Sobre Desafiar al cuerpo de Federico Bianchini.
Por Dolores Caviglia
Fotografía: Ana Cendoya
Son las tres de la mañana y el hombre está acostado en la cama pero no puede dormir. Piensa que en breve va a tener que levantarse y volver a entrenar, a comer lo necesario, a sentir la adrenalina en cada átomo. Debe estar descansado pero no puede descansar. La cabeza no para.
Es cualquier momento del día. Otro hombre analiza lo que debe hacer, sus próximos pasos. Se sienta o se para. Viaja en colectivo o está en su casa. Y piensa, siempre piensa. Agarra una hoja, escribe palabras, la deja. Prende la computadora, mira por la ventana de algún bar y aprieta teclas sin descanso y con cuidado para no tirar la taza de café con leche, con más leche que café.
Las escenas son parecidas. Pero distintas. Es la vida del deportista. Es la vida del cronista. Es la vida del hombre que lucha por lo que quiere aunque la recompensa apenas sirva para igualar cuentas. Es la certeza y también la duda del que está convencido de lo que hace. Es la historia del que no para, del que no se rinde, del que se supera, del que atraviesa las penas para revolcarse en la gloria. En la de un campeonato, en la de un libro.
Desafiar al cuerpo, el último libro de Federico Bianchini, es todo esto.
Es la historia de Daniel Feraud, que tiene 59 años, 11 operaciones de corazón, 9 stents, 3 muertes clínicas y entrena por compulsión; es también la de Pablo García, de 36 años, que viaja en bicicleta para conocer el mundo, para entregarse a destino, para ver sin vidrios de por medio; o la de Alfredo Aguirre, que tiene 64 y corre para estar al lado de su hija de 5 mientras crece; o la de María Inés Mato, de 45, que nada para sentir el agua en cada una de sus moléculas, para perder la realidad. Es además la historia de Gustavo Muñoz, que tiene 32 años y corre para enfrentarse consigo mismo. Y la de Cristian Gorbea, de más de 50, que lo hace por narcisista, para negar la muerte.
Es su propia historia. La de un pibe de Almagro que hizo la primaria en un colegio que ya no existe y la secundaria en el Nacional de Buenos Aires; que estudió dos años Ingeniería Informática porque le gustaba la física, la química, la matemática; y que se animó a admitir que lo que más quería era escribir y por eso se anotó en periodismo. La primera entrevista que hizo fue a cualquiera, a todos: fue encuestador en la calle y por teléfono.
Así se entrenó.
Desafiar al cuerpo es la prueba.
Con las palabras justas, un tono cotidiano que logra pintar a cada personaje en su intimidad, y un ritmo que acelera y ralentiza a la par de los desafíos de la naturaleza Federico consigue demostrar que la literatura puede. Frente a los que no entienden, a los que descreen o porfían en su contra, la palabra bien escrita te lleva, te hace sentir ahí, te mete en medio de la aventura, te pone como protagonista.
Nació en 1982. Sus primeros pasos en periodismo fueron en 2005, cuando hizo una pasantía de un año y medio en el diario Clarín. Luego, por seis meses realizó suplencias en el diario La Razón y escribió para distintas secciones: deportes, espectáculos, economía, política; hasta llevó adelante un suplemento sobre el campo y otro del mercado cárnico. Escribía sobre lo que le pedían. En 2008, volvió a Clarín pero como redactor en la sección Zonales: hizo notas para Sociedad, para VIVA y hasta se animó a cubrir la temporada de verano en Punta del Este. Fue multifacético. Por dentro, era romántico: quería escribir cuentos. Una tarde, se encontró con Rodolfo Fogwill en una pileta y decidió que era una buena escena para narrar: lo hizo y la publicó en su blog. Dos años después, pensó que se podía transformar en el comienzo de una crónica. Lo llamó, le pidió una entrevista, fue a su casa, hablaron de literatura y demás. Esperó tres años enteros para que esa crónica salga a la luz. Fue su primera. La espera valió la pena.
2010 fue su año. Ganó el premio Nuevas Plumas organizado por la Universidad de Guadalajara y la Escuela de Periodismo Portátil, y se cruzó con el periodista y escritor Cristian Alarcón en el aeropuerto. Sin dudarlo, Cristian le pidió que escriba una crónica para publicar en una revista que estaba por salir. Pero la nota le gustó tanto que se decidió y le dijo que se quedara, que formara parte del equipo que estaba armando, que fuera uno de sus editores.
Anfibia nació junto a él y su crónica sobre el ex ministro de la Corte Suprema Eugenio Raúl Zaffaroni, por la que en 2013 obtuvo el premio Don Quijote Rey de España. Hoy, esta revista digital de crónicas, ensayos y relatos de no ficción que trabaja con el rigor de la investigación periodística y las herramientas de la literatura es pionera. No sólo porque se animó a no ser papel ni tampoco porque apostó a un género que no es el más requerido, sino porque propone una alianza entre la academia y el periodismo con la intención de generar pensamiento y nuevas lecturas de lo contemporáneo en el país y en América Latina.
Federico sabe muy bien cómo leer su tiempo. Por eso en Desafiar al cuerpo entrevistó a cada uno de sus personajes y preguntó hasta rozar lo insoportable, lo absurdo; se levantó a horas en las que estaba acostumbrado a irse a dormir, tuvo frío, mucho frío, viajó ocho horas en un bote, y hasta San Martín de los Andes, Esquel, Villa La Angostura, El Bolsón y Bariloche para más tarde darlo todo: sentado en un bar con un cuaderno o delante de una computadora, escribiendo o corrigiendo las diez historias, para intentar que el lector no vea palabras sino personajes que se fueran moviendo dentro de su cabeza.
Fotografía: Ana Cendoya
“El eje de las crónicas fue tratar de entender cómo y por qué estas personas hacían lo que hacían. Así, intenté concentrarme en sus sensaciones, en el dolor, en qué habían sentido en cada momento cuando nadaban o corrían o esperaban que los vinieran a rescatar de una muerte anunciada. Se me ocurrió que la manera más potente de transmitir esos sentimientos hacia el lector era usando una falsa primera persona: un artificio narrativo que oscilara entre un fluir puro de la conciencia -que habría sido absurdo porque la forma en la que pensamos es caótica, confusa y desordenada- y algunas reflexiones -al borde de lo inverosímil, pero necesarias para que el lector entendiera qué iba sucediendo mientras el relato avanzaba-”.
Es que Federico es también ese yo y como tal, como todos esos yo, maneja el tiempo con soltura: lo adelanta, lo intercambia, lo entremezcla. Y logra, con un lenguaje limpio, un relato que bien podría ahogarse en la línea de pensamiento de cada uno de los deportistas pero que sale ileso por su habilidad para contar todas estas historias que también pueden leerse como el intento desesperado de cada uno de esos cuerpos por alejarse de lo único inevitable, la muerte, a partir de un satisfacción tan grande que los lleva a perder la conciencia, a desprenderse de ese cuerpo que parece a veces ser de otro.
Adrenalina, adicción, placer, dolor, pasión. Cada uno de estos cuerpos incómodos en el anonimato de la rutina sale de la zona de confort para exigir más de la vida.
Alegría, vacío, esperanza e incertidumbre. Eso mismo que el escritor siente una vez que el libro ya es papel.
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