¿Qué realidad vemos cuando los ojos nos fallan? En El trabajo de los ojos, Mercedes Halfon trenza autoficción y ensayo para construir una poética de la visión: revela la belleza de los mecanismos oculares y se pregunta por los modos en que las enfermedades visuales habilitan un (otro) modo de mirar el mundo.
“‘No te quiero ver más’, le decía ella mientras paraba un taxi. No pude evitar espiarlos. Atardecía y los faroles recién prendidos los bañaron con luz dorada. Él le respondió: ‘¿No ves que…?’ Y un argumento inaudible para mí, pero que revelaba que para él era algo así como la supresión del entendimiento. O la locura, directamente.”
El trabajo de los ojos, Mercedes Halfon.
El aroma de las tostadas, el arrullo de una paloma que llega desde la ventana, la claridad suave del sol que ilumina el escritorio y entibia la cara pese al frío. El tacto rígido, plástico de las teclas de la computadora bajo la yema de los dedos. Así podríamos percibir una mañana de escritura. Somos seres sensitivos, los sentidos son las puertas que nos comunican con lo que nos rodea y, por eso, los atesoramos. Aunque entre todos ellos, solemos preferir la vista. La oscuridad nos aterra. “No veo por qué te preocupás”, “¿Cuál es tu punto de vista?”, “Te tengo bajo la lupa”, “Aclarame lo que dijiste”. Conocer es ver, la inteligencia es luz, las metáforas de la vista se cuelan en nuestros diálogos, median nuestra comprensión del mundo. Pero, entonces, ¿qué realidad vemos cuando los ojos nos fallan?
El trabajo de los ojos, libro de Mercedes Halfon publicado en Argentina por Editorial Entropía a fines de 2017 y recientemente reeditado en Chile por Lecturas Ediciones y en España por Editorial Las Afueras, vacila en torno a esta pregunta. La muerte de Balzaretti, el oftalmólogo que atendía a la protagonista desde la infancia, es el acontecimiento que inaugura esta obra híbrida, difícil de encasillar en un género —de camino entre la nouvelle, el diario, la crónica y el ensayo, entre la ficción y la autobiografía—. La búsqueda de un nuevo oculista y de otras posibilidades de tratamiento da pie a una serie de relatos, recuerdos y reflexiones que exploran el fenómeno de la visión, los misterios de sus enfermedades y los modos en que ellas construyen un (otro) modo de ver el mundo.
Al igual que la protagonista de esta historia, Halfon sufre de estrabismo, astigmatismo e hipermetropía. Pero en el libro, como la autora ha relatado en diferentes entrevistas, recuerdo y ficción se confunden. El relato, narrado en primera persona, se desplaza de a saltos, movido por asociaciones libres y en el ir y venir de las ideas, nos lleva de paseo por los devenires del ver y la vista. La autora cita a Goethe: “Todo lo cercano se aleja” y propone que “el estrabismo es un problema de distancia con el mundo”. Como si estuviera intentando calibrar la visión de unos ojos estrábicos, su prosa se acerca y se aleja, en un vaivén hipnótico entre el relato personal y la referencia documental. Explicaciones anatómicas sobre el funcionamiento de los ojos, notas sobre la teoría de la percepción, referencias a figuras literarias e históricas con estrabismo, biografías de oftalmólogos famosos, listas de enfermedades oculares y hasta una transcripción de la oración a Santa Lucía. Con esta miscelánea de textualidades, Halfon envuelve a quien la lea.
Una y otra vez, la autora se pregunta por los modos en que nuestras enfermedades y puntos débiles modelan nuestra personalidad, gustos, temores y alegrías: “Si un ojo trabaja mucho y el otro trabaja poco, esto puede despertarme otra clase de dudas: ¿soy hacendosa o perezosa?, ¿me esfuerzo nada o demasiado?”. También le interesan sus resonancias en la historia personal: para la protagonista, el estrabismo es un legado familiar que puede rastrear en el árbol genealógico —“Los lentes en mi familia siempre fueron gruesos”, dice—. Pero esta herencia también cuenta, en su caso particular, con un relato de origen que narra su abuela: una caída por las escaleras, en medio de una reunión familiar, que habría dejado a la niña llorando y bizca para siempre. Producto de esta historia, el embarazo y el puerperio de la narradora, aparecerán atravesados por la pregunta por los ojos, por la mirada ansiosa que busca adivinar en su bebé recién nacido futuros problemas de vista. ”Deseo para mi hijo, como quien desea que no le falte nada, que no le falte visión”, nos dice, entre ansiosa y esperanzada. ¿De dónde nacen nuestros deseos, cuáles son sus fuentes?
