Isabel-Cristina Arenas Sepúlveda: “Mi palabra más odiada es ‘trámite’ desde que vivo fuera de Colombia y soy inmigrante en España”
(1) ¿Cuál es tu libro pendiente/postergado más vergonzoso?
Son muchos, pero por lo menos no los he comprado y cargado en los trasteos. Los libros no leídos pesan menos si uno no los ve en su propia biblioteca haciendo presión, preguntando cuándo será su turno. Por ejemplo, tengo el Ulises de James Joyce desde hace más de doce años, lo he mudado de país y de varios apartamentos y sigue esperando. Con uno de mis hermanos nos proponemos cada año que ese año por fin lo leeremos y nada.
(2) ¿Cuál es tu T.O.C. en la vida cotidiana? ¿Y tu T.O.C. como escritora?
En esto tengo experiencia de años. Un médico nos dijo a mi hermano Ricardo y a mí que teníamos T.O.C. cuando éramos pequeños, pero en realidad él era un niño ordenado, le gustaba la simetría y la buena letra, en cambio yo cumplía con ciertos rituales sin sentido para otras personas, pero vitales para mí. Algunos permanecen, otros se fueron, o llegan nuevos dependiendo del estrés. Nada tienen que ver con las supersticiones. Son “rutinas” que por fortuna no son tan extremas como las de alguien diagnosticado con un T.O.C severo relacionado con los gérmenes y la contaminación. Solo las personas que forman parte de mi vida saben qué hago, qué repito o qué no puedo hacer. Para contar alguno que otros tendrán: comienzo y termino unas escaleras con el pie derecho, por lo que a ojo identifico las que son impares y si no, pues subo de a dos escalones al final para cumplir. No tiene sentido, ya lo sé, pero saberlo no ayuda en nada. Mi número mágico es un dígito. Mi T.O.C. como escritora: si tengo que borrar una letra de una palabra que he escrito mal no puedo borrar solo esa letra, debo hacerlo por sílabas.
(3) ¿Alguna vez robaste un libro? ¿Cuál, dónde y por qué?
Sí, La bondad de las mujeres de J.G. Ballard en Barcelona. Lo tomé por error en una separación de bibliotecas que me tomó por sorpresa. Pero debí haberme confundido en muchos más. En dos de Calvino, por ejemplo, pensé que también los tenía, pero ahora estuve buscándolos y no los vi. Me he mudado mucho desde entonces y pudieron haberse extraviado o quizás, también me los robaron.
(4) ¿Cuál fue el último libro que no pudiste terminar de leer y por qué?
Uno buenísimo: El buen relato, “Conversaciones sobre la verdad, la ficción y la terapia psicoanalítica”, de J.M. Coetzee y Arabella Kurtz. (Literatura Random House, 2015). Lo presté en Bibliotecas de Barcelona y fui leyéndolo por partes, pero ya a la tercera renovación tuve que regresarlo sin terminar.
(5) ¿Qué premio no estarías orgullosa de recibir?
Alguno relacionado con las confrontaciones laborales. Poco a poco he aprendido a defenderme y reclamar derechos, pero me cuesta.
(6) ¿Cuál fue la primera palabra que pronunciaste?
Mi mamá dice que: amarillo. Pero esto es más una obsesión, porque solo comía lo que fuera de ese color.
(7) ¿Cuál es tu palabra preferida? ¿Y la más odiada?
“Postigo”, esa es mi palabra, es la puerta de una puerta. Me gusta por lo que significa y porque tengo uno, o una, que perteneció a la casa de mi abuelo Alfredo en Bucaramanga. La más odiada es “trámite”, desde que vivo fuera de Colombia y soy inmigrante en España, ya hace más de diez años, he perdido mucho tiempo, dinero y paciencia en esto
(8) ¿De qué título te hubiese gustado ser autora?
De Océano Mar de Alessandro Baricco y de Una soledad demasiado ruidosa de Bohumil Hrabal.
(9) ¿Cuál es el libro que más has subrayado?
Austerlitz y Los anillos de Saturno de W.G. Sebald.
(10) ¿Recuerdas dónde y en qué época leíste ese libro?
En 2016 más o menos. Poco antes de una gran exposición que hicieron en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), se llamaba “Las variaciones Sebald”.
(11) ¿Qué frase recuerdas haber subrayado y que haya quedado grabada en tu cabeza?
No diría que la tengo toda grabada palabra por palabra, pero sí es la que más recuerdo por lo que significó leerla. Era la descripción perfecta de lo que me había encontrado de frente: “A primera vista parecían gente normal, pero, si se los miraba más atentamente, su rostro se desdibujaba o titilaba un poco en los márgenes. Además eran por lo menos un palmo más pequeños de lo que habían sido en vida, porque la experiencia de la muerte, afirmaba Evan, nos disminuye, lo mismo que un trozo de paño encoge cuando se lava por primera vez.” Así, como escribió Sebald, vi el fantasma de mi abuela Isabel a mis trece años, y con una escena que quiere parecerse a esta comienza mi novela.
Isabel-Cristina Arenas Sepúlveda es autora de la novela Y eran una sola sombra, publicada por Editorial Candaya. Pueden conseguir la novela acá: https://www.candaya.com/libro/y-eran-una-sola-sombra/.