Leila Guerriero

Leila Guerriero: “El ojo es un músculo que se adiestra leyendo”

Leila Guerriero (Primera parte)
Por Fernando Pittaro

No podría trabajar en una redacción con la presión de un cierre diario. No escribe ni lee en los bares. Para concentrarse no hay mejor lugar que la calma de su departamento, allí donde pone en práctica dos palabras que tienen mala prensa: rutina y disciplina. Y asegura que nunca se cansará de contar historias, que siempre hay que estar desafiando la mirada y trabajando en contra de la comodidad. Y que sólo una vez se animó a pedirle un autógrafo a un escritor. Tenía 18 años cuando Adolfo Bioy Casares la invitó a almorzar y le regaló el libro Descanso de caminantes. “Fue como si a un comunista le ponés adelante a Lenin”.

Leila Guerriero

Viajás mucho. Cuando llenás en Migraciones el casillero de “ocupación”, ¿qué ponés?

Eh… periodista. Bueno, depende dónde vaya. A veces pongo profesora. Según el país que sea, cambio. Por ejemplo, cuando fui a Zimbabwe, no puse periodista. Y profesora es un oficio que es verdad, yo doy clases. Y es una ocupación que te pone al resguardo de alguna complicación. Pero si no, pongo lo que soy: periodista.

No hay duda de lo que sos, entonces, pero ¿de qué está hecha Leila Guerriero?

¿Carne, huesos? Sí me siento hecha de un cuerpo, quiero decir, para mí la escritura también es el rastro de un cuerpo. Y movimiento. A mí la materia física sí me identifica mucho.  Tengo conciencia de que habito un cuerpo. Y eso no tiene que ver ni con vanidad ni con coquetería, sino con una conciencia física de estar en un mundo, y de movimiento porque siento que el movimiento para mí es una forma de vida. Moverme no sólo cuando viajo, hacer, hacer, hacer. Y la escritura, supongo. Pero la escritura no solamente mía. Ahí entran mis lecturas, las historias leídas y contadas.

Dijiste que los periodistas que más te interesan son los que saben mirar. ¿Quiénes son esas personas?, ¿se puede enseñar a mirar?

El ojo se adiestra leyendo, porque también es un músculo. Yo noto cuando tengo la mirada achanchada y en eso tienen que ver muchas cosas. No estoy todo el tiempo mirando igual. La mirada es como el abdominal: si te pasás dos meses sin hacer abdominales, eso entra en un estado de reposo. Por eso siempre hay que estar desafiando la mirada y trabajando en contra de la comodidad.

¿La rutina puede ayudar a atrofiar la mirada?

No, yo creo que no. Yo le tengo mucho respeto a la rutina. Me parece que es algo que te ordena. Es una palabra muy denostada, como la palabra disciplina. Pero es una palabra que a mí me gusta mucho. Porque yo podría haber llegado hoy a las 18h45 y no a las 18 como habíamos quedado, pero no, me organicé el día de tal forma que vengo de hacer una entrevista y ahora estoy charlando con vos. Y en el caos que es de pronto el laburo, la escritura, y depender del tiempo del otro, que pasa cuando uno es periodista, la rutina es como volver a casa después de un viaje. Yo deseo mucho eso: me gusta viajar, pero me gusta mucho volver también. No creo que la rutina sea lo que achanche, creo que lo que puede apagar la mirada son otras cosas. Por ahí el estado de ánimo, los momentos en la vida en los que uno no está tan conectado, más escindido y eso se puede dar por diversas cosas. A veces cuando estás con un texto muy largo o cuando acabás de sacar un libro, y entrás en una especie de limbo medio raro, en una meseta. Pero no tiene que ver con que esté pasando algo en tu vida personal, yo más bien lo relaciono con  cosas que pasan en la escritura.

¿Se puede transferir la forma de mirar?

Yo nunca lo aprendí de nadie, pero a mí me sirvió mucho lo que me dijeron algunos editores. Esa marca cercana para mí fue muy importante. Te puedo nombrar a Rodrigo Fresán, Elvio Gandolfo, Homero Alsina Thevenet, Hugo Caligaris y tantos otros… y sé que muchos de sus consejos me sirvieron a la hora de armar una nota. Entonces no sé si se puede enseñar. Yo doy clases en talleres y trato de hacer hincapié en el tema de la mirada. Me parece que cuando vos le hacés consciente al otro de un recurso, le subrayás algo, si el otro tiene un talento, lo incorpora.

Ya que me hablás de la enseñanza, ¿qué opinás de las escuelas de periodismo?

Nunca fui a una, así que no te puedo hablar del contenido en sí.

Pero, ¿creés que sirve que un periodista se forme ahí o cuál es la formación ideal para un periodista?

