ILUSTRACIÓN: El mundo deslumbrante, de Siri Hustvedt. Por Patricia Gutiérrez.
[…] Caras. La cara. Punto de identificación. Lo que el mundo ve. Mi vieja cara.
¿Qué ha pasado hoy en el estudio, Harry? Medítalo.
Harry, estabas preocupada. Estabas ansiosa. Di la verdad. Cuando desenvolviste las máscaras estabas un poco asustada, ¿no es así? Pero ¿por qué?
Porque no estabas segura de que él fuese a jugar. ¿Era eso?
Pero cuando él las vio, tu cara de hombre y tu cara de mujer, cuando vio tus máscaras, sonrió, luego pasó el dedo por encima de la máscara femenina, la levantó y se la colocó delante del rostro. Se las quitó y la estudió. Las dos son tan inexpresivas, dijo. Yo las hice inexpresivas.
Como las máscaras del teatro Noh, pero más livianas y flexibles. La diferencia entre ambas es mínima. La barbilla es distinta.
Quiero usarlas, dije, como parte del experimento para nuestro trabajo juntos. Cambiaremos de sexo y jugaremos a un juego, un juego teatral. Será divertido, dije. ¿Estás dispuesto?
¿Hay reglas?, preguntó.
No hay reglas, respondí. Él inventaría una mujer y yo inventaría un hombre.
Rune quería filmarlo con una cámara fija. Podría montarla rápidamente. Añadiría las imágenes a su diario.
Sentiste que te faltaba el aire, Harry. Se te disparó el corazón. Sensación de peligro. ¿Por qué? ¿Te dio miedo ese ojo mecánico? ¿Saldré mal? ¿Me veré ridícula? Insistí en que me diese una copia. Accedió. Pero hay algo más Harry. Analízate. ¿No tenías miedo de abrir una puerta que luego no pudieses cerrar?
Es casi medianoche, pero tengo que escribirlo todo ahora o perderé la inmediatez, la fuerza del momento, porque da igual lo que quede grabado en esa maldita película, ésas no son mis tripas, mis percepciones ni la magia de la transformación.