Cuando hablamos de Juan Rodolfo Wilcock nos encontramos girando, casi siempre, en torno a cierta incómoda inefabilidad. Pese a haber pertenecido a ese círculo de grandes escritores que giraba en torno a la revista Sur –Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares–, Wilcock se nos aparece (cuando lo hace) bajo la figura de un hermano menor desplazado. Formó parte de esa generación de escritores del 40 que no se llevaba muy bien con
Kafka
¿Cuál es tu libro pendiente/postergado más vergonzoso? Nunca he leído a Jane Austen, mea culpa, lo reconozco como carencia, aunque no me da vergüenza no haberlo hecho. En cambio, soy muy fan de las hermanas Brontë, las admiro y leo con devoción, cada una a su manera. Pero a Jane Austen siempre la he tenido pendiente. Quizá porque los títulos de sus libros no me atraían. ¿Cuál es tu T.O.C. en la vida cotidiana?
Vuelvo a estos diarios. Siempre vuelvo por algún motivo. A veces para leer fragmentos en una terraza de Buenos Aires casi llegando el final del verano. Otras veces para tomar notas, otras para dormir acompañada. Un día descubrí que esta antología funciona como un oráculo. Por ejemplo ahora, que abro el segundo volumen por la página 143 y leo a Iosune de Goñi: “Quién habla a través de mi boca”. Entonces cierro el libro y
“Hay un mundo para todo nacer (…) nacer y no hallarlo es imposible”, Macedonio Fernández. “El diario, “género psicótico”, negación de la realidad, puente levadizo y tabla de salvación”, Ricardo Piglia. ¿Cómo se convierte alguien en escritor, o es convertido en escritor?, apunta Ricardo Piglia en las primeras páginas de Los diarios de Emilio Renzi, Años de Formación (Anagrama, 2015). A partir de ese interrogante, surgen otras múltiples preguntas entre la lectura de éste y