La conmovedora película argentina ‘Una escuela en Cerro Hueso’ tuvo su estreno nacional en el 36° Festival de Mar del Plata luego de haber recibido dos menciones especiales (sección K-Plus y el Oso de Cristal) en la última Berlinale 2021. La historia cuenta lo que sucede cuando los padres de una niña autista deciden mudarse a un pequeño pueblo para que su hija pueda comenzar el primer grado.
En muchas ocasiones el cine se ha servido de acontecimientos o experiencias de vida para contar grandes historias. En su ópera prima, Betania Cappato reconstruye la historia real de su propio hermano, hoy de diez años. Y el resultado es mucho más que una autobiografía. La película es un hermoso viaje de silencios, sutilezas y belleza hacia el universo del autismo.
‘Una escuela en Cerro Hueso’ narra la historia de Ema (Clementina Forner), una niña diagnosticada dentro del espectro autista que al llegar a la edad escolar debe mudarse a una humilde localidad costera a orillas del Paraná, donde está ubicada la única escuela que aceptó su solicitud de ingreso. Para sus padres, Julia (Mara Bestelli) y Antonio (Pablo Seijo), esto significa dejar atrás la ciudad y comenzar una nueva vida en el campo.
A lo largo de los breves 70 minutos del film, la directora nos va mostrando el proceso de adaptación, tanto de Ema como de sus padres. Con suma delicadeza visual y sonora, conocemos la pequeña comunidad en donde Ema (en una extraordinaria actuación de Forner) puede observar y explorar el mundo en silencio y a su propio ritmo. Mientras Julia investiga la extraña muerte de miles de peces en el Paraná y Antonio propone crear una granja comunitaria, la niña se adapta al nuevo espacio escolar ayudada por la directora de la escuela, las maestras, la cocinera y sus propios compañeros. La película sigue con paciencia los pequeños pasos de Ema y acompaña de manera natural cuando éstos se convierten en saltos maravillosos.
Se destaca el trabajo riguroso de Cappato con el grupo de alumnos de primer grado, todos lugareños de Cerro Hueso. Lo que surge del encuentro de ellos con Ema es, por momentos, mágico e hipnótico. Con escenas breves, el espectador asiste a la descomposición del silencio de la protagonista. Lo que al principio se presenta como un elemento perturbador, —Ema no habla— pronto adquiere otro significado. Una luminosa y pequeña sonrisa, en esta película, dice mucho más que mil palabras.
La forma de exponer el silencio convierte a la película en una manifestación realista del autismo y de la fraternidad en una comunidad. Cuando el personaje de Irene, compañera de clase de Ema, justifica su silencio diciendo que ella no puede hablar, la está conteniendo y le está habilitando otros espacios de expresión. No puede hablar, pero puede saltar, bailar, mirar, esperar y hasta sonreír. Todo eso, gracias al ambiente solidario, colaborador, empático y comprensivo que la rodea, como es el pequeño pueblo costero. Así, Ema se vuelve cada vez más capaz de participar en el mundo que la rodea, a su manera.
La estructura narrativa, minimalista y despojada, compuesta por la fusión entre la ficción y el documental, es innovadora y sumamente poderosa a nivel comunicativo. Porque es a partir de ella que el espectador se siente totalmente interpelado y partícipe del silencio, la solidaridad y el poder de las relaciones humanas. Entonces, un pequeño y simple momento se convierte en una escena maravillosa: la mirada atenta de Ema frente un potrillo dormido y su repentina sonrisa.
De esta manera, la película sorprende por la construcción de un dispositivo ficcional dentro de un contexto real. La directora habilita el espacio para que lo documental suceda y, al mismo tiempo, dirige la historia de ficción en ese contexto. Combinando actores profesionales y otros lugareños sin experiencia.
Por esta razón, para evitar interferir lo menos posible en las escenas, el equipo técnico fue reducido. La cámara se comporta como un habitante de los espacios y las acciones, siguiendo, de manera respetuosa, a los personajes. A veces desde la distancia y otras desde la cercanía. Con una manera delicada y muy personal, Cappato nos permite sumergirnos en el silencio de Ema y transitar su nueva vida en el pueblo.
Películas como las de Betania Cappato circulan, principalmente, en festivales de cine, lo que significa que no poseen alcance masivo. Y aunque con la nueva modalidad de estos encuentros, la exhibición de películas online, amplió la circulación, aún no es suficiente. Las plataformas de streaming se han convertido en la única pantalla para la exhibición de cine en tiempos de pandemia. La oferta de los grandes proveedores, como Netflix, se vio acompañada por el surgimiento de nuevas plataformas de cine y contenido visual. En este punto, la distribución y la producción de los contenidos está cada vez más concentrada.
Después de su paso por la Berlinale 2021 y sus menciones especiales en el 36° Festival de Mar del Plata, ‘Un escuela en Cerro Hueso’ se ha transformado en una de las promesas del cine argentino a nivel local e internacional. Es sumamente alentador que una película dirigida por una mujer del interior del país y realizada con un presupuesto moderado, tenga una gran aceptación y un exitoso recorrido. Es una forma de que el cine vuelva a crear espacios simples de expresión y manifestación; de que sea habilitador de nuevas narrativas, historias, miradas y experiencias; de que sea lugar de experimentación artística y que permita nuevas formas de producción. Como así también, es una manera de ampliar la idea sobre la noción del cine hecho por mujeres: Cappato se planta haciendo una película muy personal sobre un tema universal, dejando en claro que el cine hecho por mujeres no habla solo de mujeres. Es cine, construido sobre la base de miradas totalmente plurales.
‘Una escuela en Cerro Hueso’ es un film lleno de esperanza tanto para los espectadores como para los hacedores del cine post pandemia.
Una escuela en Cerro Hueso está producida por su autora e Iván Fund, coproducida por Rita Cine e Insomnia Films y con Tres Sonido como productor asociado. Está protagonizada por Clementina Folmer (Ema), Mara Bestelli (Julia), Pablo Ruíz Seijo (Antonio),Irene Zequin (Irene), Mónica Núñez (Sonia), Brian Modine y Valentín Maza (hermanos de Irene), Carla Rucitti (directora), Viviana Taus (maestra) y Ariel Núñez (compañero de baile). |