Vera Giaconi tiene un método. Cuando se sienta a escribir un relato, esa primera versión la hace a mano, en un cuaderno, de corrido, manuscrito, con un lápiz. La táctica la ayuda a que la conciencia fluya. La mano avanza, las ideas acompañan y todo queda registrado. Sin censura. Con esta técnica escribió los cuentos de los dos libros que ya tiene editados y también aquellos que aún no salieron a la luz pero que están, que laten.
Nació en Montevideo, Uruguay, en 1974 pero al poco tiempo llegó a Buenos Aires con su familia. Es escritora, editora, correctora y redactora freelance. Cuando va a su país natal, le dicen porteña. En Argentina, apenas habla ya la identifican como uruguaya. Dicta talleres y tiene dos libretas importantes además de aquella en la que guarda las primeras versiones de sus textos: una repleta de ideas a desarrollar y otra detallada en la que anota a quién le prestó qué libro. No sea cosa de extraviar alguno.
Se ve natural, se oye igual. Sentada en el sillón del living de su hermoso departamento antiguo en el barrio de Almagro, con el pelo oscuro relajado, los ojos marrones y una sonrisa leve que desparrama comodidad, habla sobre su segundo libro, Seres queridos, el sucesor de Carne viva. Está enmarcada por unas paredes llenas de libros coloridos y un gato que intenta robarle el protagonismo y dice de este trabajo, uno de los cinco finalistas del Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero 2015, y de todos sus trabajos: “No suelo contar todo; creo que si explico mucho, lo arruino”.
¿Cuándo fue el momento en que llegó la escritura a tu vida?
Creo que fue una combinación de cosas. Fue claramente mi colegio, el colegio al que yo fui en la primaria, una escuela muy bonita que queda en el barrio Cafferata de Parque Chacabuco, un edifico que ocupa toda una manzana, rosado, rodeado de un parquecito con árboles. Tenía un director que era una dulzura de persona, muy buenas maestras y hubo dos o tres que incentivaron mucho la lectura en nosotros. Una de ellas inventó una especie de biblioteca circulante en la que nos llevábamos libros a casa. Y también fue una persona clave Mari Crismas, mi maestra de cuarto grado. Sí, sí, se llama así. Era una persona deliciosa de pelo largo. Hacía un taller de escritura los martes en la hora de clase y nos hacía escribir cuentos. Yo creo que con ella empezó la cosa más formal, pero la escritura como narración de historias estuvo siempre y fue sobre todo a través de las cartas con mi familia que vivía en Uruguay. Tenía seis años y ya armaba frases y esas cosas y lo que no podía escribir con palabras lo hacía con dibujos. La cosa de contar historias estuvo desde siempre. Además siempre fui muy fantasiosa, muy de liderar los juegos y de inventar las historias que había para hacer esos juegos.
¿Te acordás del momento en que te diste cuenta que había algo que hacer con esa escritura?
Diarios creo que tuve toda la vida, el típico diario con corazones y candado. Pero también tenía mi agenda, donde dibujaba mucho y anotaba frases de cosas que estaba leyendo. Lo de empezar a escribir un poco más ordenadamente vino con la adolescencia y creo que sobre todo vino no tanto por una decisión de ordenarme para trabajar sino de buscar compañía, porque estaba bastante sola en la escritura y en la lectura. Tenía muchos amigos a los que quería un montón pero con los que no compartía. Los primeros pasos fueron en talleres que tenían que ver con esto de no estar sola ni con los libros al leerlos ni cuando escribía.
El material para escribir ficción, ¿de dónde sale? ¿Es una zona ambigua que va de tu cabeza a la realidad y a partir de allí empezás a imaginar?
A veces sí. Creo que tengo un grado de atención muy alto, a veces a uno algo le llama la atención y lo descarta, presta atención esos dos segundos y después te das media vuelta y seguís. Yo soy de quedarme haciéndome preguntas, como por qué me llama la atención. Entonces digo o hago una nota o me grabo para después acordarme. Pero además estoy bastante atenta a todas las cosas que mantienen mi atención despierta durante mucho tiempo y no me puedo explicar por qué razón. Por algún motivo despiertan mi interés y se pueden volver hasta un poco obsesivas en el registro de la búsqueda. El primer cuento de Seres queridos, por ejemplo, tiene toda la idea narrativa de un reality show que es verdadero y que yo seguí durante mucho tiempo de las maneras más truchas del mundo, porque acá en Argentina nunca se vio. Ni siquiera sé cómo es que yo llegué a ese programa. Pero tiene una lógica y un mecanismo, hay algo ahí adentro que funciona de una determinada manera que hizo que yo durante mucho tiempo estuviera atenta a eso. Y ahí fue que hice lo contrario. En vez de decir que era una porquería, dije: “Bueno, yo sé que algo pasa, quizá me sirva para algo en un futuro”. Así hago con muchas cosas. Veo situaciones en la calle y siento que me hablan por algo, la televisión, la gente, la familia, puede ser cualquier cosa.
¿Tu vida cómo se mete en tu escritura?
Me pasa que trato de tener control sobre eso y que fracaso. Entra todo el tiempo. En este libro hay dos o tres cuentos que yo sabía que estaba hablando de cosas mías. Pero no son tan reconocibles, algunas quizá más. Son cosas que forman parte de mi historia que están resignificadas o bien disfrazadas. Me da mucho pudor. Un montón. Y con los seres queridos que aparecen me pasa que se reconocen y me perdonan la vida.
