Pablo Martín Sánchez: “Mi triada literaria ideal sería: Perec de Dios, Borges de profeta y Bolaño de ladrón”
Pablo Martín Sánchez (Primera Parte)
Por Violeta Serrano
El escritor catalán, autor de la reconocida obra El anarquista que se llamaba como yo, confiesa que se decidió a escribir la novela cuando un editor le dijo: “Oye, me encanta tu libro de relatos pero, ¿no tendrás una novela?”.
¿Tienes algún principio o regla por la que regirte antes de comenzar a escribir?
Me gusta tener primero el mapa de lo que voy a escribir. Antes de escribir la primera línea me pongo a hacer esquemas, organigramas, planos, etcétera. O sea, que escribo por placer, pero es un placer condicionado.
¿Pero te riges por reglas propias del OULIPO, por ejemplo, escribir todo un libro sin usar la letra “a” o similar?
Sí, sí, siempre me pongo constricciones. Para mí es fundamental, para potenciar la creatividad y la imaginación, no tanto para que el lector lo descubra propiamente. En la novela El anarquista que se llamaba como yo, los capítulos con números romanos tienen cada uno dos o tres reglas que tengo que respetar. Ahora estoy escribiendo una novela nueva y también: en cada capítulo tienen que aparecer una serie de elementos. A mí eso me ayuda mucho.
¿Constreñirte te ayuda?
Sí, sí. Esa es la base del concepto oulipiano: ponerte obstáculos para llegar a sitios donde no llegarías si escribieses lo primero que se te pasa por la cabeza. Digamos que es un poco lo contrario a la escritura automática. ¿Cuál es la regla que la rige a la escritura automática?, ¿el subconsciente? El subconsciente no lo puedes controlar. Aquí se trata de ponerte reglas para, sabiendo cuáles son, jugar con ellas.
También hay que creerse el tema de la escritura automática, claro, es un poco cuestión de fe.
Bueno, todo son técnicas, claro. A mí me gusta más el principio de las reglas oulipianas y me funciona más.
¿Qué sientes por Bolaño? ¿es amor?
(Ríe) Hombre, tanto como amor no. Pero no soy de los que han acabado criticándolo por el “boom Bolaño”. Yo lo leí cuando él ya había muerto, pero bastante pegado a ese momento. Empecé a leerlo, creo, en el 2004. La verdad es que lo leí de una tirada y prácticamente todo. Me encantó y me sigue encantando. No voy a ir ahora de renegado de Bolaño.
¿Y la poesía también te encanta?
La poesía es lo último que he leído. Además, como la ha publicado mi editor, Jaume Vallcorba, es efectivamente lo último que he leído porque, bueno, soy muy mal lector de poesía.
¿No te gusta la poesía como género?
Sí, sí, sí me gusta, pero bueno es como el teatro. Creo que soy muy mal lector de teatro porque me gusta mucho más ir a verlo. No sé, de repente me encuentro comprando más libros de narrativa que de cualquier otro género. Así que no es que no me guste, pero es que soy mal lector. Es como la música: no puedo decir que no me guste, pero no estoy todo el día pensando en discos.
¿Y la poesía de Bolaño entonces, qué?
En su libro Tres, que empieza y termina hablando de Perec. Siempre lo tengo a mano, mira, el final dice así (y agarra el libro de su biblioteca personal): “Soñé que Georges Perec tenía tres años y lloraba desconsoladamente, yo intentaba calmarlo”, etc. De hecho, esa tercera parte del libro es toda perequiana, con ese “soñé, soñé, soñé”, con esa anáfora que los oulipianos llaman el “je me souviens” de Perec.
Ahora te iba a preguntar por Perec precisamente, quiero saber si también eso es amor.
Sí, Perec tiene en mí mucha influencia. Más que Bolaño. A Bolaño yo lo he leído con mucho gusto y me encanta, pero no puedo decir que tenga en mí una influencia consciente. En cambio Perec es fundamental.
Es un referente para ti.
Más que un referente es que es Dios. En eso discuto siempre con el escritor David Roas. Él dice, cuando habla de Borges, que se trata de Dios.
Esa era la siguiente pregunta, ¿y Borges para ti, qué?
Bueno, Borges para mí a lo mejor puede llegar a profeta. Pero no estaría mal, esa tríada, con Perec de Dios, Borges de profeta y Bolaño, pues no sé, ¿qué papel le reservamos? ¡El de ladrón! (reímos).
Ahora me gustaría hablar más de autores clásicos. ¿Qué influencia tiene para ti Baroja, por ejemplo?
