Perlongher

Néstor Perlongher, el escritor marica

 Por Dolores Caviglia

Néstor Perlongher

En el sur del conurbano bonaerense, donde nació y vivió, no es fácil encontrar libros de Néstor Perlongher. Un poco porque poesía no es exactamente lo que más se lee y otro porque sus obras jamás se convirtieron en best-sellers ni se comentaron de boca en boca como la novela de la tarde.

La primera vez que yo escuché su nombre fue en una charla en un pasillo de la facultad de Filosofía y Letras de la calle Puán. Se me llenaron las mejillas de vergüenza porque yo, recién salida del colegio privado, también del sur del conurbano, no sabía de quién se hablaba. Ni su nombre, ni el del chileno Pedro Lemebel, que casi siempre salía en las conversaciones junto a él, me hacían eco en ningún lado. Cuando leí por primera vez uno de sus libros entendí el porqué.

Perlongher era un adelantado.

Estaba desfasado de su tiempo pero no sólo por sus hábitos de homosexual explícito o de lector empedernido de las corrientes de pensamiento más avanzadas (George Bataille, Gilles Deleuze, Félix  Guattari, Michel Foucault) sino por sus ideas, que se atrevían a cuestionar lo prohibido, lo silenciado, lo oculto, el travesti, el aborto y la marihuana.

Nació en la Navidad de 1949 en una casa que no tenía libros. Estudió en el comercial de Avellaneda, donde se pasaba los recreos jugando con las nenas porque los nenes lo miraban raro, porque no le gustaba el deporte pero sí la literatura. La primera vez que escribió un poema fue a los 7 años. Su primera irrupción pública fue en un recital de poesía, todo vestido de negro.

Cuando escribía, lo hacía con la soltura y la precisión con la que cruzaba de madrugada el puente de Avellaneda, protegido de las puteadas de la gente que lo veía pasar por un tapado de piel sintética y de color blanco. Estaba decidido a intervenir en el escenario político y cultural con la certeza del artista letal que llevaba dentro. Sabía que la rebelión marica que desafiaba los roles sexuales estereotipados era tan sólo una pequeña parte de la crisis social y siempre que hablaba, gesticulaba hasta la exageración para que no quedasen dudas de su devenir. La literatura para él era una herramienta de gozo y ejecución.

 Perlongher

Fuente: osvaldobaigorria.wordpress.com

Jamás se concentró en comunicar. No al menos como el canon lo establecía. Sí se propuso extorsionar la lengua hasta el ultraje, contaminar el discurso con hermetismo y oscuridad, lograr que del barro salga lustre, alterar lo bajo por lo alto, desmontar las estrategias oficiales que domestican el cuerpo, ridiculizar lo prefabricado. No quería decir nada de la manera más simple, quería retorcer, escurrir, desplegar y enrollar el lenguaje hasta el desgarro para obtener un caos demente que mezclara lo guarro con lo culto. Sus poesías jamás fueron imágenes a contemplar. Ni le dieron mucho dinero. Perlongher ganaba plata porque trabajaba para una empresa como encuestador.

Comandado por esa intencionalidad poética, escribió obras como “Cadáveres”, “El polvo”, “El circo”, “Corto pero ligero”, en los libros “Austria-Hungría”, “Alambres”, “Hule”, “Parque Lezama”, “Aguas aéreas”, “El chorreo de las iluminaciones”, “Lamé”, “Poemas completos”, donde dijo cosas como:

un general que agita los pendorchos

y se entrega al de enfrente, saltando los tapiales

es más mujer que hombre, es más mujer para ser hombre

 

Escribió versos con palabras que no siempre terminó, se abusó del uso de los puntos suspensivos y hasta se hizo pasar por tartamudo.

Escoltado por su pulsión política, militó en el Partido Obrero y, desde su poética, se atrevió a la prosa (“La prostitución masculina”, “El negocio del deseo”, “El fantasma del sida”, “Prosa plebeya”, “Evita vive e outras prosas”, “Papeles insumisos”, “Un barroco de trinchera”) y a los artículos de revistas clandestinas o al borde de la desaparición para hablar en femenino como una tal Rosa o también bajo el nombre de Víctor Bosch de temas como la muerte en la dictadura, la historia del Frente de Liberación Homosexual de la Argentina, la sexualidad, el peronismo autoritario, Eva, una Eva maldita, una Eva callejera, el Ejército, la guerra de Malvinas, la violencia policial, Manuel Puig, lo lumpen, Lezama Lima, las leyes, la precariedad del sistema sanitario, las razias, la represión y la enfermedad, las pretensiones antiimperialistas, de lo rioplatense y lo brasileño, la prostitución y el sida.

Frente de Liberación Homosexual

Fuente: elortiba.org

Perlongher fue un observador de la calle.

Trabajó con los saberes de su época y al mismo tiempo contuvo la potencia de lo que vendría. Sin embargo, la mirada interna le fue algo reticente. El desfasaje temporal que sentía lo alejaba de una de las búsquedas que para él siempre fue de las primordiales: la de la identidad. Cada movimiento mecánico de sus dedos contra las letras de su máquina de escribir no eran más y también que un desesperado intento por encontrar las palabras que lo definieran, el nombre que lo delimitara.

Ese círculo empezó a cerrar quizá en 1981, cuando apenas pasados los 30 se recibió de sociólogo en la Universidad de Buenos Aires, puso su ropa en valijas y se fue a vivir a San Pablo, Brasil. Allí, además de dar clases en la Universidad Estatal de Campinas y estudiar Antropología Social, se unió al culto del Santo Diame porque aunque jamás soportó la iglesia, Néstor entendió el Santo Daime como el acceso directo a la experiencia divina a través de la bebida sagrada, la ayahuasca, por la que ayunó al extremo, se quedó en silencio, bailó y cantó durante días y empezó de cero. Así la describió:

“Vibración de la luz (por momentos parece que las lamparitas del templo estuviesen a punto de estallar), explosión multiforme de colores, cenestesia de la música que todo lo impregna en flujos de partículas iridiscentes, que hormiguean trazando arcos de acerado resplandor en el volumen vaporoso del aire, un aire espeso, como cristal delicuescente. La acre regurgitación del líquido sagrado en las vísceras – pesadas, graves, casi grávidas- convierte en un instante el dolor en goce, en éxtasis de goce que se siente como una película de brillo incandescente clavada en la telilla de los órganos o en el aura del alma, purpurina centelleante unciendo, a la manera de un celofán untuoso, el cuerpo enfebrecido de emoción”.

Esta “religión” surgió a comienzos del siglo XX como iniciativa de las masas desterritorializadas de los migrantes que venían del nordeste brasileño. Quizá fue este origen el que lo conquistó.

Perlongher murió el 26 de noviembre de 1992, a los 43 años, en San Pablo por culpa de una septicemia generalizada provocada por el sida. Una semana antes, escribió “La muerte en bicicleta”.

 

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