“Todo lo que se tiene en la vida, todo cuanto se posee, es un oficio. No tenés un ladrillo, un cacho de tierra, un zoquete, ni la bicicleta de Dios. Un oficio. Es lo único. El mío es la escritura. Y porque tengo eso puedo amar”, reflexiona Alejandro Finzi (Buenos Aires 1951).
Afirma que todas sus obras son experimentales porque no acuerdan con el glosario de procedimientos dramatúrgicos. Busca en la escritura andar en un territorio de indagación, de subversión, de quiebre, de abrir la palabra a nuevos sentidos.
Los sueños de una generación, o de muchas, pero los de él, los de Alejandro, en una Córdoba alborotada y combativa en sus años de estudiante, eran con un país donde en la mesa de cada trabajador hubiese un pedazo de pan y los chicos fueran a la escuela, “mirá que simple pero qué inalcanzable” y sus ojos cobran brillo por recuerdo o decepción.
Todo comenzó cuando Corrado Finzi, Doctor en Leyes por la Universidad de Bolonia, se casó en Buenos Aires con una bella española de Logroño, María Ascensión Laguardia y Alejandro fue el primer hijo de cuatro más.
La familia se traslado a Córdoba cuando su padre fue contratado en 1957. Cursó los estudios en el Colegio Nacional de Monserrat, luego la Licenciatura en Letras Clásicas y Letras Modernas en la Universidad Nacional de Córdoba. También en 2004 se doctoró en la Université Laval de Québec.
Permanecieron en Córdoba hasta 1980, cuando con Laura su esposa médica y sus hijos Andrés y Daniel, se fueron a Francia. Se habían conocido el 31 de mayo de 1973 en el ómnibus de la línea 152, al atardecer, él sentado en el fondo, ella de pie con Leticia, hermana de Alejandro, quien los presentó cuando bajaron detrás del Hospital Privado.
Con un sobretodo largo, todas las estrellas del cielo se habían refugiado en sus ojos. Pura belleza. Deslumbrado la invitó al Rivera Indarte a escuchar al cellista francés Paul Fournier; el gallinero fue el lugar y el comienzo.
Laura se recibió en 1979, Alejandro unos meses después. El primer tiempo de matrimonio él se ganaba la vida como vendedor de libros ambulante para Plaza & Janés, hasta que partieron.
Cuando ya en democracia regresaron al país no había trabajo universitario para él en Córdoba. Situación de tantos.
En Neuquén encontraron trabajo los dos. Finzi en la Escuela de Bellas Artes y en la Facultad de Humanidades. Allí, luego de jubilarse en 2018 como Profesor Titular de Literaturas Europeas, es designado Profesor Consulto, condición honorífica que lo mantiene ocupado en la actualidad.
Pero su trabajo teatral comenzó en Francia.
Cursaba en la Universidad de Nancy un doctorado sobre poesía cuando se estrenaron dos de sus obras. “Nocturno o el viento siempre hacia el sur” en 1981 y «Viejos Hospitales» en el Teatro de Metz en 1983, fue ésta la primera vez que las Madres de Plaza de Mayo como personaje teatral estuvieron en escena. Un coro rodeaba a la madre con su niño muerto en brazos frente al hospital.
El teatro de Finzi ha sido traducido al francés, inglés, polaco, árabe, italiano, ruso y portugués.
Escribe siempre sin pausa en diferentes lugares, en su casa cerca del Limay, en cuartos de hotel, en ciudades y países diferentes. «La historia de Estrella y Galileo» comenzó en Viena, continuó en Buenos Aires, San Martín de los Andes y Neuquén. La escritura para él no tiene horas predilectas, tiene urgencias. Cuando el intendente de la ciudad ordena enterrar un anfiteatro, escribió la obra «Hamlet en el Anfiteatro» para denunciar la maniobra delictiva. Estudiantes y docentes de Bellas Artes la pusieron en escena. Cortaron la luz para impedirlo y cientos de celulares como luciérnagas hicieron la puesta posible.
«Tosco y Saturnino» se asocia con el aniversario del Cordobazo y la necesidad imperiosa que los jóvenes conozcan la vida de Agustín Tosco, un ilustre argentino, faro de nuestro porvenir.
Su solidaridad con las luchas obreras tuvo expresión en Neuquén, Zanon bajo control obrero, acompañando la exigencia de la expropiación de la fábrica.
Cuando el Gobernador elimina el Cuarteto de Cuerdas de la Provincia denunció públicamente la maniobra y comenzaron las intimidaciones. Con su esposa decidieron que sus hijos no corrieran peligro. Ambos viven en Canadá. Andrés es actualmente director de un laboratorio de investigación del SIDA y del COVID 19 en la Universidad de Montreal. Daniel es cellista, compositor y director de orquesta en Québec. Se casaron con dos muchachas canadienses y les dieron seis nietos.
Alejandro Finzi posee un humor exquisito y creativo. Su aspecto es desaprensivo. Cuando debía recibir el premio Konex 2014 no querían permitirle su ingreso, de no ser por uno de los organizadores que lo reconoció no hubiese podido estar presente.
Gozar con muchos escritores es su remanso, entre ellos Ovidio, el lituano Oscar Milosz y Alberto Mazzocchi ese poeta cordobés tan desconocido como inconmensurable. Admirar a Shakespeare.
Con “La última batalla de los Pincheira”, Finzi cerró el ciclo de “Historias de un abuelo que vive lejos de sus nietos” que incluye cinco obras anteriores. “En cuánto tiempo se derrite un cubito”; “Historia de un elefante rosado y el fotógrafo”; “Un oso cruza la frontera”; “Carlos Fuentealba, clase abierta” y “La canción de Cristobita”. Están dedicadas a cada uno de sus nietos, es dolorosa la distancia y tal vez mañana ellos encuentren en su lectura el momento de la niñez que tenían cuando su abuelo las escribió.
Estrenó para la escena cincuenta obras dispersas por muchos países. Su sentir articulado en la voz del personaje “…es mentira que el papel esté hecho de tiempo, el tiempo es el instante cuando uno escribe que va de una palabra a la otra, uno termina el giro de la palabra y comienza la siguiente, la siguiente…» («Molino Rojo», 1988, Buenos Aires, de la mano de Víctor Mayol, sobre Jacobo Fijman que murió en el Borda en 1971)
Para Alejandro Finzi “el teatro es la manera que tiene la historia humana de tomar conciencia de sí misma. Y esa conciencia no es otra cosa que poesía”.