Rodrigo Fresán (Segunda parte)
Por Fernando Pittaro
Fresán tiene voz de robot. Una llama le brota de adentro y cuando escupe le salen palabras, ecos de su mundo literario, las mil y una leyes de Canciones Tristes, ese país inventado por el escritor.
Su voz; nasal, grave, pastosa, entre engolada y preocupada por marcar eses, dirá que extraña demasiado a su amigo Roberto Bolaño, que le daría el Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan, que Bioy Casares es mejor que Borges, y que a veces le gustaría poder apretar un botón que le obligue a parar de escribir.
La voz tiene mucho para decir. Y empieza así.
No hay ningún motivo para seguir manteniendo mis columnas en Página 12, más allá del sentimental. Me divierte y también me sirve porque ahí experimento cosas que luego me sirven para mis libros.
¿Lo mantenés entonces por una cuestión más instrumental que sentimental?
De todas maneras el vínculo está establecido por contar España, no por hablar sobre Argentina. Además, ahora con Internet, te leen desde cualquier parte. Posiblemente mi columna tenga más fans en España que en Argentina.
Según el último censo, ¿cuántos habitantes tiene Canciones Tristes?
Varía según el lugar, según la época, pero en este 2014 se parecería a un millón y medio, dos millones. Es una ciudad que es la sublimación de esta especie de psicosis que tiene Buenos Aires, que tiene una parte de española, una de francesa, una de inglesa. Es un recurso cómodo para un escritor. Ésta es una de las cosas que se pueden enseñar: inventate un lugar al cual sabés que siempre podés volver y donde van a imperar tus reglas y tus leyes.
¿Y quién gobierna Canciones Tristes más allá de tu imaginación?
El escritor, que es una especie de Mago de Oz, que no sabe muy bien qué es, si tiene poderes o no, si es un farsante o es un Dios.
Cuando escribís, ¿tenés en la cabeza a algún lector imaginario?
No sé quiénes son exactamente porque además me sorprendo cuando los voy conociendo. En la Feria del Libro, por ejemplo, había una cantidad de septuagenarias que nunca hubiera imaginado como lectoras, y eso me encanta. A la hora de pensar en un lector ideal siempre digo que me gustaría que sea igual que yo, pero un poquito más inteligente. Muchos de mis lectores son muy freaks, y podría ser amigo del 99,9% de ellos. Creo que tiene que ver con que mis libros llevan muy claramente sus filias y sus fobias. Todo el mundo sabe los libros y las películas que me gustan a mí, entonces sería muy fácil empezar a conversar y hacerse amigos.
¿Tenés la sensación de que sos un escritor leído más que nada por escritores?
(Se queda callado un buen rato, duda, y finalmente, responde) Tal vez soy un escritor de muchos lectores que quisieran ser escritores. Me parece que hay en mí algo muy evangelista en cuanto a la literatura y a predicar los dones y las bienaventuranzas de ésta. Y eso le puede servir a alguien que quiere ser escritor, o le da cierto consuelo en la oscura noche del alma (ríe).
¿Y qué es lo que le cuesta predicar al evangelista?
Es un oficio en el que es imposible alcanzar la perfección. Te vas a morir en el campo de batalla salvo que te parta el rayo de una de estas enfermedades degenerativas, que me parece lo más injusto que le puede pasar, no sólo a un escritor, sino a un ser humano. Y además es un trabajo de 24 horas, nunca dejas de trabajar.
¿Cómo separás entonces la parte inventada de la parte real?
No se puede mucho, incluso muchas veces la parte real y la inventada se funden, se atraviesan y salen del otro lado alteradas, con partículas que se le adhirieron en el cruce.
Muchos dicen que el periodismo tiene adrenalina, ¿la literatura qué te genera?
Para mí el periodismo no tiene nada de adrenalina, en absoluto. Supongo que el periodismo adrenalínico será el de corresponsal de guerra, el que descubre una primicia exclusiva, pero no precisamente el periodismo cultural. Sí muchas veces hay entusiasmo pero no es lo mismo que la adrenalina y cada vez lo siento menos con el periodismo. En la literatura, en cambio, siempre tengo entusiasmo y adrenalina (ríe).
¿Es más fácil escribir o dejar de hacerlo? En La parte inventada usás la metáfora de que es más fácil trepar un árbol que bajarlo.
Yo creo que cuando pensás en dejar de escribir, cuando pensás que no estás escribiendo, es tanta la angustia que es mejor escribir.
¿En algún momento intentaste no leer por un tiempo?
A mí me gustaría que haya un botón que te permitiera eso, pero no se puede. No es que no pueda yo, no puede nadie. Ningún escritor puede decir “voy a dejar de pensar como escritor por un rato”. Bajo amenaza de muerte podría no escribir, pero no leer me parece que no.
Tuviste muchas mudanzas en tu vida, más de veinte.
