Guadalupe Nettel

Guadalupe Nettel: ‘Leer es un acto de recogimiento como hay pocos en esta sociedad’

 Guadalupe Nettel (Primera parte)
Por Fernando Pittaro

 Guadalupe Nettel (1973) está cansada, pero su sonrisa lo disimula bastante bien. Hace algunas horas tocó tierra, y en tres días volverá a volar rumbo al DF de México.  Tiene dos hijos que lleva a la guardería cada mañana. Al frente hay una cafetería, y ahí aprovecha para sentarse a escribir, ese ejercicio cotidiano que define como “necesidad psicológica”, y que nació cuando de niña cayó en sus manos La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada, de Gabriel García Márquez. De su paso por el zapatismo se llevó una enseñanza que es su marca registrada cuando escribe. “Decían que había que mirar ahí donde más nos avergonzaba”, ellos se referían a México, pero a Guadalupe le sirvió para su propia escritura, para alumbrar lo que ella misma quería ocultar: “Yo crecí sintiéndome muy mal, guardando mucha tierra debajo de la alfombra”, resume.

  Guadalupe Nettel

¿Por qué escribe Guadalupe Nettel?

Es una pregunta clásica que podría responder de una manera clásica, que es: porque no sé hacer otra cosa. Esa es verdad. Pero también es porque lo elegí. No me formé para ser peluquera ni otra cosa. En realidad es por dos cosas: una por necesidad psicológica, y otra por gusto, por placer. Es como una necesidad que al ser satisfecha te da mucho placer.

¿Por qué es una necesidad psicológica?

Porque necesito expresar y contar las cosas que me han pasado transformándolas. Y si me preguntas para qué escribo, aparte de para comer, o para vivir, es porque en un momento me di cuenta del poder que tenía la literatura. Cuando era niña llegó a mis manos un libro que hablaba exactamente de lo que me estaba pasando. Yo estaba viviendo con mi abuela, me llevaba muy mal con ella, tenía una relación de mucha opresión, me sentía totalmente oprimida y maltratada y leí por casualidad La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada, de Gabriel García Márquez, y dije, este señor entiende perfectamente lo que me pasa. ¿Cómo pudo haber escrito el libro sobre lo que estoy sintiendo sin que me conociera?, me preguntaba. Y hay veces que pasa eso, que tú estás viviendo algo y te cae un libro sobre lo que te está pasando. Y ahí se produce una especie de interconexión extraña entre los libros y los lectores, que los surrealistas dirían que es azar objetivo. Pero yo creo que cuando escribo y después publico un libro, me doy cuenta por los comentarios de los lectores, que eso también pasó con mi libro. Que a alguno de esos lectores también le llegó justo y que eso que yo estaba expresando por necesidad, ellos lo estaba recibiendo como un bálsamo. Es una conexión muy íntima la que se establece entre un texto y un lector. El escritor pone su subjetividad ahí adentro y elige bien las palabras para tratar de ser lo más conciso y claro sobre lo que quiere decir. Y el lector lo recibe así. Leer es un acto de recogimiento como hay pocos en esta sociedad.

¿De qué está hecho el universo netteliano?

(Risas). Algo que me sirvió realmente como un detonador, y fue un impulso muy grande, fue cuando tenía veinte años y ya sabía que quería escribir porque me gustaba mucho leer, pero no sabía nada de quién iba a ser yo como escritora. Estaba en Chiapas, muy implicada en el movimiento zapatista y los zapatistas decían algo que la primera vez que lo escuché me voló la cabeza. Decían que había que mirar ahí donde más nos avergonzaba: hablaban de México. Mirar ahí donde no queríamos mirar, donde más nos dolía, donde más queríamos ocultar, refiriéndose a la realidad de los indígenas, que estaban oprimidísimos. Y decían que cuando lográramos hacer eso, íbamos a retomar la integridad que nos estaba haciendo falta en el sentido de espina dorsal que te sostiene y que hace que te aprecies a ti mismo y la integridad en el sentido de integración como país. Y en mi historia personal había mucho de eso. Yo nací con un problema en el ojo, del cual hablo en El cuerpo en que nací, luego mi padre que estuvo en la cárcel: había muchas cosas que no podía contar, o que se suponía debía ocultar. Yo crecí sintiéndome muy mal, guardando mucha tierra debajo de la alfombra. Entonces, al escuchar esas palabras, me pregunté, a nivel personal, ¿qué es lo que yo tengo que mirar, qué es lo que más me asusta, qué es lo que más me avergüenza? Y empecé a mirar ahí y encontré todos los temas de mi literatura: la anomalía, el rechazo por ser diferente, la necesidad de ocultar o de engañar sobre quién eres, sentirse extranjero, el miedo a la enfermedad, a la discapacidad, la reflexión acerca de qué es la belleza, qué tipo de bellezas aceptas como tu propio canon y cuáles no. Y en esta última novela, sobre todo, la experiencia de las pérdidas de gente querida, sobre todo la enfermedad, la decrepitud y la muerte.