Lo de Baroja me lo han comentado mucho a raíz de la publicación de El anarquista… porque en La familia de Errotacho se habla de Pablo Martín Sánchez y de esos hechos. Es verdad que yo había leído también a Baroja mucho a partir del secundario y hasta los veinte, veintiún años. Por eso supongo que ahí está. Tal vez de una manera poco consciente, pero sí hay en mí esa pasión por las historias, por la narración, etc., pero no creo que sea un autor perequiano en el sentido de que yo pueda decir que, por ejemplo, “admiro de Baroja la manera que tenía de construir sus novelas”. No. Pero sí pienso que una pequeña influencia oculta sí que debe de haber.
¿Y La Desheredada, de Galdós, la leíste?
No. A Galdós lo he leído muy poco. Sin embargo, sí que me han vinculado mucho a él después de El anarquista… Comparto la teoría de que no necesitas haber leído al autor para sentir su influencia. Yo creo que los novelistas del siglo XX en España tienen la influencia de Galdós y de Baroja aunque no los hayan leído. Igual que creo que en el siglo XXI cualquier escritor, por lo menos de lengua hispana, tiene la influencia de Borges, por mucho que lo niegue o incluso aunque diga que no lo ha leído, porque ya está en otros autores. Es un poco el concepto que dicen los oulipianos del plagio por anticipación, al referirse a aquellos autores que, antes que ellos, hicieron cosas parecidas a las que ellos hacen, por eso son por anticipación y son plagiarios. Claro, eso quiere decir que lo que ellos hacen ya está en la Historia, lo que pasa es que a lo mejor no los habíamos descubierto todavía. Por ejemplo, de la influencia del Siglo de Oro español en el OULIPO, ellos se dan cuenta a posteriori, y a lo mejor la han recibido sin haber leído las novelas lipogramáticas de Alcalá y Herrera.
¿Qué opinas de los escritores que afirman que no piensan en el lector a la hora de escribir?
Si lo dicen será verdad, o si lo dicen será mentira (ríe). Yo siempre pienso en el lector. Me parece casi una falta de respeto decir que no escribes para el lector sino para ti mismo. A lo mejor por mi formación teatral, en la que siempre he tenido muy claro que tú actúas para un público, porque actuar sin público es una gilipollez, y que por lo tanto lo importante no es lo que tú sientas como actor sino lo que le hagas sentir al público, desde esa perspectiva yo siempre digo que escribo para un lector y pensando en el lector, porque escribir para mí está muy bien pero entonces no lo publicaré. Entonces, desde el momento en que lo publicas es porque quieres que alguien te lea y no está mal pensar en esa persona.
Por ejemplo, cuando tú estás escribiendo una novela infantil, es imposible que no pienses en el lector. Estás escribiendo para un público determinado. O por ejemplo, el último libro de David Roas, La estrategia del koala (Candaya), en el que le mete caña a los votantes del PP por un tubo y a los franquistas, ¿puede él decir que no estaba pensando en nadie a la hora de escribir? No. Porque está claro que él no ha escrito el libro para los votantes del PP. Entonces aunque sea de una manera inconsciente, yo creo que uno escribe siempre pensando en un lector modelo. No tiene por qué ser un lector concreto, sino modelo. Y yo creo que si asumimos y aceptamos que estamos escribiendo para alguien es mucho más interesante, porque cuando tú estás efectuando ese acto de comunicación que es la literatura, o la escritura, estás pensando en el receptor, porque si no estás haciendo un monólogo, un soliloquio y en cambio no, yo creo que escribir es dialogar con el lector aunque no lo tengas delante. Es un diálogo retardado, un diálogo postergado. Entonces, ¿cómo no vas a pensar en tu interlocutor?
Bueno, es que además, el propio lector es un nuevo creador de la obra.
Claro, para mí sí, porque es el que está jugando contigo, y tú estás jugando con él. Lo otro sería hacer solitarios y a mí nunca me han gustado, me parecen muy aburridos. Pero bueno, al final, son palabras. Hay grandes escritores que yo admiro y de repente leo una entrevista y veo “yo escribo para mí mismo”, bueno pues a lo mejor alguno decía eso, sí.
Pero les queremos igual.
Sí. No se lo tendremos en cuenta. (ríe).
En esta línea de reflexión acerca de la recepción de la obra, me pregunto si también prefieres la novela por ser más popular que el cuento, por lo menos en España.
