alex

Alex, emigrante de sí

En la película Under the skin (Jonathan Glazer, 2013), una entidad extraterrestre toma el cuerpo de una mujer (Scarlett Johansson) para aprender las costumbres y, más importante, la naturaleza de nuestra especie. Desconocidas razones dan inicio a su tarea, pero sabemos, promediando la trama, que su paso por el mundo irá erosionando esa primera versión suya, para dar lugar a un viaje de autodescubrimiento a la sensibilidad, el deseo y, lo que Freud llamaría, el malestar de la cultura y la pulsión de muerte.

Una aventura similar propone JUSTO ANTES DE OLVIDAR MI NOMBRE, el poemario de Alex, autora santiagueña radicada en Buenos Aires. Olvidar un nombre, como cambiar de piel, como reBelarse y reVelarse, frente a la historia personal y las herencias que demandan sacrificio antes que el coraje de ser alguien más allá de los residuos de un linaje.

Desde el primer poema, Alex habilita esta lectura de lo alien-ado (“Yo, extraterrestre innominada”) y arma un filtro para contraponer experiencias y significantes a lo que pareciera, de entrada, el puzzle de una identidad resuelta. A través del infrarrojo de estos poemas, se detectan las manchas imperceptibles de un relato generacional, imperfecciones que no se hacen notar sin esa primera ortopedia de la perspectiva. Se trata de una declaración de identidad a modo de manifiesto: ella entiende que el ser es un hecho político y, como tal, una entidad que hace con su historia un relato de su tiempo y su geografía. “Hoy soy lo que soy por haber nacido / en el desierto árido del norte”, declara, ubicando en una cartografía de carencias su primera estación.

Pero, en lugar de avanzar en arco ascendente al heroísmo de una reivindicación, los poemas fotografían el ectoplasma que dejaron los fantasmas de una deconstrucción. Un relevamiento de los duelos todavía vigentes, como si el aura de esa transición fuera un conjunto de caras, distantes y borroneadas por oficio de una gran velocidad.

Vos querías a toda costa tener una nieta que supiera coser

que fuera toda una mujer, así lo decías y ponías énfasis

to-da-u-na-mu-jer, y me señalaste a mí

mientras yo me deseaba centro de la tormenta

me deseaba otra.

Valiéndose de una voz compleja y autoconsciente de su tono nostálgico, los poemas denuncian los residuos de una pedagogía ancestral. El saber mira en una dirección y la experiencia en otra: “Las niñas duermen en sus camas / a medio crecer y boca abajo, / los libros duermen en el suelo / a medio leer y boca arriba”.

La pregunta también acecha, articulada a la subjetividad de la época: qué mujer se aprende a ser en los escombros de la cultura heteropatriarcal. Las viñetas costumbristas del poemario sugieren que la poeta transita una aventura arqueológica, haciendo de las historicidades prójimas, una alternativa: “charlar con todas esas madres que no son la mía / (…) pensar en cuál de todas esas vidas posibles / es la que a mí me hubiera gustado”.

La escritura de Alex parcha el paso -¿el peso?- del tiempo. El hiperlink que nuestros nombres generan con el legado tiene el rango de una maldición, algo que aspira a romperse en el recambio de anhelos generacionales. Qué quiere ser Alex, a través de estos poemas, sino un pensamiento (sobre)viviente que contradice la espesa penumbra de los mandatos, la mortífera aceptación de lo que queda por ser.

no hay identidadlibro-alex

 

el pasado se desprende como una mochila

que tuvimos que tirar en el camino

para salvar nuestra propia vida:

¿así será olvidarse de la historia?

Y más adelante:

Si hoy decidiera ser madre

sería una inútil

y reproduciría mi inutilidad

al infinito

y traería al mundo a un primogénito:

otro portador del mal gen de mis ancestros

¿Y qué escribe Alex en ese espacio de ausencias que comienza en la aridez y desanda los sueños trazados por el deseo familiar?

Está, desde luego, el amor. Un amor al que no se sabe esperar, porque, o no se lo invoca por fuera del poema, o no se lo interpreta posible, o es el amor catabólico sobre el que se habla como de un parásito: “de haber sabido que venías / me hubiera puesto el salvavidas que con tanto esfuerzo me dejaron / las que ya se ahogaron”. Un amor que es, en principio, la expresión de sus marcas: “vos te quedaste y comenzaste a impregnar / los muebles con las huellas dactilares de tus dedos”. Las huellas dactilares, el registro de una identidad haciendo, del espacio, algo compartido, pero también un territorio que nunca podría expropiarse completamente del encuentro, una vez que la celebración de su nacimiento se haya convertido en caducidad.

Y si en el amor, hiriente e indócil, hay el proyecto de desintoxicarse del deber ser, la vida que se aborda desde ahí aparece nombrada por la asimetría, una identidad rebelde, el desacuerdo nervioso con lo completo y ordenado. Elidir el tiempo, la atención, la esperanza, son estrategias de supervivencia. Los poemas de Alex restituyen la flaqueza de un universo que se quiebra, precisamente, por su aparente solidez, por su resiliencia a desdoblarse, a pesar del dolor y las artimañas de una poética física: “Yo misma me prendí fuego una mano / para que no se pareciera tanto”.

La identidad en tránsito, interrumpida por el amor y sus crisis, marcha hacia la fantasía tanática, una representación de la muerte que Alex vive como un apagón del lenguaje:

Pero sé cómo se oirá

el día en que me muera

la tarde en la que todas las palabras

suenen igual al silencio.

Justo antes de olvidar mi nombre es un poemario sobre la aventura de desrealizarse. Un mapa de versos donde el tesoro se desdibuja con cada nueva estación, y se aleja, a la manera de una anti-utopía, del llamado originario a des-legarse para ser una Otra. Deslegarse: la misión de una subjetividad extraterrestre, que nombra su lugar en el mundo con el afán de curarse de él. Ser de otra tierra y ostentarse en otro lenguaje, como Pizarnik cuando escribe: “mi desconocida que soy, mi emigrante de sí”. Quiere, esta colección de poemas, obituar a la mujer mandada a ser y recibir, a pesar del dolor, lo que adviene en su lugar: una poeta que canta sus marcas y se descubre el planeta de su lenguaje.

*Fotografía de Mili Morsella.

Leave a Reply