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Bosco: la viva transformación

Bucear en las raíces de su abuelo fue lo que llevó a Alicia Cano Menoni a adentrarse en un pueblo en el norte de Italia. ‘Bosco’, su documental filmado durante 13 años entre Italia y Uruguay, fue seleccionado en el 2020 para integrar el Cannes Docs.  Estrenado en cines durante el 2022 fue un largometraje de gran difusión en la escena audiovisual uruguaya. 

Screenshot 2023-05-09 10.32.53 PMLos relatos de Orlando Menoni, abuelo de la directora, son los que dan origen a esta historia. Orlando vivió 103 años, pero nunca conoció el Bosco. Creció en la ciudad de Salto, a las orillas del río Uruguay, escuchando las memorias de sus padres sobre este pueblo ubicado en la región de la Toscana en Italia. Bosco di Rossano apenas deja rastro cuando se navega en la web. En el mapa se divisa una calle con unas pocas casas extendidas como un río entre cerros verdes. La directora juega entre estos lugares con nostalgias que no fueron y el presente de un pueblo abandonado. “En Uruguay, todas las personas tenemos un Bosco dentro” dice Alicia Cano. Y es, en parte, cierto. Pero más allá de los orígenes italianos y las historias de migración tan corrientes en el Río de la Plata, Bosco nos lleva a cuestionarnos acerca de qué espacio le damos a nuestras raíces. 

La pregunta “¿Qué es una casa para vos?” resuena y se vuelve central en el relato. Las protagonistas responden con ternura y simpleza, interpelándonos en un tiempo acelerado donde prima lo fugaz. Casas de piedra. Casas para siempre. Casas para la vida entera. Habitantes que son incapaces de abandonarlas. En una conmovedora escena, aparece la abuela de Cano despidiéndose de su casa en Salto. Casa de infancias, casa de vidas. Este momento nos saca del ambiente casi irreal del Bosco y nos lleva a las frías baldosas de la ciudad, nos choca con la realidad de la vejez y nos cuestiona sobre la trascendencia y el tiempo. ¿Qué pasará con esa casa? ¿Dónde habita el recuerdo de quienes se van?  

Las casas del Bosco, la mayoría vacías, dejan espacio a la soledad. Entonces es la naturaleza la que entra como compañera. Representada tan salvaje como armónica, penetra el pueblo y alma de los personajes. Sus risas, sus miradas y el verde intenso que inunda la película muestran un pueblo lleno de vida. Pero también quieto y solitario con inviernos que transforman los bosques en cenizas y los techos en nieve. Con fuentes congeladas y huellas olvidadas. Lobos que aúllan, abejas que caminan sobre pieles arrugadas, lunas que se reflejan en blancas lanas. La naturaleza se vuelve poesía en la mirada de Cano. El bosque y el pueblo manejan un mismo lenguaje. Los habitantes se quedan. Como en Walden de Thoreau, la vida se vuelve lenta, contemplativa, sencilla. Desde la pastora y sus caminatas hasta la señora que cuenta los pasos que da podemos conectar con esta vida en los bosques y preguntarnos ¿Acaso se necesita más? Los habitantes se quedan, casi como una forma de resistencia a un mundo acelerado y citadino. Sus miradas reflejan complicidad. Sus ojos encuentran tranquilidad.

Y también ausencias. También abandono. Los recuerdos de familia, de infancias y bullicio se expresan en objetos: un plato vacío, un caramelo, un escalón. Pero se mezclan con el viento de los árboles convirtiendo la soledad en belleza y las almas en bosques. La directora retrata así un pueblo abandonado desde la viva transformación que la naturaleza y el tiempo imponen.   

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