Tuve más mudanzas que conciertos de Bob Dylan en mi vida, que no es poco decir.
De esas mudanzas, ¿te quedó algún objeto preciado al estilo del trineo de Rosebud de Ciudadano Kane?
Tengo un caballo de porcelana, que lo compró mi tía cuando yo tenía un año, yo me puse muy pesado frente a una vidriera y empecé a pedirlo a los gritos. Yo nunca monté a caballo, nada me interesa menos, y cada vez que mi hijo se acerca a un caballo yo tengo espasmos de terror, de que el caballo se lo coma. Para mí un caballo es lo mismo que un león.
También tengo una primera edición en Rodolfo Alonso editor, de Drácula, que fue el primer libro que yo leí en versión completa y que fue muy importante para mí: tenía siete años. Hace poco hicieron un museo del escritor en Madrid y pedían objetos personales de escritores. Yo estuve a punto de entregarlo, pero me di cuenta a tiempo y no lo hice.
¿Sabés cuántos libros tenés?
No, demasiados, tengo muchos. Incluso compro libros que ya tengo: soy muy fetichista.
¿A qué lugar del mundo jamás volverías y a cuál no te cansarías de volver?
A Nueva York no me cansaría de volver nunca, es mi lugar en el mundo. Cuando llego ahí siento una especie de tranquilidad. A El Cairo, sin embargo, no volvería. No tengo nada contra el mundo árabe pero me molesta mucho el trato a las mujeres, esos hoteles donde todo es dorado, pero sobre todo ese trato a las mujeres no lo puedo soportar: van todas cubiertas, parecen personajes de Star Wars.
Hay varios temas recurrentes en tu obra, por sólo mencionar algunos: hotel, playa, nieve, infancia, muerte, piscina, memoria… Y siempre me llamó la atención tu fijación por los aviones y ese rechazo visceral a los argentinos que aplauden cuando el piloto aterriza.
Cuando llegué, volvieron a aplaudir. Viajando en otras líneas aéreas y a otros lugares, me ha pasado de escuchar algunos aplausos aislados y tímidos, y digo, ése debe ser argentino. Lo que me molesta es que sea como un aplauso que busca ser el primero para generar entusiasmo en el resto. El otro día fue insoportable: cuando aterrizó el avión estuve tentado de pasar por Migraciones, cambiar el pasaje y subirme al primer vuelo que saliera de regreso. El aplauso era de recital de Mercedes Sosa en el año 84. No me gusta esa actitud porque cuando estamos en un avión, estamos todos en manos del destino y eso me hace acordar a las películas romanas, cuando los patricios aplauden a los emperadores.
¿Y te da miedo volar?
No, lo que me da miedo es que aplaudan cuando aterriza, eso sí me da terror, pero, hablando en serio, lo que no me gusta para nada son los aeropuertos. Creo que han involucionado. Los controles son más ineficientes, las maletas se pierden más.
¿Te gusta o te molesta viajar?
Me molesta cada vez más viajar como escritor. Si bien la estoy pasando bien por este viaje, vine por obligación, porque estaba firmado en el contrato con mi editor que tenía que venir. Es bueno que de tanto en tanto, la realidad cambie tu idea previa de las cosas. Si pasara todo el tiempo sería horrible, porque sería un idiota, pero de vez en cuando está bien.
Fabián Casas nos dijo que los escritores que se creen importantes “se convierten en culones que opinan en la televisión y se olvidan de escribir”, ¿estás de acuerdo?
Estoy de acuerdo con eso, para mí el escritor opinator, tertuliano, totémico, que le ponés como una ficha y sale una tarjetita y dice cualquier cosa aforística sobre cualquier tema me disgusta profundamente. Pero también sé que el escritor cumple una función social importantísima, que es la de proporcionar historias. Yo tengo 50 años y sé que las posibilidades de que me enrole en un buque ballenero de un capitán loco al que le falta una pierna y va a cazar una ballena blanca son más bien escasas. Pero puede ocurrirme, y es muy sencillo. Con cinco ó seis euros me compro la edición de bolsillo de Moby Dick y lo vivo, y eso me parece que es importantísimo. A mí la opinión de un escritor es lo que menos me interesa en el mundo, y sobre todo si son temas extraliterarios. La opinión política de García Márquez y de Vargas Llosa me importa un cuerno, y me parece que no le hace ningún bien a sus obras. No le agrega nada y le quita algo.
Varias veces hablás de la necesidad de desaparecer: “Lo que menos me gusta es la visibilidad; cada vez me gusta más escribir y menos ser escritor”.
Ojo, yo no soy el personaje del libro: hay un 50%. De todos modos, yo desaparezco un ratito todo el tiempo, de hecho de la Argentina desaparecí 12 años. Es muy fácil desaparecer, no cuesta tanto, lo que pasa es que mucha gente dice que quiere desaparecer pero nada le interesa menos. O le interesa decir “¡ojo, voy a desaparecer y desaparezco, yupi!”.
