Es tenor y es soprano. Nació brasileña y Argentina la adoptó. Fue Felipe y ahora es María. Los matices estuvieron presentes en ella desde el momento en que la vida le regaló la particularidad de poder cantar en dos registros distintos.
La impresionante historia de la primera soprano profesional trans que canta por la libertad y la fraternidad humana.
Al preguntarle a María qué ve cuando ve un video de ella cantando como Felipe el tenor, responde de manera simple y honesta: “Veo a la misma persona que soy ahora, en otra de sus facetas, en un punto muy emocionante de su carrera”.
Y es que ya desde sus jóvenes 16 años, apareció en María esa cualidad doble de su voz que la llevaría a recorrer el camino de la música y de la búsqueda de su propia identidad.
Luego de idas y venidas entre Brasil y Argentina, la familia Castillo elige su lugar: una simple casa de madera, un perro, la orilla del arroyo El Gato; allí se instalaron finalmente cuando María tenía 7 años.
Hermano mayor de tres hermanos, nació como Felipe en Sao Paulo, Brasil, tres décadas y cuatro años atrás, en el seno de una familia pobre y trabajadora en la cual la música estuvo siempre presente. Fuera por el afán de cantar de su madre, cocinera, o la curiosidad de tocar la guitarra de su padre, constructor, dice que las melodías, “que vienen desde la cuna”, resonaban incluso mientras se lavaban los platos.
Al acercarse a los 11 años de edad, decidió que estudiaría música. Autodidacta al principio, (luego se formaría en el Conservatorio Gilardo Gilardi), aprendió de la mano de un libro que tomó prestado de la Biblioteca Popular José Hernández y gracias a la picardía y complicidad de aquella portera que, ya en la secundaria, le prestaba la llave del auditorio donde se encontraba arrumbado un viejo piano. Entonces Felipe se sentaba a aprender, moviendo los dedos sobre las teclas blancas y negras, en la soledad de esa sala, sin imaginar que años después, la sala desde la cual compartiría su música, estaría ubicada en el Teatro Colón.
Fue a los 16 años que compuso su primera ópera —ya compuso más de 100 canciones— y fue también a esta misma edad, que entendió que su registro vocal vencía la división clásica de los registros de la voz humana en relación al género. Al dirigir a un grupo de cantantes, Felipe pidió a una de ellas que cantara una nota aguda. Al no lograrlo acusando el frío del invierno, Felipe la cantó él mismo para la sorpresa de todos los presentes. ¡Falsetto! exclamó la compañera friolenta: fue la primera vez que se reveló, ante sí mismo y ante todos, el poder y la flexibilidad de su voz.
Años más adelante, al oír a María cantar, la cantante María Guleghina exclamaría: “sono stupita, questa notte non dormo!” e, impresionada, rogaría a Castillo de Lima que regalase al mundo la dulce y potente ambivalencia de su voz. Un cuerpo con dos voces, le dijo Guleghina, aunque su voz sea siempre la voz de la pasión, de la perseverancia de quien persigue sus ideales y de la libertad.
En el año 2010, El Teatro Colón le dio la bienvenida gracias a un concurso en el cual se destacó, y todavía hoy María se siente agradecida. Todavía hoy, esta cantante de tonalidades maravillosas y fuera de lo común, se sorprende al encontrarse con Martha Argerich en el ascensor, con Plácido Domingo en el bar o con Daniel Barenboim en los pasillos. María habla como si no fuera parte de ese mundo de la ópera más que como testigo, como quien mira algo que desea del lado de afuera de la vidriera. Y es que, aunque cuenta con un talento excepcional, María vive con humildad y gratitud infinita y no toma por sentado ni un minuto de su vida.
Su proceso de búsqueda comenzó conscientemente a los 22 años, dice, y culminó en el 2014 gracias a la Ley de Identidad de Género de nuestro país, que permitió a Felipe convertirse en María Castillo de Lima. «Ya estando en el Teatro Colón vino mi transformación, encontrarme con mi verdadera identidad, un proceso de cambio que fue largo y que supe adaptar a lo profesional que es la voz».
Fue dentro de esta institución, en un ambiente caracterizado por la tradición y el conservadurismo, que María encontró su lugar como artista y como persona, siendo la primera mujer trans que trabaja tanto de tenor como de soprano a nivel profesional en todo el mundo. Hoy, hace falta remarcarlo: su cambio de identidad de género constituye la piedra angular para edificar una sociedad más abierta, empática e inclusiva, donde “ vamos siendo más humanos, más hermanos, unidos por un mundo diverso sin diferencias”. Más adelante, “llegará el momento en el que no haga falta hacer ningún tipo de salvedad sobre las personas. Después de todo, soy una artista como cualquier otra», dice María, quien brindó su último concierto vía streaming el pasado 18 de noviembre en el marco de la Semana del Orgullo. Se trató de un concierto de voz y piano junto a César Tello, con un repertorio de canciones propias, compuestas por ella misma durante la época de aislamiento obligatorio. El concierto lo dedicó a los familiares de las víctimas del Covid-19 y al propio Teatro.
Hubo muchos que confiaron en ella: sus maestros del Conservatorio, Hugo de Ana, quien le dio su primer papel como soprano (hizo el rol de la madre en Madame Butterfly), sus padres y la directora del Teatro Colón María Victoria Alcaraz quien, junto a su equipo, estableció las condiciones necesarias para que los cantantes estables puedan cambiar su registro de voz, algo que antes era impensado.
“Ahora me siento mejor que antes, me veo y veo una persona más feliz”, dice María.
Como señala aquel poema de Juana de Ibarbourou que eligió musicalizar, María transita la vida como el camino del camposanto, un camino tan propiamente misterioso como la vida de cada uno de nosotros, e invita a todos los seres humanos “a estar fuertes y seguros; ser felices, queridos y aceptados”.
*La foto de portada es de Juan Ferrari (Revista Noticias).