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Marta Traba: andares y huellas

Marta Traba fue una voz inagotable para pensar Latinoamérica. Atravesó países y se atrevió a leer el arte y la cultura sin complacencias. Su encuentro con la muerte sucedió demasiado pronto. Junto con su compañero Ángel Rama y otros intelectuales latinoamericanos, muere en un accidente aéreo en el año 1983 cuando viajaban de España a Bogotá para asistir al Primer Encuentro Hispanoamericano de Cultura.

Muerte pero no final. Si la persistencia del imaginar necesita rumbos y horizontes, Marta Traba abre camino y vence el olvido. Nosotros decidimos seguir las huellas de ese andar. Nos reencontramos entonces con la escritora, la crítica, la historiadora. Una intelectual comprometida con su época sin que eso la empujara a fijar algún tipo de certeza. Como docente, crítica, gestora cultural, impulsora de muestras y museos y hasta como presentadora de un programa de televisión fue inagotable en su tarea de abrir proyectos  en todos los lugares que habitó.

Nació en Argentina en 1930. Se graduó en la Universidad Nacional de Buenos Aires en la carrera de letras y con una especialización en arte trabajó junto al historiador Jorge Romero Brest.  París será el lugar elegido para continuar y ampliar sus estudios, pero allí también encontrará su primer hogar junto a su compañero Alberto Zalamea con quien se casa y tiene dos hijos, Gustavo y Fernando. “Es una etapa feliz, una cadena sucesiva de pequeñitas felicidades que me llenan mucho”, recordará en una entrevista. Juntos elegirán volver a Colombia donde Marta desarrollará la mayor parte de su carrera.

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Su amistad y cercanía con intelectuales, escritores y artistas de diferentes países latinoamericanos encenderá los debates sobre dependencia y resistencia en una Latinoamérica en disputa. Cuba, faro político de las esperanzas emancipadoras por esos años, la reconoce con el premio Casa de las Américas a la mejor novela para Las ceremonias del verano (1966). Abrazará la revolución cubana, pero más tarde no dudará en cuestionar el acercamiento político con la Unión Soviética o cualquier forma de represión o avance sobre los derechos humanos.

Aun a destiempo,  el rescate de la memoria y figura de Marta Traba es apenas un intento por salir a su encuentro. Desandar sus rumbos, descubrir su huella. Una voz que no podrá oírse nunca como  susurro porque es un grito. Es la voz de una intelectual desafiante que advierte los riesgos de entramparse fácilmente en modas y modos.

Desafiante en los debates, Marta Traba disfrutaba sostener luchas libres con las ideas aunque nunca jugó a ser una provocadora superficial. “Su trabajo como crítica e historiadora de arte en Latinoamérica se reconocen en su libro  Dos décadas vulnerables en las artes plásticas latinoamericanas 1950-1970 donde suma una mirada original para repensar la dependencia y la originalidad”, destacan quienes siguen tras las pistas de su trabajo teórico.

Más allá de las muchas  interpretaciones que hoy persisten, el trabajo de Marta Traba no hará concesiones al trabajo de la crítica: “debe afrontar las coyunturas sociales, económicas o políticas a partir de las cuales el curso del arte en un país puede cambiar completamente”.  

Obstinada en su capacidad de trabajo, sus ideas también se construirán desde esta persistencia por comprender la transformación cultural. Celebrada y cuestionada, hoy todavía interpela. “Cómo pudo Marta escribir 17 libros, 5 novelas y  poesías y cuentos”,  reclama Poniatowska en su hermoso texto Marta traba o el salto al vacío. Inagotable en cada una de estos proyectos persistió en la búsqueda de una identidad en resistencia para Latinoamérica. Y no sólo en sus obras críticas o  académicas, sino también en su obra literaria que incluyó poesía, novelas y cuentos.

España, Estados unidos, Colombia, Francia, Venezuela, Cuba, Argentina. Andares y lugares que nunca la retuvieron del todo. “Toda mi vida no ha sido más que una serie de saltos acrobáticos en el vacío. Mis increíbles peleas son siempre con el que puede pulverizarme. Mi enfrentamiento con el presidente Carlos Lleras, después de su arrasamiento de la Universidad, me valió trágicamente la expulsión de Colombia (…)”.

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Y si acaso apareciera algún riesgo de perdernos en el camino, entonces que su obra hable. En Conversación al Sur, novela publicada en 1981, dos mujeres recuerdan en el límite siniestro de la violencia represiva: “No, yo siento que he caminado independiente. Que me he ido comprometiendo por mi cuenta y riesgo y no porque aprobara lo que estaban haciendo ustedes, no, la mayoría de las acciones me resultaban bastante disparatadas y siempre ineficaces, sino porque empezó a jugarse una cosa nueva; me refiero a la compasión, a la solidaridad con el otro. ¿Se perdió toda la lástima por el otro? Porque si se perdió es como si una sociedad entera se hubiera vuelto inhumana, ¿no te parece?”.

Como las protagonistas de la novela, quedan fragmentos de memoria. Apenas imágenes de una mujer en búsqueda. Marta Traba se atrevió a pensar por sí misma en un mundo dominado por hombres y en un territorio que se tensaba entre la dependencia como problema y la resistencia como respuesta.

Con el nuevo siglo, resurgió el reconocimiento y volvimos a nombrar a Marta Traba y su obra: biografías, estudios, reediciones de sus investigaciones y escritos más significativos. Terquedad furibunda (2001) es el nombre preciso con el que Verónica Verlichak titula la biografía más destacada. Incluso se llegó a organizar la cátedra Marta Traba en la Universidad Nacional de Colombia, pero tengamos por seguro que ella no aceptaría ningún rescate que se resigne al elogio complaciente o la pura reproducción.

Camino hecho con atrevimiento y valentía. Hermoso viaje el de Marta Traba. Si seguimos su huella es para sostener ese andar y encender las preguntas.

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