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Juanjo Hernández y el infierno transparente

Juan José Hernández (Tucumán, 1931-Bs. As., 2007), constituye un hito en la renovación de la narrativa que rescata la vida socialmente erizada de conflictividad social en los pueblos del interior de Argentina. En efecto, lo hace en su dimensión más cruel y despiadada, radiografiándola. Pero también ese es el punto de partida para la invención de ficciones, no un mero y simplista espejo de naturaleza mimética. Diera toda la impresión, por el contrario, de que con un profundo conocimiento de esas realidades, logra elaborar una imaginación verosímil y de naturaleza vívida. También descarnada en el orden de lo emocional. Se trata de narraciones clásicas, porque no acude a los recursos de la vanguardia. Y esa tal vez sea una de las notas más singulares de la poética de Hernández: la de referir hechos escandalosos según las formas más engañosamente cristalinas y los recursos más económicos. Por otro lado, al acudir al género cuento, sobre todo, la condensación de sentidos es mayor y su intensidad más efectiva. Esta circunstancia quizás tenga que ver con que le interesa menos exasperar un virtuosismo que estima superfluo que cumplir con su misión de iluminar un territorio dramático. La intención evidentemente es dar a conocer de modo persuasivo un conjunto de sucesos y experiencias que tienen lugar en ese espacio, de los cuales da cuenta de modo exhaustivo y estremecedor. Pero con la convicción de que resulta importante que sean narrados de modo transparente. Esa circunstancia supone sin embargo matices. Un trabajo de elaboración creativa en la que se privilegia más la posibilidad de transmitir formas nítidas que la de experimentar con los procedimientos, como hubiera hecho por ejemplo Manuel Puig, con montajes de materiales heterogéneos, monólogos, discursos sociales de distinto tipo, recursos de la cultura de masas y del espectáculo, entre otros. La consigna para Hernández es narrar lo atroz con palabras directas pero sutiles y según gradaciones que aumentan sus niveles de tensión.

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      En principio diría que buena parte de esas ficciones nos hablan de un conjunto de pobladores (en especial mujeres) cuyo hastío las lleva a pensar en ensoñaciones futuras para dejar su pueblo y marcharse hacia Buenos Aires (“la ciudad de los sueños”, resulta un destino tan codiciado como difícil de alcanzar) para cumplir esos deseos de triunfo o éxito que se cifran en revistas, radioteatros o publicidades (en este punto, y solo en él, sí se acerca vagamente a Puig). Se conciben sueños pero también se puede soñar despierto con aspiraciones irrealizables. O se pueden concretar pesadillas a partir de la motivación de deseos no cumplidos. Porque lo que se esperaba de esa ciudad no es precisamente la urbe idealizada con destellos de lujo infalible que no aparece. Se vive en ella, por otra parte, de modo incómodo y precario al principio. Esas mujeres, en algunos casos, alcanzan puestos miserables para sobrevivir, en otros casos degradantes y, finalmente, otras logran escalar posiciones mediante distintas trampas, desde su belleza hasta en otros casos estrategias de naturaleza biológica. Buenos Aires las recibe de cualquier modo menos hospitalario.

     Hay en la narrativa de Hernández un fuerte componente ligado a la discriminación tanto de clase como de identidad sexual. Según el cual solteronas, mujeres pauperizadas, prostitutas o bien homosexuales están “fuera de lugar”, “fuera de la ley social”, están descolocados respecto del orden de lo normativo. En este impar poder atributivo que se les asigna a unos en desmedro de otros sujetos en el universo de ese espacio cultural pueblerino, se produce una frustración y un sufrimiento destructivo, naturalmente. Hay quienes asumen su condición sin ningún tipo de pudor, a partir de un costo por lo general alto, pero no son los más habituales. Están los que directamente se marchan hacia otros confines menos persecutorios.

     El comadreo, el chisme, el rumor, la difamación, son típicos de estos espacios cerrados, prácticamente claustrofóbicos. Sigue una vez más aquí la línea de algunas novelas de Manuel Puig pero solo en sus temas. Se trata de esas conductas típicas del pago chico, en el que como una piedra arrojada a un ojo de agua el chisme se amplifica y se propaga no solo hasta hacerse público sino afectar el prestigio de una persona comprometiendo seriamente su reputación. En el orden privado pero también profesional.

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     Las relaciones familiares, en ocasiones perversas, en las cuales padres, padrastros, madres, tíos o hermanos o medios hermanos inician o bien abusan de niños o niñas resultan habituales. Esto es: abusos por lo general intrafamiliares. Y, por último, las iniciaciones en la prostitución luego de esos escarceos que llevan inevitablemente la consternación. Hijos de prostitutas que conviven con ellas y que progresivamente comienzan a descubrir la realidad en la que están sumidos, como en el cuento “Así es mamá”, que cierra el  volumen de su Narrativa completa, recopilada y editada por Adriana Hidalgo en 2004. En el cual un niño descubre, por etapas, que habita en el corazón de un prostíbulo en el que trabaja su madre y las mujeres de allí lo han “amadrinado” y lo miman. Las infidelidades son recurrentes. Todas formas en las que o bien la traición, la deslealtad o la deshonestidad  son moneda corriente.

     La ficción de Juan José Hernández coquetea con sembrar indicios que solo un lector atento y sagaz puede ser capaz de desentrañar. En efecto, a través de ellos se revela, de modo progresivo, una situación compleja que las superficies presentaban bajo apariencias acaso antagónicas. Como si a un maquillaje elegante subyaciera un rostro atroz. Así, una actuación agradable puede disimular un conflicto radical que Hernández no exhibe sino sustrae o hasta encubre, con calma y sin prisas. Con morosidad. En ese escatimar no subestima al lector (se trata de un narrador exigente).

     Ahora sí estamos en condiciones de deslindar varias de sus claves. Hernández en ningún momento es complaciente o adulador con el lector. Su capacidad es inteligente al detenerse en los detalles para armar, desarmar y rearmar las tramas que permanecían veladas o incluso aparentemente inconclusas para vislumbrar el orden de sus sentidos. También juega con su puzzle según el cual las intrigas están astilladas y hace falta, como dije, restituirles menos su forma que sus contenidos solo dispersos en la superficie. Suele haber un juego de apariencia/realidad que está connotado negativamente en orden a la hipocresía, la mentira o el fingimiento.

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     Las mujeres engañadas o los hombres abandónicos son dos leitmotivs que se observan en los cuentos como claros síntomas de una ética en crisis. Mujeres a las cuales se les ha prometido un futuro de privilegios, a través de un puesto de trabajo (puede ser también un casamiento o una familia) hasta que finalmente se las burla. El varón satisface su apetito y se marcha. Dejándoles en ocasiones hijos a cargo.

    Los pueblos como lugares liquidados y mediocres son el contexto en el que les toca moverse a estos hombres y mujeres que por lo tanto aspiran a migrar. La centralización del país queda puesta de manifiesto (y puesta en cuestión según estos términos) en toda su crudeza y la periferia exhibe su pauperización tanto material como simbólica. Aquí se habita el desorden de las pasiones que luego se reproduce en una suerte de distopía social productora de desdicha comunitaria.

     Hernández está interesado en dar cuenta de ciertos infiernos. Se concentra en qué va narrar y levemente mediante su treta va revelándolo sin demasiadas pistas. Así, ilustra miniaturas terribles. Y en su economía emocional, pone al descubierto el rostro más feroz del ser humano.

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