“Todo escritor se siente culpable de algo”, dice el escritor en La parte inventada, ¿de qué se siente culpable Rodrigo Fresán?
No sé, y no sé si me interesa saberlo, supongo que seré culpable de muchas cosas.
¿Qué escritor o escritora está a tu criterio injustamente olvidado?
Creo que una gran injusticia es Juan Carlos Onetti. En las librerías no conseguís una edición de bolsillo de La vida breve, y eso me parece criminal. Bioy Casares que me parece que debería estar mucho más considerado y leído. He tenido muchos problemas por decir que Bioy Casares es mejor que Borges, y lo pienso absolutamente, sin lugar a dudas. Borges es buenísimo y es perfecto pero la perfección de Borges es una entidad inteligente artificial, de extraterrestre cibernético. Borges empieza y termina en sí mismo, Bioy, en cambio, tiene un sentimentalismo, una idea del amor, aparecen las mujeres, es muchísimo más gracioso, el humor de Borges es muy borgeano. En el plano internacional, cuando ganó el Nobel Alice Munro, me sentí muy triste por Mavis Gallant, escritora de cuentos canadiense que es infinitamente superior a Munro y que ella misma considera su maestra. Lumen hice un esfuerzo y la editó y nadie le llevó el apunte.
(Interrumpe la charla, me pide que espere un poquito, y vuelve a escribir en su libretita negra).
Odio estas preguntas, porque después me despierto a las tres de la mañana pensando en todos los que no nombré.
Otro autor desconocido es Luis Magrinyà, un autor de Anagrama formidable que ganó el Herralde pero que en España es como un misterio, como un alienígena.
¿Vos te considerás un escritor olvidado?
Yo no puedo pretender ser masivo con lo que hago, no entremos en delirios. Si yo fuese un escritor masivo con lo que hago, el planeta sería un lugar muy raro. No sé si mejor o peor, pero raro seguro.
Si estuviera en tus manos poder decidirlo, ¿a quién le darías el Nobel de Literatura?
Se me están muriendo todos. Vonnegut, Updike. Pero se lo daría Bob Dylan, creo que sería premiar al Premio Nobel y, además, convertiría el Premio Nobel en algo interesante. El Premio Nobel debería ser para los titanes.
Hablando de titanes, ¿te entristeció la muerte de García Márquez?
Estaba muy enfermo y no iba a volver a escribir otro libro. No es como la muerte de Bolaño, a él sí que lo extraño mucho y también a los libros que no llegó a escribir. Era un tipo que estaba lleno de libros, hubiera sido casi insoportable. Siempre está la duda de si un Roberto Bolaño no enfermo hubiese sido el escritor que fue, con esa potencia narradora y esa necesidad de escribir.
¿Le leés cuentos a tu hijo antes de irse a dormir?
Sí, siempre. Le leo los mitos griegos de Robert Graves. Le gustan mucho los libros de la Marvel Comics, son como micro-relatos, muy maleables para un chico. Leemos a Ray Bradbury. Ahora estamos en un momento bastante conflictivo en donde le digo que tiene que empezar a leer solo, pero él quiere ser el sultán de la ecuación.
¿Tenés algún sueño por cumplir?
De un tiempo a esta parte, después de que fui padre, y acentuado por la crisis, quisiera no tener que pensar tanto en el dinero. Así como no me interesa el dinero y no tengo sueños desmedidos con él, quisiera no tener que pensar tanto en cuánto dinero necesito para cada cosa, y no para comprarme un yate, sino para llevar el modo de vida que quiero llevar. Yo siempre odié las matemáticas y de repente me encuentro a los 50 años haciendo muchas más cuentas de las que jamás soñé que iba a hacer en mi vida. Ese es mi sueño: dejar de hacer cuentas. Yo empecé a trabajar muy joven y me parece que el trabajo se ha desvirtuado mucho, que está muy degradado: cuando empecé a trabajar en una revista era explotado, como todo joven, me sacaban el jugo, me exprimían, pero me pagaban un sueldo que no era bueno, pero podía pagar un alquiler, vivir con mi novia, ir al cine, comprarme discos y hacer un viaje al año. Y ahora, con 50 años y muchos libros publicados, no lo puedo hacer, o lo puedo hacer, pero no lo puedo dar por descontado. Soy consciente de que soy un privilegiado, hago lo que quise hacer siempre en la vida desde que tengo memoria, vivo de eso: es lo más parecido a creer en algo. Yo no soy religioso ni practicante de ninguna fe, pero es lo más parecido a tener una especie de idea de que hay alguien a quien tenés que responder y portarte bien. Y eso implica ser buena persona y también escribir lo mejor posible, no tomarte el asunto con ligereza.
Punto final. Se acabó la tortura.
Amén. Aleluya.
FOTOGRAFÍAS: Magdalena Siedlecki.