Guadalupe Nettel

¿Cómo fue esa experiencia con los zapatistas?

Fue en 1994. Participé en ese movimiento a partir de las primeras semanas después del levantamiento hasta mediados de 1995 cuando me fui a Montreal. Yo era estudiante en la UNAM y un grupo de nosotros nos enamoramos de la causa y empezamos a viajar a la zona. Después con la diócesis de Samuel Ruiz y luego directamente con el EZLN. Me marcó porque se trata de las personas más íntegras que he conocido y por que su interés en la sociedad mexicana es genuino, no movido por un interés personal. Es gente de convicciones coherentes con sus actos y generosa en la vida cotidiana.

¿En algún momento dudaste en dedicarte a escribir por tu afección visual?

Siempre lo tuve muy claro. Desde chica empecé a vengarme de los chicos que se vengaban de mí en la escuela y escribía cuentos donde les ocurrían todo tipo de desgracias y calamidades. Un día me hicieron leerlos en voz alta y para mi sorpresa, en vez de lincharme, a  la salida estaban encantados, y era como ¡guau!, tú puedes hacer eso, tienes una habilidad. Y yo misma me convencí de que tenía esa habilidad.

¿Cómo juega el humor en tu literatura?

Hay una frase que me gusta mucho de Woody Allen que dice que “comedia es igual a tragedia más tiempo”. Entonces cuando hablas de cosas que te dolieron mucho, a la distancia te puedes reír y eso viene naturalmente.

¿Sentís que formás parte de una nueva generación de escritores mexicanos?

Creo que estamos en un momento diferente de muchos otros. Durante todo el siglo XX la gente se agrupaba en revistas, los del Boom, los contemporáneos,  y ahora los escritores no se sienten parte de nada. Entonces, si me siento parte de algo, es de aquellos que no se sienten parte de nada. Pero si descubrí que había afinidades estéticas y de vivencias con los escritores de mi generación fue durante el encuentro en Colombia, ‘Bogotá 39’,  en el que todos decíamos: ‘yo no formo parte de nada’, pero ahí estábamos todos juntos. Ahí estaban: Pedro Mairal, Gonzalo Garcés, Andrés Neuman, Ana Lucía Portela, Wendy Guerra, Carla Suárez, Adriana Lisboa, Antonio Ungar, Gabriel Vásquez, etc. Mal que bien, habíamos vivido cosas similares: el exilio latinoamericano. Si bien México no tuvo dictadura, sí recibió muchos exiliados, y en mi familia hubo muchos perseguidos políticos.

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Cuando entrevistamos a Rodrigo Fresán, nos dijo: “Una cosa que me dijo John Irving fue que cuando tengas un hijo, te vas a acordar de cosas de tu infancia que pensabas que habías olvidado por completo, y todo el tiempo salen a la superficie. Es como que se reparan archivos que no se abrieron durante mucho tiempo”. ¿Qué cambió en vos cuando fuiste madre?

Suscribo totalmente, porque a mí me pasó lo mismo. Cuando estaba por nacer mi primer hijo, una revista me pidió un texto autobiográfico sobre mi infancia y el hecho de tener el bebé ahí y empezar a pensar en las circunstancias en las que yo había nacido fue como un detonador: no pude parar de escribir. Y publiqué el texto, pero después seguí escribiendo sobre todo lo que venía de la infancia. Y así salió El cuerpo en que nací.

Viviste quince años en Francia, ¿en qué moldeó tu cabeza como escritora esa experiencia?

En muchas cosas. Parte importante de mi educación se forjó allá, y la educación francesa tiene sus bemoles, positivos y negativos. Son muy críticos, siempre te dicen “No es suficiente, podrías hacerlo mejor”. Por ejemplo, la máxima nota, que es 20 sobre 20, nadie la obtiene. Y me temo que incorporé parte de eso a mi carácter: lo exigente y lo obsesivo viene de ahí. Y cada vez que voy a Francia eso se me activa: es muy neurótico.

¿Cómo definís el sentimiento «ser extranjero»?

