Por Isabel-Cristina Arenas – See more at: http://continuidaddeloslibros.com/libros/124-las-mafias-temen-a-los-lectores#sthash.2kHJ9PAZ.dpuf
Sobre De la Ilíada, de Rachel Bespaloff
Por Martín Kohan
Rachel Bespaloff se suicidó el 6 de abril de 1949. Dejó dicho, a modo de explicación, que lo hacía en razón de su “extrema fatiga”. Había pasado dos exilios, una depresión nerviosa; había pasado ya la guerra, lo peor de la persecución a los judíos había ya pasado. El de la “extrema fatiga” parece, en comparación, un motivo insuficiente, proporcionalmente endeble.
Pero a decir verdad, a poco de pensarlo, no deja de ser la razón más cabal y más radical para explicar un quitarse la vida. Y hasta podría decirse que, en el fondo, todo suicidio se debe en realidad a alguna forma de “extrema fatiga”: que aun las circunstancias más agobiantes, las más terribles, las más pesarosas, derivan en el matarse tan sólo al tocar ese punto en el que una persona se cansa, entendiendo por cansarse que no quiere soportar más. Rachel Bespaloff se sintió así el 6 de abril de 1949.
En la desesperación, no obstante, puede reconocerse la señal de la atmósfera de escritura, de las condiciones (en el sentido más amplio de la expresión) de un ensayo como De la Ilíada, publicado en 1943. Hay toda una serie de pensadores que debieron elaborar sus reflexiones, reposadas y serenas, con equilibrio y con detenimiento, en un contexto de desesperación. En no pocos casos (aun en un espectro ciertamente diverso: de Hermann Broch, autor del postfacio de este libro, a Simone Weil; de Georges Bataille a Walter Benjamin), signados por la zozobra de un mundo cuyo suelo no cesaba de moverse, procuraron alguna referencia bien en la tradición clásica más consolidada, bien en la fijeza de los valores de la religión, bien en las inflexiones de alguna forma de misticismo que insinuara una promesa, aun incierta, de salvación.
Bespaloff se remite a Homero. Y en Homero, más concretamente en la Ilíada, se dispone a indagar en la muerte y en la inmortalidad, en la venganza (cuyo héroe es Aquiles) y en la resistencia (cuyo héroe es Héctor), en la fatalidad (es decir, la imposibilidad de salvarse) y en la salvación (en un salvarse pese a todo). En la Ilíada Bespaloff va a poder interrogar la guerra (la guerra y sus héroes, la guerra y sus dioses, la guerra y sus pueblos, la guerra como tal); “Aquiles no decide la guerra”, va a decir, “es la guerra la que decide”; “porque la guerra nos lo arranca todo”, va a decir, “deviene inestimable el Todo”; y va a decir: “La guerra consume las diferencias hasta la humillación total del único. Llámese Aquiles o Héctor, el vencedor se parece a todos los vencedores, y el vencido a todos los vencidos”.
Pero la Ilíada no es una guerra, es un poema sobre la guerra (y acaso un poema de guerra). La interrogación de la guerra no puede sino resolverse en una interrogación de la poesía. Bespaloff se fija en la fuerza: en la fuerza que se impone, o en todo lo que se impone por la fuerza. Pero se fija también en la belleza: en la belleza como salvación, en la identidad entre lo bello y lo verdadero (o en la belleza como maldición, que es lo que es, por lo pronto, para Helena; no menos que en la belleza que puede habitar aun en la fuerza, como se verifica de hecho en Aquiles o en Héctor).
Para Bespaloff existen entonces la guerra, la fuerza, los dioses, los héroes; pero no hay otra inmortalidad que la que la poesía procura: “Qué importa si los dioses sucumben con los héroes… Los versos del poeta, los únicos verdaderamente inmortales, relatarán la tristeza infantil de Aquiles, los lamentos de Héctor y los sollozos de Andrómaca”. Y a la vez: “Por eso Homero pide reparación únicamente a la poesía, la cual extrae de la belleza reconquistada el secreto de la justicia vetado a la historia”. En esa reparación de lo irreparable, en esa inmortalidad que se extrae del núcleo mismo de la muerte, piensa Rachel Bespaloff al leer los versos de Homero.
Ese orden estable de permanencias disponibles que Bespaloff busca (y por lo tanto encuentra) en el mundo clásico, va a extenderse luego a los textos bíblicos, y por fin al cristianismo. Con las coincidencias y las diferencias del caso (allí donde Zeus solamente contempla, el Dios de Israel interviene; allí donde Homero sitúa la gloria, el cristianismo augura la redención), esos horizontes confluyen para proporcionar a Bespaloff una base desde la cual plantearse trascendencias y absolutos: una dimensión del Ser que excede lo estrictamente social y remite al plano de “la afirmación religiosa de la vida en su totalidad”.
Sensacine.com
De igual modo, el centro-Homero se desplaza hacia otro centro, el centro-Tolstoi. Y así una literatura más cercana, también con las coincidencias y las diferencias del caso, permite plantearse en una esfera más propia las cuestiones de la eternidad, o de la fatalidad, o de la proximidad de la belleza y la muerte. El don que Bespaloff asigna a la poesía (el de dar testimonio de la experiencia ética en su trascendencia) se irradia desde la plenitud del clasicismo griego a una casi contemporaneidad de no menor plenitud.
Bespaloff busca en la literatura sentidos plenos y absolutos, pero no por eso plurales o cuantiosos (de ahí su crítica a las interpretaciones simbólicas, que “sobrecargan de sentidos excesivamente ricos”). ¿Cómo leemos estas lecturas aquellos que, por convicción o por temperamento, no suponemos ni tampoco anhelamos ninguna trascendencia, ningún absoluto, ninguna esencia, ningún más allá? Podemos leerlas, por ejemplo, como respuesta en reposo a una situación que de por sí impide todo reposo. Reflexión ante la desesperación, lo cual no implica desesperación (más bien todo lo contrario). Bespaloff lo define muy bien (y por ende, se define muy bien) cuando habla del pensamiento ético como “la ciencia de los momentos de desamparo total”. O cuando dice: “el hombre que ha experimentado el abatimiento de la impotencia total y ha sobrevivido a esa experiencia, no se resigna a vivir como si nada hubiera ocurrido. Intenta conservar el uso de los recursos supremos que la desesperación le ha revelado”.
Se puede entonces hacer a un lado lo mítico y lo místico, el absoluto de las religiones y el absoluto de la poesía, y leer De la Ilíada como lo que más concretamente es: una escritura del desamparo total, una escritura del abatimiento y la impotencia; lo que lee y lo que escribe quien ha sobrevivido y cuenta con esas revelaciones que sólo la desesperación es capaz de proporcionar.
Un paso antes de la extrema fatiga.
Título: De la Ilíada
Autora: Rachel Bespaloff
Páginas: 121
Editorial: Minúscula
ISBN: 9788495587497
FOTOGRAFÍA de Martín Kohan: www.alejandralopez.com.ar