En esta trama que trenza autoficción y ensayo, se entrevé una búsqueda: una pregunta sobre la identidad, el intento de encontrar su secreto cifrado en torno al sentido de la vista y los modos en que desde él construimos nuestro modo de estar en el mundo. El deseo de explicar(se) o encontrar(se) a partir de indicios o pistas ocultas en los ojos. Una literatura que ofrece más dudas que certezas.
Mercedes Halfon es poeta y esa marca de origen, tan ligada a la exploración y el registro de la intimidad, es evidente en esta obra, que se lee saboreando: “Me enamoro de ciertos síndromes por su nombre: Cuerpos extraños intraorbitarios, Glaucoma de células fantasmas, Blefaroespasmo esencial: generalidades y tratamiento, la catarata en el niño”. El trabajo de los ojos pone en escena una poética de la visión que habilita la posibilidad de que hasta las especialidades médicas o los nombres de males extraños que alteran la vista puedan conmover nuestra sensibilidad estética. Nos revela su belleza, nos da palabras para nombrarla.
El formato fragmentario del libro propone capítulos breves, a modo de entradas de diario. A veces, se trata solo de una oración o un párrafo, mientras que otros superan la página. Esta sucesión de brevedades construye un libro-prisma, como si la vista fuera un cristal y pudiéramos explorar sus caras girándolo, deteniéndonos cada vez para proyectar la luz en diferentes direcciones, descomponer sus colores, crear dibujos y reflejos. Como señala Jack Kerouac en la cita que da inicio al libro: “El centro de interés es una piedra preciosa. El ojo dentro del ojo”. Los espacios en blanco entre cada apartado nos permiten detenernos para levantar la cabeza, tomar aire, pensar, escuchar el eco de las frases, volver a leer.
El libro de Mercedes Halfon dialoga con otras obras de autoficción contemporáneas. Tanto en el panorama literario argentino como en el internacional, se viene observando una persistencia de la llamada literatura del yo y, en particular, de la escrita por mujeres: autobiografías, diarios, memorias, correspondencias, crónicas íntimas, ficciones con protagonistas muy similares a sus autoras. Julia Coria, Belén López Peiró, Romina Paula, Tamara Tenenbaum, María Gainza, María Moreno, Gabriela Wiener, Margarita García Robayo, Milena Busquets, Christine Angot, Annie Ernaux y Delphine de Vigan son algunas de las muchas escritoras que en los últimos años jugaron a mirarse en un espejo y a desdoblarse para narrarse a sí mismas. Si las producciones autobiográficas remiten al yo de sus autoras sin dejar lugar a dudas, el género de la autoficción agrupa una serie de obras que se pasean por las zonas de frontera entre la ficción y la realidad. Cabe preguntarse en qué medida este fenómeno es realmente nuevo —en tiempos de auge de las redes sociales y de las selfies, no debería extrañarnos que también la literatura se vuelva sobre la primera persona— o simplemente una profundización de una ambigüedad previa. Todo recuerdo tiene algo de invención, y todo libro de ficción recupera el universo personal de quien escribe: su historia, los espacios que transitó, las personas que conoció, un modo de ver el mundo. No hay creación de la nada: la literatura siempre se hace con retazos de vida propia.
Como señalaba Halfon en un panel reciente sobre literatura del yo y autoficción, realizado durante la 8° Feria de Editores de Buenos Aires, probablemente el valor de la literatura del yo o de cualquier texto que tome como punto de partida la experiencia personal resida en su capacidad de encontrar una revelación en lo íntimo, descubrir el misterio, la ajenidad que se esconde en nuestro mundo más propio. Desafiarnos a ir hondo para nombrar lo innombrable, detectar la llama que pueda encender en el texto una intensidad que desborde a los hechos que lo originaron. Si somos exitosas, al final, poco importará si lo narrado es o no verdadero.
Al final, El trabajo de los ojos nos revela que mirar(nos) y escribir(nos) son dos caras de una misma moneda. ”El estrabismo es distinto [de la ceguera] porque los ojos pueden ver, pero están extraviados, no saben hacia dónde dirigirse. La escritura sería una forma de orientación posible, un mapa, una suerte de prótesis que conecta el interior con el exterior”, dice la protagonista del libro. Ojos que, desviados, buscan, se observan, se pierden, se encuentran. Ojos que se (re)conocen y se escriben.