En El sentido social del gusto (2010, Editorial Siglo XXI), Pierre Bourdieu (1930-2002) se pregunta ¿Qué es el arte?
A lo largo de aquellas conferencias, se acerca a una respuesta que deja disconforme a gran parte de su auditorio aunque, una vez más, se excusa argumentando que los sociólogos no suelen agradar a las personas porque vienen a desenmascarar una realidad naturalizada. Y avanza entonces, definiendo al arte como “lo que está en un museo”.
Sin ahondar en tecnicismos, Bourdieu menciona que la definición de lo que es arte o no es arte, está determinada por una convención social en la que un grupo, legitimado por tener títulos de prestigiosas casas de estudio o por su experiencia en el campo, decide qué es digno de ser expuesto en un museo y qué no lo es, definiendo de esta manera, qué es arte y qué no.
El artista anónimo (2018) de Klaus Härö nos muestra todo ese entramado de lazos sociales de una manera muy solapada pero central en el desarrollo de la película.
Brevemente, un anciano, desencantado por la corporativización de la industria del arte, busca un último trato que lo relaje de las presiones económicas por las que se ve ahogado. Mientras revisa las fichas guardadas en una caja fuerte y pierde posibles negocios por sus dificultades con la tecnología, encuentra en una subasta un cuadro que le llama la atención y cree que corresponde a Ilya Repin aunque no puede probarlo dado que carece de firma; un criterio fundamental para legitimar el valor de una obra de arte.
¿Qué es exactamente lo que nos atrapa de esta historia? Hasta el momento solo hemos mencionado la introducción y apenas nos acercamos al conflicto. Posiblemente, si nosotros nos ponemos en esta situación, decidamos no avanzar con la operación, sin embargo la película nos lleva a un lugar distinto.
En condiciones normales, el individuo suele realizar sus acciones con arreglo a fines. Busca alcanzar un objetivo concreto con las mejores herramientas disponibles en una secuencia de acciones pensadas racionalmente. Pero, y acá esta el éxito del film, el director nos pone en una situación de estrés, de descontrol, de incertidumbre, que modifica esa dinámica y ya la acción pasa a estar motivada por lo afectivo, corriendo el eje de lo que posiblemente nos venía pasando.
Personalmente, me molestó la despersonalización de la casa de subastas, me perturbó el trato que le dan al personaje principal; y siempre confié en que el cuadro era de Ilya Repin y que Olavi estaba llevando a cabo un negocio único, sin importar los dilemas morales que pudiera representar comprar algo por un valor mucho menor al que se le adjudicaría, de conocerse su autoría.
Cuando Olavi cierra el trato, aparece el segundo conflicto de esta historia. Debe conseguir el dinero y se lo prestaríamos nosotros porque confiamos en que el negocio dará sus frutos. El galerista recorre bancos y casas de amigos pero no llega a reunir la suma acordada, debiendo acudir a su familia (una hija y un nieto) con quienes tiene una relación tirante, lejana y extremadamente frágil, a pesar de un acercamiento breve con su nieto con quien llega a relacionarse pero no alcanza para dar un vuelco en esta historia.
El final es poco sorprendente y no resuelve el conflicto. Creo que el director quiso darle un tinte sentimental, quizás buscando una película más comercial y no resultó lo suficientemente explosivo.
El artista anónimo es una película recomendable. Vemos desde el primer momento cómo funciona el negocio del arte, quiénes son aquellos que la legitiman, le ponen valor y la definen. Cómo olvidar la leyenda de aquel personal de limpieza de un museo que desechó una obra de arte porque pensó que era basura.
Es de esas películas que cuando terminan nos dejan gusto a poco, pero a medida que pasan los días e inevitablemente nos encontramos con distintas situaciones, volvemos a pensarla, a repasar escenas, conversaciones o decisiones. Y volvemos a cuestionar, ahora a Olavi, después de nuevo a la casa de subastas y finalmente a su familia, sus amigos, aquel círculo que lejos de tenderle una mano, lo incentiva.
La vida de Olavi puede fácilmente relacionarse con la de un adicto al juego. Solitario, con problemas económicos, alejado de su familia, con un círculo de amistades que frecuenta esa misma vida y la fantasía de descubrir un diamante en bruto que resuelva todos los problemas de un plumazo.
Con algunos momentos que rozan el sentimentalismo, pero que bien pueden ignorarse, El artista anónimo es de esas películas a las que uno siempre vuelve y le recuerdan que el mundo no es justo pero que el individuo es tan esclavo como responsable de sus palabras.