Mi experiencia es que hay de todo. Yo no hubiera estudiado nunca periodismo. Martín Caparrós siempre dice que lo que tienen que estudiar los periodistas es Historia, para que les dé saber y les dé capacidad para poder formarse una opinión. A algunas personas les sirve para organizar una serie de conocimientos dispersos, como el que estudia Letras de pronto y deviene un crítico impresionante. No todos los que estudiaron Letras resultaron David Viñas. Pero de pronto puede salir de esa Facultad un tipo que se transforma en un mega crítico. Y de pronto hay gente que termina organizando ese corpus de saber, por la suya.

Pero Leila, si viene un pibe de dieciocho años y te dice: “Leila, quiero estudiar periodismo”, ¿qué le decís?

Yo le diría que si puede se meta en una redacción, aunque eso no sea fácil ni probable. Me parece que los talentos marcan la diferencia. No hay ninguna escuela de periodismo, por más mala que sea, que vaya a aplastar un talento: el talento finalmente siempre va a salir a relucir. Del mismo modo que tampoco una escuela de periodismo o una redacción va a transformar en un talento a alguien que no lo tiene. Un tipo mediocre va a ser siempre un periodista mediocre. Pero yo no estoy en contra de las escuelas de periodismo, sin embargo, sí estoy en contra de algunas cosas: todo ese sistema actual en el que las redacciones toman pibes recién egresados del Master y les pagan dos mangos termina bastardeando mucho la profesión y el oficio. Eso sí que no me gusta. No digo que no tenga que existir el Master, pero en todo caso tendría que haber otra manera de ingresar al periodismo que no sea así, como mano de obra barata. Antes llegabas a un diario porque alguien te leía o recomendaba, y tenías que demostrar.

¿Dónde pensás que está el buen periodismo hoy?

Creo que hay buenos periodistas en todas partes. Me cuesta mucho hablar de la crisis del periodismo cuando conozco a periodistas como Osvaldo Aguirre, que está trabajando en ‘La Capital’ de Rosario, que es absolutamente genial, que está fuera de toda norma. Es un súper periodista. O Ricardo Ragendorfer o Javier Sinay o Cristian Alarcón o Rodolfo Palacios o Andrés Burgo en deportes. Acá está repleto de buenos periodistas, lo que quizás haya sea una crisis más de medios que de periodistas. Yo creo que toda esta gente no encuentra de pronto salida para todo lo que está haciendo. En Colombia, Alberto Salcedo Ramos, en Chile, Cristóbal Peña…

Me hablás de periodistas individuales pero no de un grupo que pertenezca a un medio en particular.

Sí. Acá siempre hubo una generación que la rompe, como en su momento fue ‘Página 12’, o el staff que formó Lanata para ‘Crítica’, que era impresionante. Revistas como la ‘Rolling Stone’ siguen funcionando como un semillero de talentos, pero me parece que son islas. Después te puedo nombrar a ‘El Malpensante’, ‘Soho’, ‘Clinic’, ‘El Mercurio’, a algunos medios de Brasil, ‘El Faro’ en El Salvador, Gabriel Pasquini y Graciela Mochkofsky, que armaron ‘El Puercoespín’. Lo que no hay es un lugar en el que toda esa gente junta esté haciendo algo.

Ejercés el periodismo desde hace 23 años. ¿En algún momento te cansaste?

Nunca, ni me voy a cansar: es lo que yo soy.

Leila Guerriero

Pero te podés cansar de lo que sos…

Sí, es verdad, pero no me pasó. No sé si no me va a pasar. Siempre hay momentos catárticos en los talleres donde los alumnos dicen “pagan mal, no hay lugar para las notas, etc.”. Yo siempre trato de hacer una defensa del oficio y trato de transmitir esta idea de que uno es lo que hace. Y depende de cómo uno haga lo que hace y defienda lo que hace…

¿Te cuesta defenderlo?

No, para nada, ¡me entusiasma mucho! ¡Es mi momento Rocky Balboa del taller!

¿Ves en muchos alumnos esto de la “queja”?

A mí la cultura de la queja nunca me interesó. Yo me quejo poco y las pocas veces que lo he hecho, lo he hecho poco. Si hay algo que me produce un malestar, opero contra ese malestar. Yo trabajo 14 horas por día, casi nunca tengo fines de semana completos. Si un entrevistado me dice: “El viernes a la noche canto en Avellaneda”, yo voy, aunque sea mi aniversario de casada, aunque no estoy casada, pero ya me entendés. Y no veo mucho de este tipo de entrega. Muchas veces se piensa que todo lo que uno hace se puede hacer teniendo además una vida social intensa, tomando cafecitos con amigos, sin sacrificar nada. Lo que pasa es que cuando te gusta, no lo sentís como un sacrificio. Pero bueno, es una elección.