Naciste en Uruguay, viniste a Buenos Aires cuando eras muy chica. ¿Te marcó ese viaje como autora?
Sobre todo en una cuestión: yo me doy cuenta de que siempre estuve muy atenta a las sutilezas del lenguaje. El castellano que se habla acá y el de Montevideo son casi idénticos; sin embargo no es igual. Está lleno de diferencias no sólo en la entonación, sino también en el uso de las palabras. Me ponía en alerta cuando íbamos a Uruguay y yo creía saber hablar uruguayo, porque me había criado en una familia uruguaya, y un mozo en un bar con decir solamente fainá me tildaba de porteña. Y acá me sigue pasando hoy: un taxista me puede decir que soy uruguaya. Desde muy chica tuve esa alerta y esa conciencia en relación con el lenguaje; y me dio una herramienta. Para disfrazarme, camuflarte, dejarte ver, para meterme por los resquicios.
¿Cómo es el proceso de escritura cuando te das cuenta que es una herramienta? ¿Cuánto cuesta llegar a una palabra?
A mí me pasa algo que no logro explicar. En este libro hay cuentos que escribí en una tarde, tuvieron después sí muchas pasadas de corrección y miradas y lecturas. Pero se escribieron en una sentada. Y hay otros que tardé ocho meses. Y no escribí nada más en el medio. Sabía bien lo que quería hacer pero no tenía idea de cómo. No lo pude resolver pensando, lo tuve que solucionar escribiendo. Tuve que poner a prueba cada pregunta que tenía sobre distintos aspectos de la historia para saber si funcionaba o no. Y mucho después fue descartado.
¿Cómo nace este libro? ¿Es complicado encarar el segundo?
Fue una combinación de cosas. Había terminado el anterior, tenía un par de cuentos bastante redondeados y fue decir algo así como: “Bueno, puedo seguir trabajando así como vaya saliendo o me puedo proponer un libro”. Ahí se me ocurrió una idea eje que me ayudara a seleccionar.
El narrador en tus textos, ¿es elegido a conciencia?
No es algo que sé de antemano. Puedo empezar a escribir en tercera persona y darme cuenta que necesito otro grado de intimidad, o de fragilidad. La primera persona da una relación más compleja con el que lee: uno puede sospechar, empatizar, odiar esa voz. Un narrador en tercera es otro vínculo con el lector.
¿Pensás en el lector al escribir?
Para mí hay dos momentos muy separados: el de la escritura de la primera versión, que es a mano en un cuaderno con la imposibilidad de editar y de controlar el material. Es seguir el impulso. Así podés tachar una palabra y seguir de largo pero queda ahí, debajo del tachón. Cuando termino y lo empiezo a pasar a la computadora, ya en el tipeo hay una edición y hay una corrección. Es este segundo momento la cuestión del lector y de la relación con ese lector es muy importante y la tengo muy en cuenta. Cómo lo va a tomar, qué le voy a decir, qué no.
En tus cuentos suele haber una constante: la tensión de lo no dicho. ¿Vos sabés bien todo sobre aquello que dejás a fuera?
Sí, yo sé todo. No sé si cuando me siento a escribir está, pero sí sé que cuando llego a determinados momentos en los que necesito algo nunca voy a dejar un vacío. Yo tengo el molde, no te puedo decir que está lleno. No siempre revelar algo completamente es lo mejor ni para el cuento o para el lector. A veces esos huecos son los que te permiten pensar alrededor de lo que está pasando.
¿Cuán complicado es poner un título?
Muy complicado. Es un re problema. Es algo que me cuesta mucho, mucho, mucho. Creo que tiene que ver con esto de liberar el juego y no ser quien tiene la última palabra. Me vuelvo insegura. Me da temor marcar demasiado el camino: lean este cuento por acá. Al mismo tiempo son muy importantes, tampoco te podés abrir completamente. Cada título, cada palabra está muy elegida.
¿Y cómo te sentís la terminar un libro?
La publicación del libro a mí me liberó. Fueron dos años de mucho trabajo y monotemáticos. Entonces sentí que a partir de ahí podía cambiar de tema, hablar de otra cosa. Pero también está el momento de desconcierto. ¿Y ahora qué? ¿De qué voy a hablar?
¿Qué estás leyendo ahora?
Mi mesa de luz es un caos. Estoy empezando dos libros de cuentos. Liliana Colanzi y uno de Margarita García Robayo. Estuve leyendo El peregrino, de J.A. Baker, un libro completamente extraordinario, hacía tiempo que no leía algo tan hermoso. Y además a mí me pasa que por dar talleres releo mucho. Aparte, están esos libros a los que vuelvo siempre: Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio, de Alice Munro, El curso del Corazón, de M. John Harrison, Lazos de familia, de Clarice Lispector y Magia para lectores, de Kelly Link.
¿Qué estás escribiendo?
Es algo que no tiene forma. Quisiera que sea una nueva forma, lo estoy necesitando, lo estoy buscando. Pero me resulta imposible de contar. No es cuento, tampoco puedo decir si va a ser novela. Sé que estoy escribiendo mucho. Creo que va a necesitar un cambio de registro.