió y no se enteró.

Si siguiera con vida, tal vez aún estaría luchando por sobresalir; tal vez para algunas personas fue la muerte lo que lo hizo grande. Si estuviera vivo puede que ya no escribiese más, o no, o todo lo contrario. Seguiría armando novelas, guiones y cuentos. De los mejores.

 

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