En este mundo sobresaturado de imágenes, ¿pensás que la televisión es un buen lugar para contar historias?

A mí me encanta la tele. Miro mucha tele –para mí mirar mucha tele puede ser una hora-. De hecho, hay un formato audiovisual que es el documental, que no es otra cosa que una crónica con imagen y sonido. Creo que son géneros equivalentes: un texto bien escrito, contado como si fuese un cuento real, como dice García Márquez, es un documental. Y el documental es el equivalente a eso en lo audiovisual. Lo que yo no creo, así como no creo que un diario tenga que ser escrito todo con crónicas de largo aliento, es que la televisión tenga que ser colonizada por este tipo de documentales. La tele también es entretenimiento puro, jacarandoso, morboso, basura… todo eso es la tele. Entonces tampoco pretendo que ‘Canal 13’ a las diez de la noche ponga un documental sobre el festival de Malambo de Laborde, aunque está bueno que esté en Encuentro. De hecho la tele está repleta de documentales.

¿En algún momento te propusieron hacer un documental?

Ahora me están proponiendo hacer algo con mi último libro, Una historia sencilla, pero es muy complicado porque la historia ya pasó. Reconstruirla sería hacer ficción, y eso no es hacer un documental. Yo creo que una vez que hacés una crónica, es muy difícil decir “bueno, ahora voy a hacer un documental”: o hacés una cosa o hacés la otra. No es muy compatible hacer las dos cosas juntas, porque yo siento que en cada texto que escribo dejo todo.

¿A qué propuesta laboral le dirías sin duda que sí y a cuál que no?

Sin duda que no a trabajar en un diario, en una redacción de periódico.

¿Esa etapa ya pasó?

No, es que yo trabajé en redacción de revistas de diario, pero no en diarios propiamente. Yo no podría estar en un lugar que me implicara un cierre diario. Y le diría que sí a todo lo que le digo que sí ahora. Cuando me proponen una buena idea para editar un libro, para armar una antología, cuando me encargan una nota que implica trabajar contra la comodidad…

¿Y por qué no te bancarías un cierre?

Porque no sirvo para eso: no sé escribir rápido. Soy lenta. No soy una periodista de diario. Soy una periodista lenta: demoro mucho en tener una idea, un punto de vista. De hecho, muchas veces me piden columnas en El País de España, por ejemplo, murió Videla, asunción del Papa, muerte de Gelman, etc. Ahí he dicho que sí porque son cosas cortas y que me provocan mucha adrenalina. Pero no lo hice más de diez veces y esa dinámica te impide pensar un texto como lo querés pensar.

¿Hay alguna historia que querés contar y todavía no lo hiciste por falta de tiempo o  recursos?

Tengo muchas historias pendientes, siempre estoy con la listita de historias. Siento que son historias que voy a ir contando de a poco, no tengo una espina clavada.

Si te dieran la oportunidad de fundar un medio, ¿qué elegirías hacer?

Nunca fundaría una revista. A mí me gusta la idea de escribir y editar con mi tiempo. Si no, te transformás en una especie de máquina de hacer chorizos. Salvo que tenga una buena estructura, como de diez editores, pero de todos modos, no me veo dirigiendo un medio. No siento que sea mi rol ni lo que más me interesa. Además me suena a tener que asistir a reuniones con anunciantes publicitarios y eso a mí me espanta. Yo no voy a almorzar con nadie, ni aunque me linchen. Pero bueno, si de soñar se trata, te diría: una revista con quince redactores en planta, quince editores en papel y en Internet, con algunos experimentos al estilo de Radio Ambulante de Daniel Alarcón, cosas más inesperadas, un departamento de documentales, y ahí convocaría a esas plumas dispersas que te nombré hace un rato. Y armaría un dream team, aunque no lo dirija, sino estar yo a la par de ellos.

Leila Guerriero

¿A quién admirás?

A nadie en particular. Rescato cositas de la gente todo el tiempo, sino no trabajaría de esto. Pero, por ejemplo, admiré la fortaleza absolutamente inquebrantable de Fogwill; admiro el talento y la capacidad de lidiar con ese talento que tiene Kuitca; admiro la curiosidad, la sagacidad y la capacidad de pensar y ver que tiene Martín Caparrós, pero no soy del tipo de gente que dice “Mi ídolo es Santa Teresa de Calcuta”, o “Keith Richards es mi héroe”. Me encanta Eddie Vedder, y cada vez que viene Pearl Jam lo voy a ver, pero no tengo idea de qué hace el tipo en la vida.

¿Alguna vez le pediste un autógrafo a alguien?

