El tranquilizador orden alfabético con el que nuestra cultura escrita parece a veces ‘poner las cosas en su lugar’, es el recurso al que apela Alan Pauls para pensar-decir-escribir sus experiencias de lector que titula Trance; y aquí el orden del abecedario afortunadamente deja de ser tranquilizador. Trance compila relatos autobiográficos que desubican, desafían, incomodan, caminan por cornisas filosas y ponen en juego el ajedrez de la lectura.
Esta autobiografía lectora ordenada de la A a la Z, anuncia desde el índice una ruptura con el canon de la narrativa autobiográfica donde la memoria, por lo general, registra una secuencia temporal que recupera los acontecimientos según ocurrieron en el transcurso de la vida. Trance revive-reflexiona experiencias de un lector que se muestra nacido y criado, arropado y atrapado entre textos que lo construyen; anuda los relatos a partir de términos que condensan los sentidos que en cada uno de ellos se despliegan: Anteojos que irrumpen en la mismidad entre libro y cuerpo. Borges/Cortázar: la lectura ‘extemporánea’ del lector ciego contrasta con la lectura ‘oportuna’ de los textos cortazarianos. Celda y la posibilidad de lecturas infinitas amparadas por el encierro. Maestros: la evocación de un profesor que sin renunciar a la risa es capaz de dar y enseñar a leer en la escuela secundaria. Subrayar: reconocerse/desconocerse en las marcas de los textos….; y así, el ABC llega hasta la Z: zzzzzz la onomatopeya de la somnolencia con la que renuncia a leer para que un niño concilie el sueño, en pos de despabilar los sueños que anidan en los cuentos.
Hay además otras trampas a las reglas que impone la escritura autobiográfica donde el YO es autor y protagonista: Alan Pauls escribe en tercera persona: es un ÉL que de ese modo parece tomar distancia. Sin embargo ese YO-ÉL logra plasmar el vaivén de distanciamiento y apropiación donde la experiencia de leer adquiere fuerza y pasión. Así también el tiempo de esta vida lectora disfraza de presente el pasado, conjugando el verbo leer de tal modo que es siempre presente, “leer es todo el tiempo” y cualquier interrupción es el enemigo.
Él, autor, ESTÁ leyendo, el presente evoca y convoca textos de Barthes, Bioy Casares, Bolaño, Borges, Cortázar, Piglia, Proust… como lector omnívoro descubre que todo se presta a ser leído. La Gula lectora de YO-ÉL se alimenta de esos platos fuertes, pero desde niño no rechaza entradas, postres y tentepiés a toda hora: minihistorietas dulces de los chicles Bazooka, subtítulos de películas, recetas de cocina, diarios, mapas, cualquier libro o folleto encontrado en sitios insólitos; el sabor colorido y enciclopédico del respetado Lo sé todo, desde donde las imágenes del universo se convierten en un monstruo que lo mira. Alan Pauls exhibe un ejemplo acabado de la constitución de la memoria autobiográfica, que según nos muestran los especialistas, se configura desde la más tierna infancia y se potencia con las oportunidades de activar esa voz narrativa que permite construir y leer relatos.
Mucho más que autobiografía, glosario o catálogo de lecturas, Trance despliega genuinas experiencias; Pauls muestra su identidad lectora reflejada en múltiples espejos/textos, cada uno de los cuales deja marcas que se describen sin matices ni escondites, se develan experiencias, en ese profundo sentido que asoma cuando la conciencia de eso que nos pasa encuentra en el lenguaje las palabras acertadas para ser narrada. Aquí la experiencia se expresa en el difícil arte de poner palabras a un acontecimiento inasible, invisible y por añadidura, improductivo: leer.
Leer, declararse lector sin más parece requerir de algunos atajos o excusas que justifiquen ese vicio que no produce nada y del que no hay regreso, entonces Pauls encuentra la senda perfecta que lo dispensa: será escritor; un escritor que como Borges parece disfrutar más con las páginas que ha leído que con aquellas que ha escrito; pero quienes las leemos celebramos la excusa pues nos permite ser lectores sin más que el disfrute de una obra en la que las huellas del lector se hunden en la escritura de BUENA LITERATURA, así con mayúsculas (baste recordar la trilogía Historia del llanto, Historia del pelo e Historia del dinero).
Ya hace más de cien años Marcel Proust señalaba: “una de las grandes y maravillosas cualidades de los bellos libros, aquello que para el autor podían llamarse Conclusiones y para el lector Incitaciones”. Ha transcurrido un siglo de anuncios y denuncias de la muerte del autor y la extinción del lector. Alan Pauls desmiente ambas cosas: sus experiencias abren sentidos, son Incitaciones a leer entre líneas. Seguimos leyendo y releyendo ¿Cuál es el límite de la lectura? ¿Hasta dónde ir en la interpretación de lo que se lee? se interroga nuestro lector-autor. Si estas son preguntas acuciantes, las respuestas a ellas sólo encuentran sus límites en la exhaustividad y la honestidad. Como buen lector, como buen autor, Pauls no pontifica, pero en el texto pueden encontrarse dos potentes sugerencias: algunos pueden enseñar a leer y se aprende a leer siempre.
Como lectora, viciosa, desordenada y dispuesta a leer en cualquier lugar, a dejarme tentar con estantes, librerías y bibliotecas, algunos libros como éste me invitan, me encuentran, no los busco, parecen objetos animados por voces y gestos que (me) llaman a leerlos. La colección LectorEs de Ampersand, brinda al lector cortesías adicionales: el cuidado de la edición, dimensiones ‘a la mano’, espacios ‘en blanco’ que invitan a anotar, diseño que rinde tributo a la estética. Trance es un libro (librito) para llevar consigo, tocar y mirar antes, durante y después de la lectura. En la misma colección, cuidada por Graciela Batticuore, se alojan textos de Molloy, Iparrauirre, Gozarinsky… y el recién llegado de Kamenszain: “Libros chiquitos”, para seguir leyendo… de la A a la Z, pero sin orden.