El fenómeno de los unipersonales en el teatro independiente porteño ha sabido instalarse durante los últimos años trascendiendo su factura de pequeño formato condicionado quizá por un contexto de escasos recursos económicos, para convertirse en un ámbito de investigación donde los creadores se desafían en la búsqueda de una voz propia mientras responden a la necesidad de apostar por la autogestión como fuente de trabajo. Son muchos los intérpretes que abordan este formato para generar un material propio en lugar de quedarse esperando a que alguien los llame, y muchos más los que encuentran la posibilidad de realizar, por fin, la obra que siempre quisieron hacer, esa que alimenta el profundo e intransferible deseo de habitar la escena con algo que les pertenece.
Los unipersonales son una constante en la cartelera del circuito alternativo porteño. No hay temporada que no incluya algún estreno destacado que se instala en el boca en boca, el mejor medio de difusión para estos proyectos. Así, obras estrenadas hace más de diez años como Harina, de Román Podolsky y Carolina Tejeda; Nada del amor me produce envidia, texto de Santiago Loza interpretado por María Merlino con dirección de Diego Lerman, o Desvelada y sola, de Ximena Banús, se despiden solo para reaparecer y conquistar nuevos públicos. Los títulos destacables son muchos. No parece haber prejuicios a la hora de adentrarse en estas obras. Norma Aleandro supo estrenar y mantener durante décadas Sobre el amor y otros cuentos sobre el amor, unipersonal exquisito que recorrió el mundo; y Mercedes Morán estrenó hace dos años Ay, amor divino, con dirección de Claudio Tolcachir, en el teatro comercial. Jóvenes autores y directores logran trabajar con actrices consagradas – Diego Faturos dirigió a Marta Lubos en Amanda Vuelve; Susana Pampín aceptó la propuesta de Bárbara Molinari para abordar la compleja figura de Liv Ullmann en Actriz -. No podemos dejar de nombrar los trabajos de Paula Ransenberg – Para mí sos hermosa y Todo lo frágil – donde la actriz desplegó los recursos de la dramaturgia actoral dando vida a criaturas de su autoría. Si bien es cierto que se impone el protagonismo femenino, también destacaron en este tipo de propuestas actores como Germán Rodríguez en Rodando, el polifacético Patricio Abadi que aborda el unipersonal no solo como autor y actor–Antihéroe off, Bonus track – sino también como director – Frida Kahlo -, Gerardo Otero en La ira de Narciso, del uruguayo Sergio Blanco; o el español, José Antonio Lucia en el inolvidable Alacrán o la ceremonia, dirigido por Román Podolsky.
Los unipersonales poseen una naturaleza indómita difícil de catalogar que trasciende circuitos, géneros, trayectorias y públicos. La propuesta se reconoce como un ámbito donde destaca la calidad de las actuaciones, se ambiciona cierta intimidad y, en ocasiones, despliegan cierto virtuosismo técnico unido a la exploración estética y la mixtura interdisciplinar que eleva la categoría de lo micropoético a una poderosa interacción escénica donde todos los rubros se destacan. Si bien la dramaturgia textual puede ser capital, no es necesariamente el único recurso. Destructivo de un desastre irruptivo, de y con Eugenia M. Roces, es un brillante ejemplo donde música, danza, composición visual, poética, política y actuación generan una contundencia donde el texto es casi anecdótico.
Es en este marco enriquecedor donde se concibe una obra como Rhonda, primer unipersonal de la actriz Jimena López, que llega a la sala La Badabadoc de Barcelona para formar parte de la II Edición del Ciclo de Género, ‘Yo, tú, ellas…’ donde arte e improvisación en torno a la mujer como eje, se darán cita del 26 de junio al 14 de julio.
Rhonda es un unipersonal que combina teatro y kickboxing. El proyecto comenzó hace más de dos años cuando su intérprete se propuso crear una obra donde estuvieran presentes dos de sus pasiones: la actuación y la lucha, su entrenamiento físico habitual. Amparada en la potencia de esas estructuras formales – tanto el combate como la actuación poseen sus rituales – su propósito siempre fue enfrentarse a sus inquietudes e interrogar desde la obra sobre ciertas temáticas del universo femenino: el uso y la manipulación del cuerpo en beneficio ajeno, la concepción estereotipada de ciertos roles, la meritocracia como aval para el éxito a cualquier precio o la competencia como único camino para imponerse como profesional. El personaje está inspirado en la peleadora norteamericana Ronda Rousey. La investigación en torno a su figura como modelo imbatible implicó un doble desafío para la actriz: por un lado, considerarla como objeto de estudio y aproximarse a ella lo máximo posible desde esa observación crítica, por otro, de a poco, abandonarla para dar lugar a su propia criatura, otra peleadora, una Rhonda (con h) que representaría algunos de sus miedos y frustraciones. El universo de la obra fue creciendo para permitirse hablar del amor, la soledad, la impotencia, el miedo al fracaso o la codependencia. En la voz final de Rhonda, la vocación de la actriz y de la peleadora son indisolubles y, sin duda, ese es uno de los mejores hallazgos dramatúrgicos. Pero no el único. También destaca la alternancia entre el discurso técnico, elaborado con el lenguaje específico de la lucha, y el pensamiento más íntimo del personaje que se revela explorando con humor el inconsciente de una mujer que, cansada de mantener la guardia en alto, cede ante la incertidumbre de quien se sabe enamorada o se teme vencida de antemano.
Aunque el unipersonal tiene en escena a un solo intérprete, su desarrollo dista del monólogo tradicional. Los textos a menudo se abren a diversos interlocutores no siempre justificados donde la presencia del público se asume como convención. La puesta en escena de Rhonda abre y cierra esa comunicación con la platea. Diego Recagno, su director, articuló el material diferenciando su potencialidad escénica y el personaje pasa de un interlocutor a otro evitando el momento de enfrentarse a sí misma.
Rhonda es un buen ejemplo del crecimiento progresivo de un material a medida que el equipo técnico y artístico se incorpora para poner de manifiesto sus valores estéticos. La obra cuenta con la música original de Marcelo E. de León y Fernando del Gener, el diseño de vestuario de Gina Michienzi, coreografías de Johanna Franciga, escenografía de Mariana del Gener y la puesta de luces expresionista de Julián Lucero. Gran equipo creativo cuya presencia determinó cada uno de los elementos que constituyen la puesta final estrenada en Buenos Aires a mediados del 2018, casi dos años después de que Jimena López comenzará a preguntarse de qué hablaría su trabajo. He ahí otro factor destacable que define el sistema de producción de estas creaciones: los tiempos otorgados a la búsqueda, la investigación y la realización distan mucho de lo que el sistema capitalista considera como una inversión adecuada, sin embargo, en esa prolongada continuidad que tantas veces se ve saboteada por una realidad tan impredecible como la argentina, suele encontrarse la respuesta al porqué de la excelencia de estas obras tan significativas que tanto enriquecen el panorama teatral.
Que una obra de estas características, coproducida por la propia sala donde se estrenó, Espacio 33, llegue a España, es una prueba más de que la creatividad escénica argentina no se manifiesta ni desarrolla solo en lo artístico, su capacidad como gestores culturales para tender redes y abrir caminos resulta cuando menos inspiradora.
Rhonda podrá verse desde el 28 de junio al 14 de julio en La Badabadoc. Barcelona.