La única vez en la vida que hice algo fue para conocer a un escritor. Mucho antes de ser periodista, cuando recién me mudé a Buenos Aires. A mí me gusta mucho, mucho, mucho, mucho Bioy Casares: me parece que es un escritor que está subvalorado. El sueño de los héroes me parece una de las mejores novelas de este país. Y ahí busqué en la guía, levanté un par de veces el teléfono, tomé coraje de no sé dónde, -probablemente ya era periodista aunque no lo supiera-, y lo llamé por teléfono. Me imagino que me habrá atendido Jovita Díaz, a quien entrevisté años después, y me pasó con el señor. Me atendió y me invitó a almorzar. Y me volvió a invitar otro día y me regaló su libro Descanso de caminantes.

¿Se te cayó el ídolo o se confirmó?

No, se me súper confirmó.

¿Era tan seductor como dicen?

No tengo idea. Ya era viejo. Y yo era una chica de 18 años y el señor tenía 70.

Bueno, pero por ahí no había perdido las mañas…

Ah, no, no, no, no. Era un señor muy grande ya. Y yo estaba tan fascinada… para mí no era ni un hombre ni una mujer. Es como si a un comunista le ponés adelante a Lenin (suelta una carcajada). Pero nunca más hice algo parecido. Si hay algún escritor que admiro y tengo que compartir con él una mesa redonda, jamás sacaría de mi bolso su libro para que me lo firme: me moriría de vergüenza.

¿Es verdad que tenés cierta predilección por los cementerios?

(Se ríe) ¿Yo? ¡No, esa es Mariana Enríquez! Escribió un libro sobre los cementerios. Yo no tengo especial fascinación por los cementerios, pero sí por los mercados de las ciudades. A cada ciudad que voy –sobre todo si estoy de vacaciones-, lo primero que hago es ir al mercado. Esa cosa de los mercados no la tengo con los cementerios pero acá cerca tenemos el cementerio de Chacarita y para mí es un lugar bellísimo, con una calma, una placidez… El otro día nos metimos con mi marido en el auto y es enorme, enorme, enorme, y no me parece nada tenebroso. Fue como un paseo dominguero: me gustó.

Siendo una persona del interior, ¿cómo te llevás con esta idea de vivir en Buenos Aires?

Yo siento que nunca voy a ser porteña. De hecho cuando me preguntan afuera de la capital “¿de dónde sos?”, yo les digo que soy de Junín, pero vivo en Buenos Aires. Esa es mi respuesta naturalizadísima. Me siento del interior en muchas cosas, el tipo que nació acá muy difícilmente tenga la vivencia del que nació en el interior…

¿Pensás que tiene un valor agregado ser del interior?

Sí, yo creo que sí. El tipo que nació acá muy difícilmente tenga la vivencia del que nació en el interior, de saber cazar un pato, de saber cómo se hace un fuego en el piso sin quemar todo el patio, de encarnar una lombriz sin decir “¡ay, pobrecita la lombriz!”, del contacto con las cosas de la tierra, hacer un almácigo, saber cuándo se cosecha el tomate, ir por el campo y ver algo más que un paisaje. Yo voy por el campo y veo el maíz y veo el trigo y no estoy pensando en el paisaje y en las vaquitas. Saber caminar por el campo sin meter la pata en un agujero de peludo, o cómo pisar un alambre para pasar un alambre de púa. La capacidad de improvisar una comida para mucha gente con poca cosa, aprender a manejar a los once años, saber manejar una camioneta. El porteño es un tipo impresionable en muchos sentidos con estas cosas.

Y te ven como alguien exótico.

Sí, un poco. O si no, está lo otro, que es el porteño que cree que todos los que venimos del interior tenemos una especie de sabiduría superior y que somos seres angelicales. Y esa me parece una visión bastante estúpida. En el interior también hay gente bastante siniestra, como acá. Y después está la parte fea del interior, aunque está muy bien haber pasado por ella, que es la mirada del otro, el prejuicio, lo que se resume en la frase “pueblo chico, infierno grande” y contra eso yo trabajo todo el tiempo: para evitar el lugar común, yo creo que mi laburo periodístico va mucho por ahí. Y todo eso acá no está, y es muy bueno. Si yo mañana llego a mi edificio con otro tipo, la gente quizá va a chusmear un poco pero no va a haber una habladuría en la inmobiliaria de la esquina porque no saben ni quién soy, y eso para mí está bueno, como una indiferencia por la intimidad del otro, que a mí me gusta mucho.

Leila Guerriero y Fernando Pittaro

 FOTOGRAFÍAS: Magdalena Siedlecki

FOTOGRAFÍAS: Magdalena Siedlecki

Continuará…

 

 

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