Milena Busquets (Segunda parte)
Por Dolores Caviglia
La autora española Milena Busquets asegura que las cosas buenas de la vida casi nunca son planeadas y sigue sorprendiéndose del boom que generó su último libro, que ya fue editado en casi 30 países y que en el nuestro ya superó la sexta edición.
Milena tiene algo. Quizá sea ese brillo de ojos claros que vieron mucho y profundo, o ese pelo arreglado sin importar, tampoco apuro o delicadeza; o tal vez sea esa piel blanca de pecas beige que acompañan su delgadez en armonía, con desparpajo, el mismo que enseña al hablar, ese que se hace sentir en las líneas de su escritura.
Seguro es la libertad. Esa con la que fue criada, en la que confía, con la que eligió su futuro, con la que educa a sus hijos. La misma que extraña tanto de la generación de sus padres, la gauche divine, la de la izquierda ideal. La que la llevó a probar, a estudiar sin pensar en más, a trabajar como traductora pero también como encargada de relaciones públicas, a escribir cosas sobre las que mucho no conocía, a volver a crear una editorial, a fracasar por su culpa, a enamorarse tantas veces, a sentarse en la soledad para asomarse de lleno y frente a todos.
También esto pasará es esa libertad.
¿Qué significa para vos la arqueología?Es lo que estudié. Y surgió porque cuando tenía 18 años fui a Londres y estuve haciendo cursos de cosas distintas, teatro, inglés, literatura. Y entonces terminó el año y me llamó mi madre y me dijo: “Bueno, o te pones a estudiar o te pones a trabajar, pero más dinero haciendo cursitos de expresión corporal y yoga yo no gasto”. Tenía toda la razón. Y yo me quedé bastante perpleja porque a los 18 años piensas que todo va a seguir eternamente. Que todo va fluyendo, el dinero también. Y se me ocurrió arqueología porque acababa de ver la película Indiana Jones: El templo maldito. Te lo juro. La noche anterior. Entonces, mi madre me preguntó qué iba a hacer y le dije: “Voy a ser arqueóloga”. Lo recuerdo muy bien: no había móviles, fue una conversación en una cabina telefónica. Creo que muchas cosas muy buenas de la vida no son pensadas. Surgen así. Tienes que tener una cierta predisposición y cierto carácter. Si tienes la suerte de nacer sin miedo de saltar al vacío, surgen cosas que a menudo van bien. Después de eso mi madre se quedó callada, porque en mi vida había hablado de arqueología, pero me dijo que seguro iba a gustarme porque era científica, romántica y artística a la vez. Menos mal que el día anterior no había visto una película de cirujanos. O Anatomía de Grey.
¿Cómo influye ese título universitario en tu escritura?
Creo que toda escritura tiene algo de arqueología porque tiene algo de investigar, de ir hurgando en los personajes, en tu mundo, en los sentimientos para ir hasta el final de las cosas. Quedarte con los huesos, con lo básico. Toda investigación tiene algo de arqueología, también el trato con la gente, a la que le vas sacando capas.
¿Te gusta ponerte incómoda?
Me gusta mucho hacerme la tonta. Pero la gente inteligente se da cuenta. No me gusta ponerme en situaciones incómodas porque creo que llegan de todos modos. Sobre todo al enfrentarse con un texto, hay un momento en que el “jijijaja” no llega a nada. El momento en que uno escribe es de soledad, estás solo con tu ordenador; y por muchas tonterías que lleves encima, estás en silencio y enfrentada a lo verdadero. Es un reto, una aventura intentar decir lo que quieres como crees que debe ser dicho. Llegar a la perfección de la frase y del concepto. Al equilibrio entre ser brusco pero al mismo tiempo poético. La descripción más precisa posible.
¿Cuesta encontrar esa frase?
Depende. Hay días en que es muy fácil. Incluso si estás en el coche, sale. Entonces paro y me pongo a escribir en el teléfono, donde tengo todas las notas. Y hay otros días en que estas en el ambiente perfecto para escribir y lo que te sale no es tan interesante. En cuanto tienes un poco de experiencia, te das cuenta lo que puede ser material narrativo para un artículo o sólo para divertir a tus amigos.
¿Cómo fue el trabajo con el editor?