No, no prefiero la novela al cuento ni el cuento a la novela. Si me haces elegir entre poesía y narrativa sí te diría que prefiero la segunda. Pero entre novela y cuento no tengo preferencias: un buen libro de relatos es mucho mejor que una mala novela y viceversa. Creo que son dos aproximaciones distintas al acto de lectura. Cuando tú lees un libro de relatos tienes que empezar de cero en cada uno de los relatos y eso exige un esfuerzo cada vez. Entonces si hay veinte relatos, estás haciendo veinte esfuerzos como lector y, por lo tanto, veinte juegos distintos. En cambio con una novela sólo juegas una partida muy larga. Entonces yo creo que ese es uno de los secretos de la popularidad de la novela: que el lector sólo tiene que hacer un esfuerzo, por decirlo así, de familiarización con personajes, con tramas, etc., aunque por supuesto existan novelas que son absolutamente heterogéneas y diferentes dentro del propio texto.
También es cierto que el hecho de triunfar con una novela, como es tu caso, te da la posibilidad de difundir otras cosas, como cuentos, por ejemplo. Tu libro de relatos, Fricciones, tal vez se lea más ahora que se te conoce por El anarquista que se llamaba como yo.
Sí, eso es absolutamente cierto. De hecho, yo empecé a escribir la novela por despecho, porque no me publicaban mi libro de relatos, y porque hubo un editor que un día me dijo: “Oye, me encanta tu libro de relatos pero, ¿no tendrás una novela?”. Entonces en ese momento me enfadé. Luego pensé que no tenía que enfadarme porque bueno, así es como funciona el mercado, al menos el español. Entonces sí, yo empecé a escribir la novela con la idea de que fuese más sencillo publicarla que un libro de relatos y que, una vez publicada, me permitiría publicar Fricciones. Lo que pasa es que tuve la suerte de que mientras estaba escribiendo la novela, por fin conseguí editor. Pero sí, es algo evidente. Sólo hace falta mirar la cantidad de novelas que se publican al año en España frente a la cantidad de libros de relatos. Y si miras las listas de los más vendidos ya ni te cuento. En ese sentido no hay duda. El género de relatos es menor desde el punto de vista de la recepción cuantitativa pero no cualitativa.
Pasa lo mismo con la poesía. Son rarísimos los casos en los que primero se de a conocer la obra poética de un autor.
Ahí tienes el ejemplo de Bolaño, perfecto. Él empezó como poeta y de manera absolutamente consciente dijo bueno, si quiero vivir de la literatura o de algo relacionado con la literatura, voy a tratar de escribir narrativa. Y en el fondo se convirtió en novelista y, probablemente mejor novelista que poeta, como comentaba Vallcorba un día, pero gracias a que tenía ese bagaje como poeta.
Sobre los concursos literarios quería preguntarte dos cosas. La primera es si piensas que son limpios y la segunda, si son necesarios para un autor joven.
Cuanto más pequeño, más limpio. Yo siempre me presenté a concursos de los que Bolaño llamaba “premios Búfalo, para dar de comer a la manada”. Bueno, yo no tenía manada, pero sí tenía que comer. Y bueno, cuando más pequeño sea el concurso, menos amañado estará, porque la gente tampoco va a hacer grandes cosas por trescientos o quinientos euros.
En cuanto si son útiles, a la hora de pensar en una carrera literaria me parece que no. Por lo menos a mi manera de ver. Sobre todo porque cada vez que te vas presentando a un concurso tiene que ser siempre diferente, y hacer una carrera de concurso en concurso, cada vez vas cambiando de editor y perdiendo un poco la coherencia en tu carrera. Es un poco como, volviendo a las metáforas del mundo del teatro, si tú eres un actor que vas haciendo castings por aquí y por allá y te van agarrando en el Teatro Nacional, en el Lliure, etc., al final estás a expensas de los diferentes proyectos de otra gente. En cambio, si eres tú el que monta su propia compañía, eres tú el que puede ver la evolución de la misma y mantener una coherencia interna a lo largo del tiempo. Publicar en editoriales sin pasar por concursos te permite por lo menos intentar mantener la fidelidad a un editor, aunque luego acabes cambiando, como pasó con Vila-Matas. Pero por ejemplo una cosa que hacen los grandes editores es que no publican libros. Así me lo dijo Vallcorba: “Yo no publico libros; publico autores”. Hay entonces un concepto de ir siguiendo la carrera literaria de un autor y cuando se produce eso que llaman editing, es decir, cuando el editor se convierte en una persona de confianza del escritor y puedes ir hablando con tu editor sobre cada proceso de escritura, se produce una sinergia artística muy importante. Y eso no ocurre sólo con editores independientes. En las grandes editoriales hacen lo mismo. Lo digo porque a veces tenemos esa idea un poco romántica de que el editor independiente es el que va a estar más pendiente de ti como autor y muchas veces no es así.
FOTOGRAFÍAS: Pere Rovira