Raúl Kreig (64 años) es un actor, director y docente teatral. Su extensa experiencia en los escenarios lo posiciona como uno de los referentes del teatro de la ciudad de Santa Fe. Desde niño creció inventando personajes y jugaba a “ser otro”. Cuando se recibió de abogado, tuvo la certeza de que no se iba a dedicar solo a eso; Raúl quería ser actor y dedicarse a ello. A los 30 años se especializó en París y el resto es historia. Actualmente, además de dar talleres de teatro como docente, participa de la obra de teatro El hilo azul escrita y dirigida por Edgardo Dib. Su personaje es un padre de una familia que, a partir de comunicaciones telefónicas que atraviesan distintas épocas, hacen renacer constantemente el legado familiar generacional y los vínculos afectivos inmersos en secretos, pérdidas y desconsuelos.
P. ¿En cuál de sus trabajos obtuvo mayor reconocimiento?
R. Todos los reconocimientos son importantes. El de los colegas es quizá el que más pesa, pero también el reconocimiento del público, ese afecto que demuestran en el aplauso o cuando te encuentran en la calle y te reconocen, es muy gratificante. También el reconocimiento por parte de directores que me han invitado a trabajar. La verdad es que he tenido muchos reconocimientos de variada índole a lo largo de mi carrera. Todos los actores tomamos esta profesión como algo muy serio y de mucho compromiso. Ponemos muchísimo, ponemos el cuerpo y en esto lo voy a citar al maestro Alberto Ure cuando él dijo que “damos todo, damos tanto que esperamos recibir lo mismo”.
P. ¿Cuál es para usted la importancia del teatro santafesino debido a su extensa experiencia en ello?
R. El teatro que se hace en la ciudad de Santa Fe es uno de los mejores teatros del interior del país. El teatro santafesino es de muchísima calidad porque tenemos grandes actores y directores. Esto tiene que ver con la formación permanente en distintos espacios como por ejemplo en la Escuela Provincial de Teatro, en los espacios oficiales y en los independientes también. Realmente el que quiere hacer teatro en Santa Fe tiene muchas posibilidades. Eso hace que, en la cantidad de actores, en el entrenamiento y el perfeccionamiento aparezca también la calidad. No menos importante es el apoyo de las diversas administraciones culturales provinciales y nacionales, que siempre falta, pero están presentes, especialmente desde la creación del Instituto Nacional de Teatro con subsidios, apoyos, estímulos, y capacitaciones. En definitiva, todo esto hace que el teatro santafesino sea realmente un teatro muy importante en todo el país.
P. En la obra “El hilo azul” se destaca la importancia de los legados familiares a lo largo del tiempo. ¿Es importante la experiencia propia a la hora de “poner el cuerpo” en una historia tan realista?
R. No se puede actuar sin comprometerse profundamente, porque uno pone el cuerpo, uno “se pone” en escena. El actor es alguien que juega y la diversión del juego está vinculada a una demanda de compromiso y de seriedad. El actor juega a ser otro consigo mismo y construye un personaje con su cuerpo, su voz, su pasado, su historia, su cultura, sus deseos, sus faltas, sus necesidades, sus huellas y sus dolores. Cuando uno se pone en escena usa al personaje como una especie de mascara, como alguien distinto para poder mostrarse a uno mismo. Sin duda la importancia de la experiencia propia es clave. En la construcción de Esteban, el padre de la familia de mi personaje en “El hilo azul”, están todos los datos de mi vida, mis deseos y mi propio vínculo con mi padre. A pesar de que no soy padre, puedo imaginar y construir uno. Es por eso que, en ese jugar a ser otro, en este caso a ser Esteban, aparecen costados muy profundos, ocultos y entrañables también de Raúl.
P. Si el teatro en su mayor medida es la búsqueda de la comunicación con el otro, ¿cómo se vivió esa falta durante la pandemia?
R. El teatro es presencia física y lo que constituye el teatro en esencia es el convivir. La reunión de cuerpos presentes que comparten un espacio físico y un tiempo. Eso se suspendió durante la pandemia porque hubo que priorizar la salud y la vida, y sin salud y sin vida no hay teatro posible. Durante la pandemia traté de convertir la nostalgia por lo que no tenía: el escenario y la presencia del público, en algo positivo y empecé a dar talleres de manera virtual. Esto me obligó a trabajar aspectos del entrenamiento actoral y técnicas que en la presencialidad normalmente se descuidan. Empezaron a aparecer con gran protagonismo las sutilezas, el gesto, la intensidad emocional, la selección del movimiento, la importancia de la palabra y de las emociones. Durante la preparación de El hilo azul buena parte de los ensayos se hicieron en pandemia, y fue clave la habilidad de Edgardo Dib de hacer una trasposición a la presencialidad de ese código que se trabajó en la virtualidad. Cuando pudimos estrenar después de un año y medio que no actuábamos, hubo una explosión de emociones, alegría y conmoción. Fue positivo no quedarnos con la nostalgia por lo que no teníamos y ponernos a pensar en que había otras maneras de trabajar y de ensayar.
P. ¿Cuál es para usted la “sensación de felicidad” en términos de actuación teatral?
R. Es una muy linda pregunta. Actuar no es algo que me salga fácil, tengo que trabajar mucho para encontrar un personaje y además soy muy inseguro como actor. El día que tengo función me siento enfermo y no tengo energías. Con los años me fui dando cuenta que ese padecimiento era necesario para después poder brillar en escena. Porque todo placer está inevitablemente asociado al dolor. Un momento de mucha felicidad es cuando entro en escena. En esos momentos la vida se vuelve intensa, potente, fuerte y vigorosa. El teatro y la actuación aparecen como un modo de salvarme de la muerte, como una fuerte apuesta a lo vital, a lo erótico. Sin embargo, la sensación más grande de felicidad es el momento en que termina el espectáculo, se apagan las luces y se hace un silencio previo al estallido del aplauso.