Se puede ser extranjero en su propio país. Nuestros indígenas muchas veces son apátridas en su propia tierra. En mi caso la sensación viene de haber vivido desde muy niña en otros países y al final no adaptarme a ninguno. Al punto que ya me acostumbré.

Hablemos de los sentidos. ¿Qué olor o sonido de la infancia te sigue retumbando en la cabeza?

Muchos. Por ejemplo, el pitido del afilador de cuchillos, o uno que vende camote, que es patata dulce. Y después, muchas canciones. Mi padre oía mucha música clásica. Hace poco murió y una tarde estuvimos poniendo lo que él oía. Mucho Paganini. Y Vivaldi también. Le gustaban mucho.

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Citando a Baudelaire, un personaje de tu último libro dice: “A veces la música es una nave que te transporta a lugares que no existen”. ¿Para vos significa lo mismo?

Yo no escribo oyendo música. Silencio. Para oír las frases necesito escucharlas. Y también para leer en voz alta me resulta más fácil el silencio. Pero sí creo que la música que escucho en un determinado momento dice mucho del periodo por el que estoy pasando. Creo que en esta novela, sin que haya sido de manera consciente, intenté describir mucho a los personajes a través de la música que escuchaban. No lo hice a propósito y nunca me había pasado eso de poner tantas referencias musicales en un libro. Muchas veces las personas que pasan por nuestra vida nos dejan música, libros y música.

Cuando terminaste tu libro, al poco tiempo tu padre murió, y comentaste que eso había sido como volver al dolor de lo narrado. ¿La literatura ayuda a sanar?

Sí, yo creo que sí, muchísimo. Leer tanto como escribir. Estar leyendo a alguien que te está contando que le pasó algo muy parecido a lo que te está sucediendo es súper sanador. Es más que tener un mejor amigo, porque un amigo te dice “vamos al cine, vamos a comer una pizza”, y te escucha, pero otra cosa es que si tú te estás separando de la madre de tus hijos, por ejemplo, es mejor que leas a alguien que te cuente cómo se está separando de la madre de sus hijos. Tenemos todos la tendencia súper natural de querer escapar al dolor, pero para poder superarlo hay un momento en el que hay que mirarlo de frente, muy de frente, y estar ahí y dejarse estar, y atravesar. Y la lectura de cosas parecidas a las que te sucedieron te permiten atravesar el dolor acompañado.

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¿Tenés fascinación por los cementerios?

No, la fascinación la tienen mis personajes. Pero sí reconozco que hay algunos cementerios hermosos. Tengo ganas de conocer el de Chacarita, me gustaría hacerme un tiempo para ir.

¿Se puede vivir de la literatura?

Se puede, pregúntale a Mario Vargas Llosa. (Risas.)

¿Pero puede uno dedicarse a esto y no pasarla tan mal?

Siempre vas a encontrarte miles de personas que te van a decir que nunca vas a poder vivir de esto, mejor estudia otra cosa: abogado, contador. Y te van a tratar de desalentar, pero que se puede, se puede. Y si te gusta escribir textos más cortos, un camino posible es el periodismo: columnas, reportajes, reseñas. Y al mismo tiempo, ir escribiendo algo de más largo aliento. Mal que bien la llevas. Si quieres vivir en el lujo, al principio va a ser muy difícil. También hay que buscarse apoyos, como residencias, becas, y en ese sentido México es un país privilegiado.

¿Te interesa generar empatía con el lector?

No lo busco. Creo que las empatías se generan desde el momento en que tú eres honesto. Cuando realmente hablas desde tu humanidad, desde tu fragilidad, desde tu subjetividad, pero sin tapujos, ahí hay un punto de conexión. Porque los seres humanos no somos tan distintos: somos como instrumentos musicales. Habrá alguno que sea flauta, otro violonchelo, otro piano, pero el do, re, mi, fa todos los tenemos, que son las emociones. Si hablas de la humillación de un personaje desde tu propia humillación, desde el recuerdo y la experiencia de tu propia humillación, el lector va a resonar, porque tiene ese código también dentro de él.

¿Tenés algún lector modelo en tu cabeza a la hora de escribir?

Nunca me imagino al lector. En ningún momento lo tomo en consideración al momento de escribir. Sólo en el momento de corregir para hacerle la vida más fácil y menos horrenda. Ahí trato de ponerle claridad al texto, no repetir palabras, hacerlo comprensible, etcétera. Pero cuando estoy escribiendo, no. Y creo que lo agradecerá más si no lo tomo en consideración.

Guadalupe Nettel

Continuará…

 

Ir a la entrevista anterior: Sara Facio.

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