Fue muy poco, porque me dijeron que estaba muy limpio. Sí me recomendaron que saque a una amiga, había una más, eran tres. Me dijeron que se complicaba mucho la situación porque no aportaba a la historia, eran muchos personajes. La suprimí y no pasó nada. Es un texto corto y condensado. Y lo había trabajado mucho. Y lo tenía muy claro: el libro debía arrancar en el entierro. No me gusta entregar trabajos a medio andar. No siento que estén perfectos pero sí que entregué lo mejor que pude dar.
Me gusta mucho la edición pero no creo que los editores deban ser los autores del libro. Trabajar muy muy juntos no me parece lo mejor. El rol es ver y aconsejar, estar al lado del autor. Yo estoy en contra de los bestsellers creados de forma artificial, creo que nunca van a ser un buen libro. Creo en los frutos espontáneos y naturales de la mente de alguien. Lo ideal es encontrarte con un autor que está seguro de lo que está haciendo y con un editor fuerte. Lo último que quiere un autor cuando termina un libro son más dudas. Es necesario alguien objetivo y seguro, frio, analítico, pero apasionado para leer el texto y empujarlo hacia adelante.
¿Tenés momentos particulares para sentarte a escribir?
Escribo lo que puedo por las mañanas. A veces son siete horas, a veces no. Mi vida cotidiana me importa mucho. No vivo para escribir: me importan mis hijos, mis amigos. Si una amiga me necesita, dejo el texto.
¿Debiste tener reparos respecto de las historias reales que contás en el libro?
No. Jamás pensé en dónde meterme y dónde no. Me preguntaban si tuve pudor en exponer esto o aquello pero cuando te metes en un mundo así, todo lo demás desaparece. Mi única obligación era para con el libro. Reclamos, sí, quizá, pero nadie se enojó. No le di una puñalada a nadie.
¿Cuánto tenés de Blanca, la protagonista?
Bueno, mis amigos tras leer el libro me decían: “Tú no eres tan así”. Pero no era ese el punto, no era escribir un retrato de mi vida y mi personalidad, porque ¿a quién le importa?
¿Te preocupa el paso del tiempo?
Como a todo el mundo. Hay días en que todo está en orden, es hermoso y lo mejor está por llegar y hay otros en que el mundo es un puto desastre y me quiero morir porque esto es irreparable y no tiene solución. En el sentido físico no me preocupa en absoluto. Tengo amigas obsesionadas. Mujeres que han sido muy guapas y que temen perderlo. Pero no es mi caso, nunca he vivido de mi físico, me han querido más allá. Seré una viejecita encantadora. No me plantearía una operación estética, es una lucha perdida. Las luchas perdidas no vale la pena darlas; yo las quiero ganar. Me da pena el paso del tiempo si significa tener menos primaveras que ver, menos posibilidades de bañarme en el mar, no ver a los nietos de mis hijos. Pero son las reglas del juego, no hay alternativa. Es inexorable. Es como darse golpes contra una pared. Hay cosas que sirven de exorcismo: los hijos, el amor. Hacen que el tiempo se detenga, que se expanda.
¿Qué significa que te identifiquen con un fenómeno editorial?
Mis amigos escritores me dicen que me ha pasado lo que no le pasa nunca a nadie y lo que todo escritor en algún momento quiere conseguir. Escribí un libro como se escriben todos, los buenos, los malos, los mediocres, los geniales, y enganchó con mucha gente, incluso la que no está habituada a leer. Y eso es genial porque esto puede decir que este libro los llevó a otro. Si este libro lleva a alguien a la librería a buscar otra cosa, es increíble: es como encender algo.
¿Cómo definirías tu vínculo con Argentina?
Es como mi nueva casa. A mi madre le gustaba mucho, y a Barcelona con la dictadura, vinieron muchos argentinos. Los trataba de forma cotidiana. Mi madre tenía muchos amigos, mi mejor amiga es argentina. Somos muy parecidos. Hablamos la misma lengua, somos iguales. Aquí es todo muy familiar, es como estar en Europa.
¿Qué te dejó tu madre?
Muchas cosas: la pasión por la vida, las ganas de disfrutar. Hay gente que no sabe, le cuesta. El amor por la vida, el sentido del humor. La ligereza, la generosidad, el rigor. No te puedo decir una cosa.